Pedro Sánchez y la carta de ajuste

Hace ya cinco lustros que se retiró de las pantallas de TVE la famosa carta de ajuste, aquel gráfico con algo de psicodélico con el que comenzaban las emisiones para que los telespectadores pudieran valorar la calidad de la señal que llegaba a sus aparatos.
El pasado lunes, con la entrevista a Pedro Sánchez repicada en todos los canales de RTVE, salvo Teledeporte y Clan TVE, volvió la carta de ajuste a los hogares de quienes la seguimos.
Era una carta de ajuste muy especial, pues ofreció la posibilidad de valorar en directo la muy deficiente calidad de las señales democráticas que nos llegan de Sánchez, hasta el punto de que reconoció que las elecciones en las que los españoles expresan su voluntad política son una pérdida de tiempo y un obstáculo a su ansia de seguir en el poder. Si un dirigente de la derecha hubiera dicho esto, no quiero imaginar las consecuencias.
El jefe del Gobierno ya fue en sí mismo el pasado lunes una carta de ajuste, pero de ajuste de cuentas, con un largo menú de desquites, señalamientos, advertencias y acusaciones falsas contra todo aquel que osa cuestionar su poder.
Así, en la entrevista dejó clara su voluntad de ajustar cuentas con los jueces que investigan los indicios de corrupción en su familia, su partido y su gobierno, algo insólito en un jefe del Ejecutivo; con los medios de comunicación que no le bailan el agua y con la oposición. En definitiva, con todos los que hacen su trabajo de fiscalización de la inacción o la incompetencia de Sánchez y sus socios ante los grandes problemas que se acumulan sobre las espaldas de los españoles y sus castigadas economías domésticas.
Al mismo tiempo que blandía su panoplia de hachazos retóricos contra los contrapoderes democráticos, Sánchez se victimizaba, incluyendo esa alusión hilarante a la «pena de Telediario» ante Pepa Bueno, su flamante directora. El dirigente del PSOE quizás logre que lo de «nombrar la soga en casa del ahorcado» vaya quedando definitivamente arrumbado en favor de este nuevo dicho: «Nombrar la pena de Telediario en el mismo Telediario».
Lo más impudoroso en este sentido fue oír a Sánchez quejarse del «me gusta la fruta», derivado de una expresión espontánea y para sí misma de Isabel Díaz Ayuso, sin que ni la entrevistadora ni él mencionaran que el popular lema tuvo su origen en la calumnia que Sánchez lanzó contra la presidenta de la Comunidad de Madrid a los cuatro vientos desde la tribuna del Congreso de los Diputados, donde ella no tiene posibilidad de réplica.
Calumnia que, para más inri, volvió a regurgitar en la entrevista del lunes mientras se daba golpes de pecho lastimeros cuando la periodista le presentaba como una víctima de la deshumanización de la política, como si no lo fueran también la propia Ayuso, Feijóo, Aznar, Aguirre o Cifuentes. A esta última incluso se la deseó la muerte cuando su vida pendía de un hilo por el accidente de moto. O el mismo Rajoy, al que Sánchez insultó a la cara en un debate electoral.
Tampoco se mencionó en la entrevista que las investigaciones de los jueces a su mujer y a su hermano han sido respaldadas por órganos judiciales superiores. Fue este uno de los atronadores silencios de la entrevista, como el del más de un centenar de personas investigadas por su posible implicación en los incendios de este verano.
Tampoco se puso encima de la mesa el borrado de los móviles y los correos en el caso de la imputación del Fiscal General del Estado, de la que se atrevió a decir Sánchez que no había «carga probatoria», con un par. Ni la alusión crítica a quienes se oponían al uso de las mascarillas en la pandemia cuando fue su propio Gobierno el que dijo que no eran necesarias por la única razón de que había una gran dificultad para adquirirlas, como terminó reconociendo Fernando Simón.
Sin olvidar la increíble pose como paladín de la lucha contra la corrupción de quien ha rebajado penalmente el delito de malversación de fondos públicos, además de indultar y amnistiar a sus aliados malversadores.
También llamó la atención, a este respecto, su rasgado de vestiduras a favor de la presunción de inocencia de sus ex secretarios generales, Ábalos y Cerdán, mientras dictaba sus condenas inapelables contra quienes no han sido ni siquiera juzgados.
La carta de ajuste del Telediario nos ofreció la imagen de un Sánchez cada vez más desintonizado con la realidad. La entrevista contribuyó a ello sin quererlo al presentar al jefe de Gobierno como dueño de su destino político, cuando lo cierto es que dejó en evidencia los hilos de quienes lo dirigen como una marioneta, como aquellas antiguas emisiones de la propia TVE en que se veía el truco a los que manejaban los muñecos.
Ni una sola mención hubo a Bildu y su voluntad de apoyar a muerte a Sánchez. Tampoco al pellizco de monja del PNV con aquello de que Sánchez se agarra como una lapa al poder. Y sobre la visita de pleitesía de Illa al prófugo Puigdemont, negó que se tratara de un pago por los siete votos de Junts, camuflándolo bajo la excusa de la «normalización».
Más allá de su calculado pasotismo en el tema, democráticamente esencial, de la aprobación de los presupuestos, Sánchez demostró que detrás de su muro tiene graves interferencias ideológicas que le impiden recibir adecuadamente las señales de la sociedad española.
En definitiva, el jefe de Gobierno fracasó el lunes al intentar sintonizarse con la carta de ajuste que le brindó la televisión pública. Lo que evidenció esta aparición, después de llevar más de un año sin conceder una entrevista, es que la realidad de la España constitucional nunca se ha ajustado a su ambición de poder, por su irresistible tentación de aplicar a la democracia la política de tierra quemada con tal de que no gobierne la alternativa.
Esta insolvencia democrática y moral de Sánchez es la que están aprovechando para destruir nuestro Estado derecho sus socios extremistas y ultranacionalistas, los que detrás del plató manejan los hilos del secretario general del PSOE como los de un muñeco de Herta Frankel.
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