De morir de Covid-19 a morir de hambre

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“¿Por qué Portugal, un país perfectamente equiparable al nuestro, tiene unos datos tan buenos?”, preguntaba Carlos Cué el pasado 3 de mayo en una entrevista para el diario El País a la vicepresidenta cuarta del Gobierno, Teresa Ribera. “Portugal paró antes. Venía del este y ellos están un poco más al oeste y entonces pudieron parar un poco antes”, explicó. Esta esperpéntica reflexión de la titular de Transición Ecológica y Reto Demográfico permite hacernos una idea del desgobierno en el que nos vemos atrapados. Si las negligencias del pasado al desoír las alertas que llegaban del Oriente nos condujeron a la mayor crisis sanitaria que hemos conocido y sentaron las bases del caos económico, las negligencias actuales nos abocan a la devastación.

Pese a que España declaró el estado de alarma el pasado 14 de marzo, nuestro país no dispone aún de datos oficiales sobre la seroprevalencia del COVID19 en la población española. No obstante algunas fuentes empiezan a apuntar que la propagación no ha alcanzado ni al 10 por ciento de los españoles. De confirmarse esta tesis, podríamos extraer varias conclusiones: que el virus tendría una mortalidad en torno al 1 por ciento y es menos contagioso de lo que se llegó a pensar en los primeros momentos. En este sentido, la teoría de la existencia de un 80 por ciento de pacientes asintomáticos saltaría por los aires; y, en segundo lugar, que, de haber actuado con prontitud, hubiese sido mucho más fácil su control y la limitación de los daños sanitarios y económicos.

Resulta incomprensible que a estas alturas los responsables del mando único sanitario no hayan sido capaces de ofrecernos la fotografía del virus, ni tan siquiera de ofrecer una cifra real de fallecidos. Casi dos meses después de poner en marcha el estado de alarma, seguimos enfangados en ruedas de prensa propagandísticas sin contenido científico e informativo relevante. España necesita poner en marcha la desescalada y, para eso, es crucial conocer cómo se comporta el virus. Esta semana el gobierno ha enviado a Bruselas un programa de estabilidad que es un disparate económico, un bulo. La propia AIREF no sólo no ha avalado las cuentas del Ejecutivo, sino que ha advertido que las previsiones fiscales son inconsistentes y proyecta un aumento en la ratio de deuda sobre PIB de entre 20 y 27 puntos en el año 2020. Un desastre. Así pues, mientras Sánchez juega a su supervivencia política, los españoles podemos pasar de morir de COVID19 a morir de hambre.

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