La CUP batasuniza Cataluña
Los antisistema de la CUP hacen de la violencia su argumento político. Algo que es igual a carecer de cualquier argumento. Con el objetivo de chantajear al Gobierno, amenazan con convertir Cataluña en un campo de batalla. Al más puro estilo de la kale borroka, queman la Constitución y rompen fotos del Rey para así exaltar hasta el delirio su aquelarre independentista. Unas acciones que suponen un atentado frontal contra España y los españoles. No obstante, y a pesar de la gravedad inherente de dichos actos, los golpistas siempre encuentran margen para dar un paso más en su ignominia. Ocurre cuando la violencia soterrada —oculta bajo la constante desobediencia institucional al estilo de Carme Forcadell— pasa a ser explícita. Si hace sólo unas semanas las calles navarras de Alsasua eran testigo de una brutal paliza a dos guardias civiles por parte de 50 proetarras, ahora es Barcelona donde los ataques indiscriminados ganan la partida a las ideas y a la legítima disputa política.
La feroz agresión de los cuperos a un policía y a una cartera —capitaneados por ínclitos extremistas como Josep Garganté y David Fernández— los empareja a los cachorros de ETA, cuya dialéctica de los puños les ha servido desde hace décadas para tratar de secuestrar la libertad en el País Vasco. No es de extrañar este modus operandi, ya que el propio Fernández ha sido hombre de confianza de Arnaldo Otegi, uno de los personajes más siniestros de nuestra historia reciente y etarra de palabra y hecho. Ante todo este panorama que se desborda, el Gobierno ha de ser inflexible. La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría hace bien en pedir explicaciones a Puigdemont sobre «sus socios radicales». Sin embargo, y por si no fuera suficiente con las advertencias, nuestra Carta Magna ofrece las garantías suficientes para atajar a los golpistas desde la legalidad. Para eso está el artículo 155, que garantiza la protección del interés general de nuestro país.