La batalla de Madrid

La batalla de Madrid

No me refiero a la batalla de noviembre de 1936, en la que las brigadas internacionales impidieron al ejército nacional avanzar más allá de la madrileña Ciudad universitaria; con sospechosos de quintacolumnistas por ser católicos o de derechas fusilados a millares en Paracuellos del Jarama por orden de los comisarios políticos de Stalin. La batalla de Madrid tampoco es un símil de la conocida como «de Inglaterra», que motivó la histórica frase de Churchill dirigida a los aviadores británicos. Nos referimos a la batalla electoral que se dilucidará en Madrid el próximo 4-M, convertida en la práctica en una suerte de primarias de las próximas elecciones generales.

Lo que resulta anómalo del todo, es que en plena pandemia todavía -¿no emitió Sánchez en junio pasado su parte del final de la guerra contra el coronavirus, mientras nos invitaba a disfrutar de la «nueva normalidad» conquistada?- es que estemos enfrascados ahora en esa batalla que no estaba prevista en la agenda política, sino que ha sido provocada por la imprudencia temeraria y la estulticia política de los actuales dirigentes, que en lugar de buscar la tan necesaria unidad -de la que tanto blasonaban- en los actuales tiempos de tribulación, se dedican a cálculos electorales de vuelo gallináceo, buscando réditos políticos con aventureras mociones de censura.

Jugando a aprendices de brujo en Murcia —de donde PSOE y Cs han salido escaldados y erosionados—, han provocado un seísmo político en Madrid cuyas consecuencias son todavía imprevisibles, pero que no es aventurado pronosticar tendrá influencia decisiva en la segunda mitad de una legislatura que parecía tranquila para la coalición gubernamental, sin elecciones en el horizonte. De momento ya son realidad algunos de sus efectos: la salida de Pablo Iglesias del Gobierno tras escasos 15 meses en la vicepresidencia, con una hoja de servicios tan inexistente como deteriorada ha quedado su credibilidad política personal, y que ahora compite  por la Puerta del Sol, cuando hasta fecha reciente rivalizaba por la Moncloa.

En ese tránsito fugaz hacia la desaparición es acompañado por Cs, que ha pasado de tocar el cielo hace dos años con 57 diputados en el Congreso, a estar jugándose su inhumación política en la Asamblea de Madrid como mal menor, de lo que ya es una muerte política anunciada. Siendo Podemos socio imprescindible de Sánchez para seguir en el Gobierno, y Cs el nuevo socio hacia el que deseaba abrirse para «centrarse», el balance de la operación murciana urdida desde Moncloa no puede ser para ellos más demoledor… hasta ahora. Y es así porque no podemos hacer un balance definitivo hasta conocer el resultado final dentro de un mes, en función de si sigue gobernando Ayuso o lo hace Gabilondo.

Si Ayuso continúa, lo normal es que dependa de Cs o de Vox. El partido naranja se juega en la obtención del 5% de los sufragios el ser o no ser, aunque su entierro no se haría esperar más allá del final de la legislatura nacional. Si dependiera sólo de Vox, el revolcón sería para Casado, con una enmienda de totalidad a su violenta ruptura con los de Abascal. En cualquier caso, parece claro que el 4-M el voto de centro-derecha se va a agrupar mayoritariamente en el «PP de Ayuso» y no tanto en el «de Casado», que quiere convertir ese eventual triunfo en su trampolín a la Moncloa.

El resultado final abrirá y cerrará interrogantes también en la izquierda, donde está por ver quién gana en el duelo Iglesias-Errejón, que puede significar el final político del primero,  caso de resultar derrotado.  En la hipótesis de un cambio de Gobierno, poco probable según todas las encuestas —aunque en los momentos actuales un mes es una eternidad—, también hay mucho en juego, ya que un tripartito en Madrid abriría nuevamente opciones importantes para Iglesias, según cuál fuera su aportación al triunfo.

Como vemos, Madrid ha tomado el relevo de Cataluña en cuanto al interés político nacional, una consecuencia más del malhadado procés, que tanto daño ha supuesto para los catalanes, que están viendo cómo también el liderazgo económico les ha sido arrebatado. Y es que hay amores —como el separatismo— que matan.

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