María España, viuda de Umbral: “A un político lo mínimo que se le puede exigir es que hable bien”
Fotógrafa, presidenta de la Fundación Francisco Umbral y esposa del escritor. Cuando llego a la casa de Majadahonda en la que vivía Umbral junto a su mujer, María España Suárez (Santa Eulalia de Tábara, Zamora, 1936) está releyendo ‘La noche que llegué al Café Gijón’ (Austral) porque, entre otras cosas, no debemos dejar que el recuerdo de lo que vivimos se adormezca. “Pasando por sus hojas me doy cuenta de que he conocido a gente muy influyente de la literatura, la poesía y el teatro porque en el Café Gijón estaba todo el mundo”, explica.
Suárez, porque España es nombre y no apellido, tuvo que añadir el María delante porque en el instituto Núñez de Arce de Valladolid le dijeron que España no era un nombre de santoral. “Es curioso, sí, pero así fue. Eso sí, todos mis amigos y toda la gente que me conoce me llama España, nadie me llama María, aunque respondo también, claro. ¡Son muchos años!”, cuenta divertida.
Sobre Umbral, el vallisoletano elegante que vestía abrigo de Pierre Cardin y no olvidaba la bufanda en casa ni en verano –y al que acaban de dedicar el documental ‘Anatomía de un dandy’, nominado a los Premios Goya a Mejor Película Documental–, España cuenta que nada más verse se eligieron. “Enseguida nos fijamos el uno en el otro, empezamos a salir y estuvimos juntos hasta el final. Paco no era un hombre corriente, eso se veía en cuanto aparecía por la puerta. Nos entendíamos mucho y no nos exigíamos”, comenta.
¿Relee mucho la obra de su marido? Entiendo que este –con el ejemplar de ‘La noche que llegué al Café Gijón’ en la mano– ya lo había leído, ¿no?
Lo estoy releyendo ahora por una nueva edición que ha hecho Austral. Es curioso, cuando paso por sus líneas de manera minuciosa me doy cuenta de que conocí a personas muy cultas e influyentes en la literatura, la poesía o el teatro. En el Gijón estaban todos: los buenos, los malos y los regulares. Todos.
Bueno, usted también estaba allí entre ellos.
Sí, y asistía a conversaciones tan interesantes entre gente cultísima que yo, la verdad, me limitaba a escuchar porque, mira, para decir una obviedad o una vulgaridad prefiero no decir nada. Muchas veces, como comprenderás, es mejor callarse.
¿Qué destaca de su labor de aquellos años como fotógrafa?
Ya sabes que más que a las letras, siempre me dediqué a la fotografía. Ahora quieren que haga una exposición y tengo cajas y cajas de negativos, pero no sé qué haré porque mucha gente a la que fotografié o han fallecido o son muy mayores. El tiempo pasa demasiado rápido cuando se es mayor…
¿Tiene esa sensación?
Sí, sí. Hay unas edades en las que parece que todo es interminable, pero luego va todo a una velocidad impresionante.
¿Cómo surge lo de la fotografía? Usted estudió Magisterio.
Sí, cuando yo estudiaba sólo había que hacer cuatro años de Bachillerato, pero yo hice los seis años y después elegí Magisterio, era la carrera más corta que había. Fíjate, terminé de estudiar en junio y en septiembre me casé con Paco –Umbral–. No llegué a ejercer, pero me sirvió de mucho cuando nos vinimos a Madrid sin absolutamente nada.
Fue cuando se dedicó a dar clases a unos niños que vivían en la zona de Retiro, ¿no?
Eso es. Cuidaba de ellos, les ayudaba con los deberes cuando venían del colegio, etc. Y lo de las fotografías surgió porque Paco hacía entrevistas o reportajes y conocí a todos los fotógrafos con los que trabajaba, así que un día pensé que yo también podría hacer fotos. Estuve con un grupo de italianos, que llamábamos ‘Los Ferrari’, entre los que estaba un chico que se llamaba Giggi Corbetta –que medía como 1,90 cm– o Ángel Úbeda y con ellos aprendí. Primero estuve en una editorial, aunque no mucho tiempo, y después empecé a trabajar en ‘Interviú’ haciendo muchas cosas, pero también todo lo relacionado con las Cortes. Yo iba al Congreso cuando aún iban muy pocos fotógrafos.
Toda la Transición, ¿no?
Toda la época de Adolfo Suárez, sí.
Y al final, de alguna manera, el camino le llevó a especializarse en retratos que, además, por otro lado, son muy complicados.
Sí, sí, lo son. Mira ese retrato de Paco –comenta señalando una de las fotos del salón–, por ejemplo, nadie le ha hecho una foto como esa. El retrato es muy difícil porque hay que coger un buen ángulo para que se le vea bien el perfil de la nariz, los pómulos, etc. Además, ahí tenía un largo de pelo muy bonito.
