El desierto del independentismo y el populismo

El desierto del independentismo y el populismo

Seguramente fue Jordi Pujol quien propició el desafecto de los catalanes con la nación española, pero la verdad es que cuando Artur Mas dio inicio a un proceso activo de diferenciación y separación de España, la sociedad catalana ya estaba madura para acompañarlo.

Al tradicional supremacismo, alimentado durante más de cien años (desde las exclusivas comerciales e industriales en la restauración monárquica al impulso periférico del franquismo), se fue uniendo el victimismo, las políticas lingüísticas y el revisionismo histórico; y ¡bingo! Ahí se consolidó el catalán fetén: pijiprogre, modernito, engolado, insolidario, cancelador, y, sobre todo, separatista.

Y decimos sobre todo porque, vistos los apoyos crecientes al secesionismo, los catalanes fetén no tienen dudas de que ese es el objetivo al que orientar la acción política y administrativa y aplicar los recursos públicos.

El problema es que los esfuerzos y dedicaciones son finitos y los recursos son escasos. Y, por eso, cuestiones propias de la gestión e impulso público que debieran ser prioritarias no se consideran así; cualquier otro requerimiento u ocupación es orillado para no perder foco en lo esencial, ¡impulsar la secesión!

Da igual la pérdida del empuje económico y del liderazgo empresarial, del foco de desarrollo e innovación, de la pulsión artística y creadora. Incluso da igual la pérdida de calidad de vida de los ciudadanos por el deterioro de los servicios públicos, en especial la educación. No hay nada que no sea sacrificable en el ara de la devoción separatista.

La escasez de los recursos hídricos en la región y las restricciones que provocan, son un ejemplo claro y rabiosamente actual del menoscabo en servicios que ha traído la deriva política y social de Cataluña; pero, este problema agravado de la falta de agua, en Cataluña y en casi toda España, trae también mucha causa de las políticas y dogmas ecologistas que han adoptado el socialismo y el populismo.

Una vez más, ¡y son tantas!, hay que recordar a Rodríguez Zapatero. Ahora ya no parecen tan exagerados aquellos que, desde un punto de vista técnico y científico, aseguraban que fue un delito de traición, al desarrollo humano y económico de los españoles, la derogación de un plan hidrológico que contribuía a corregir la no realización de obras hidráulicas relevantes durante más de dos décadas y a conseguir la conexión hídrica entre las zonas húmedas y secas de España por la que se suspiraba desde hace más de un siglo.

Al nivel de esa errónea decisión, están las políticas impulsadas por un personaje tan sectario y dogmático como la ministra Ribera. Como ya ocurre con la energía, con la caza o con la protección animal y natural, en la gestión hídrica opta por esas soluciones, entre progres y perrofláuticas, que propugnan la no intervención con infraestructuras y la imposición de soluciones pedestres y simplistas, como la limitación de los consumos básicos, de los regadíos, de los usos industriales, del ocio… En resumen, capar las posibilidades de desarrollo en favor de un conservacionismo inútil y, además, ruinoso.

Y es que son típicos del progresismo y el populismo occidental esos acercamientos infantiles y buenistas con los que deciden que tenemos que dejar de crecer en población o de limitar los desarrollos agrarios e industriales. En esa interesada creencia, prefieren seguir manteniendo agencias, programas, ONGs o la infinidad de chiringuitos que se dedican a poner puertas al campo y a detener tsunamis, en vez de gastar dinero en ordenar y realizar nuevas captaciones, mejorar los regadíos, modernizar las conducciones o depurar y reutilizar las aguas residuales.

Es lo mismo que les pasa con las emisiones o los espacios naturales. No terminan de asumir que la humanidad va a continuar creciendo y desarrollándose, y que las comunidades humanas y los países, especialmente los que no están en el primer mundo, tienen derecho a prosperar sirviéndose de los recursos naturales.

Visto lo visto, además de agradecer con menos displicencia la solidaridad que, ahora con el agua y antes con las dotaciones o los fondos de liquidez, tienen con ellos el resto de españoles, más les valdría a los catalanes cambiar los políticos que eligen y las ideologías que abrazan. El separatismo supremacista y el populismo ecologista, feminista y comunistoide ya son malos por separado, juntos son garantía de hundimiento. ¡Y ahí vamos!

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