Bill Gates ahora recula con el cambio climático
Bill Gates ha dicho ahora que «el cambio climático es grave, pero hemos logrado grandes avances». Y el millonario progre también ha moderado su tono apocalíptico afirmando que este fenómeno «tendrá graves consecuencias, sobre todo para las personas que viven en los países más pobres», pero que «no provocará la desaparición de la humanidad».
El hombre que dijo que el cambio climático sería tan mortífero como el coronavirus ahora viene a decir que dejemos de obsesionarnos por el cambio climático, que tampoco es para tanto, que medio grado más o menos no va a acabar con la civilización ni mucho menos. Y han temblado los cimientos del régimen global. La prueba última de que el esquema tradicional de derecha e izquierda es cosa del pasado es que un pensamiento único basado en ideas izquierdistas como el ahora imperante fomenta la veneración genuflexa de los multimillonarios y acoge sus palabras con reverencia religiosa.
Bill Gates es un particular, un señor normal, como usted o como yo. No tiene ningún cargo político, nunca se ha presentado a unas elecciones; ni siquiera tiene una titulación universitaria ni una especialización científica reconocida. Y, sin embargo, sermonea sobre vacunas o clima y los medios más prestigiosos recogen amorosamente sus palabras como si descendiera del Sinaí llevando las Tablas de la Ley.
Solo hay una razón para que se le trate así: es riquísimo. Ya está, no hay más. La aceptación del rico como personaje adornado de cierta aura de infalibilidad es un rasgo de larga data en la cultura calvinista de Estados Unidos, que veía en el éxito económico extraordinario una señal de predilección divina. Capitanes de industria como Henry Ford eran iconos a los que se les escuchaba con atención disertando de todo lo divino y lo humano, y no meramente de la actividad que les había hecho ricos.
Pero eso, ya digo, era una peculiaridad yanqui, no compartida necesariamente por el resto de Occidente, menos aún en la esfera católica. Hasta ahora. Porque han sido magnates como Gates —y, muy especialmente, el propio Gates— los que han forzado dogmas sociales como el cambio climático antropogénico sobre todos los gobernantes, un dogma que ha sembrado una verdadera devastación sobre nuestra calidad de vida, sobre nuestras libertades, sobre el control que se ejerce sobre nosotros.
Ese concepto incuestionable que ha aupado a tantos dóciles mediocres y expulsado de la vida civil a tanto científico honesto ha sido responsable tanto de la devastación causada por la riada de Valencia como de los incendios que han quemado media España este verano; del hundimiento de la industria alemana como del auge de la economía china; de que usted no pueda entrar en Madrid con un coche en perfecto estado o de que Villar del Río tenga un «concejal de cambio climático».
Y ahora, todo eso amenaza con perderse en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Y todo porque un grupo de multimillonarios que se han forrado con las expectativas del apocalipsis quieren que dediquemos el dinero de nuestros impuestos a cualquier otra cosa que también va a engordar sus arcas.