¿Cuál es el retrato más difícil que ha hecho? ¿O quién se lo ha puesto más complicado?
Todo el mundo era amable, no había problemas porque, si te soy sincera, en aquellos momentos éramos muy pocos fotógrafos y no teníamos que pegarnos por hacer la foto, sólo teníamos que estar muy pendiente de los gestos y del momento, sólo así lograbas la mejor imagen. Sabes que va a surgir una foto, pero sólo si estás atento a todo, incluido el discurso.
Estando en las Cortes en aquel momento, imagino que no se es consciente de que se está viviendo dentro de uno de los momentos mas decisivos de la historia de España. ¿O sí?
No, supongo que no, pero sí te digo que era una revolución ver todo lo que estaba pasando, ver a la gente regresar a las Cortes tras muchos años. Por ejemplo, de Rafael Alberti tengo unas fotos muy bonitas porque, además, tenía una cabeza muy muy bonita. O Dolores Ibárruri ‘La Pasionaria’ que era una mujer muy guapa y elegante con ese pelo blanco. Hice muchas fotos a gente muy importante en aquellos momentos. Fue una época, desde luego, muy distinta a la que vivimos ahora que la gente se insulta. A veces me entretengo viendo los debates de televisión e inmediatamente veo que los políticos empiezan a insultarse. Da un poco de vergüenza todo.
¿No se puede comparar la valía del político de antes con el actual?
Es que, no sé, ahora no son verdaderos políticos. Antes nadie se insultaba, hablaban muy bien y, además, sabían muchísimo de política y mucho de todo. Pero, ahora no es así, incluso hablan mal, usan los verbos mal.
Se echa en falta más nivel, ¿no?
Sí. A mí me parece que a un político lo menos que se le puede exigir es que hable bien, correctamente. Hubo una temporada que me dediqué a apuntar las palabras que decían mal, pero eran tantísimas que desistí. Por ahí debe estar la libreta donde lo apuntaba todo.
Pero, ¿de los políticos actuales?
De los políticos de ahora, claro, los de antes solían ser gente culta y no tenían estos problemas. Un político no sólo tiene que saber exclusivamente de política, tiene que ser un hombre culto para hacer una cita en un discurso que lo pida en un determinado momento.
Pero a la mayor parte de ellos se los escriben.
Sí, claro, y eso se nota. Pero, además, ya cuando intervienen en catalán es un lio porque, claro, tienes que leer los subtítulos como si fuera ruso. No hay derecho, entiendo que hablen todo el catalán que quieran en Cataluña, pero, desde luego, cuando vienen a las Cortes no pueden exigir que todos los políticos entiendan lo que dicen. Se entiende un poco, claro, pero para entenderlo del todo hay que leer la traducción.
¿A qué momento del pasado se iría?
Es complicado elegir, nos encontrábamos con muchísima gente interesante en conferencias, en el Ateneo, en los estrenos de teatro, en el cine. Una época en que íbamos siempre a los estrenos de teatro y después íbamos a cenar a algún sitio, por ejemplo, nos gustaba mucho ir a Casa Lucio. Teníamos amistad con mucha gente, sobre todo con gente del teatro como Fernando Fernán Gómez, Adolfo Marsillach, María Asquerino. Creo que volvería a aquella época, sí.
Ha citado a Fernando Fernán Gómez y, la verdad, a mí se me parece mucho a Umbral: no son tan fieros como los pintan.
Ya, ya… Es verdad. Fuimos amigos, fuimos muchas veces a su casa a cenar. Era, igual que Paco, una persona muy culta, así que se ponían a hablar de literatura, de autores, de los escritores del momento, de los clásicos, de la literatura. La gente sabía de todo eso. También teníamos amigos pintores que, además, también estaban en el Gijón, allí todo se organizaba por mesas, ¿sabes? Pero eran personas que no sólo pintaban, con ellos se podía hablar de todo, mientras ahora todo el mundo sólo habla de comida y de enfermedades. Y no sólo eso, además en general todo se habla a base de tacos o con monosílabos que es una cosa que no puedo entender.
El otro día, por ejemplo, le preguntaban en televisión a una niña que estaba estudiando Medicina por sus impresiones tras asistir a una cirugía de corazón y contestó: “Mola mucho”. Es desolador escuchar eso tras presenciar algo tan importante. No es necesario este ahorro de palabras o los tacos, ¿la gente no sabe hablar sin apoyarse en un taco?
¿No hay esperanza?
Sí, claro que la hay. Yo leo mucho a escritores, columnistas y periodistas jóvenes que escriben muy bien. Me gusta mucho Antonio Lucas, Manuel Jabois y leía también mucho a David Gistau que, además, escribía estupendamente bien. Son chicos que escriben fenomenal y, bueno, muchos de ellos citan de vez en cuando a Paco, eran muy seguidores. Ahora ya nadie va a la tertulia a los cafés, pero piensa que la primera vez que Paco fue al Café Gijón estaba allí Cela y nada más verle, creo que fue Cela o Fernán Gómez, ahora no estoy segura, dijo: “Ha venido alguien que no es una persona cualquiera”. No sé si sería por la manera de caminar, de saludar o su altura porque antes la gente no era tan alta y Paco llamaba la atención.
¿Qué es lo que más le gustó a usted de Umbral?
La verdad, no sé, físicamente ya te digo que no era una persona corriente y tenía mucho sentido del humor, era muy alegre e irónico. Nos entendimos muy bien desde el principio y, además, siempre lo digo: Él me eligió y yo le elegí. Date cuenta, los amigos paseábamos por Valladolid, nos veíamos, nos sentábamos en un banco cerca de Campo Grande para poder vernos, no quedábamos en un café como ahora. Enseguida nos fijamos el uno en el otro, empezamos a salir y estuvimos juntos hasta el final.
¿Qué se necesita para estar tanto tiempo con otra persona y no cansarte?
No sé, supongo que no éramos muy exigentes, es que ahora no se soporta nada. Veo muchas parejas que se separan y me pregunto: ¿Acaso no tenían nada en común? Nosotros, claro, también pasamos malos momentos porque nos casamos, nos fuimos a León, allí estuvimos tres años y ¡nunca he pasado tanto frío como en León! (Ríe) Pronto nos vinimos a Madrid porque en ‘El Norte de Castilla’ hacía cosas, pero muy pocas, y fue aquí cuando empezó a tener más encargos gracias a la gente que conoció en el Café Gijón y, claro, a tener más dinero. Piensa que al principio, que no teníamos nada, vivíamos separados y yo trabajaba con los niños dándoles clases.
¿Y con esa familia seguía teniendo usted contacto?
Curiosamente no volvimos a tener contacto. Ni ellos me llamaron, ni yo tampoco llamé una vez que me fui.
Usted tiene seis hermanos, pero Umbral era hijo único, ¿eso se notaba en él y en su carácter?
Paco vivió una infancia rara, de hecho, habrás leído que su madre era una mujer soltera que tuvo la valentía de tener al niño. Piensa que en aquel momento mucha gente se deshacía de ellos de formas extrañas, pero ella no tuvo dudas, así que Paco vivía con su madre en casa de su abuela donde, además, vivía una tía suya: Delia.
¿Usted conoció a su madre?
No, pero a su tía sí. Una mujer a la que, además, Paco no le tenía mucho cariño porque era una mujer, no sé, como muy retorcida y creo que tenía una predilección más por los primos que por él. Creo que en el fondo, y es opinión mía, es que estaba celosa de su madre porque era una mujer muy elegante, guapa y ¡muy culta! Trabajaba de secretaria en el Ayuntamiento de Valladolid, mientras la tía lo único que sabía era coser la ropa para toda la familia.
Tengo yo mucha curiosidad por saber cómo se gesta la biografía que Umbral hace de Lola Flores.
Pues la verdad es que no me acuerdo. Pero, desde luego, Lola Flores era un personaje insólito, no era una mujer cualquiera, era una mujer con una personalidad, un temperamento, una belleza, una fuerza. No son así sus hijas, esa es la verdad, y además, son muy distintas entre ellas. Lola era una mujer sorprendente, especial.
¿Ha leído toda la obra de Umbral sin excepciones?
¡He leído todo! Las pruebas que venían de la editorial para corregir siempre las leía yo, así que, de entrada, podía leerlo todo antes de publicar. Por otro lado, también te digo que había siempre muy poco que corregir, esa es la verdad. En ‘La noche que llegué al Café Gijón’, por ejemplo, Paco cuenta también todas las relaciones que había con los editores, las editoriales, etc. Ya sabes que él comenzó con Destino.
Sí, lo sé. Además, Destino ahora sacará un libro con las cartas entre Umbral y Miguel Delibes.
Sí, va a salir pronto, todavía están corrigiendo. Es curioso que los dos guardaran estas cartas, yo pensé que sólo teníamos unas cuantas porque con tantos cambios de casa… Sin embargo, buscando y buscando un día me encontré un paquete con las cartas de Delibes. Imagínate, claro, se escribieron durante muchos años, así que hay muchísimas cartas, aunque las de Paco se leen un poco mejor porque están escritas a máquina y las de Delibes están manuscritas. Saldrá un libro muy original porque, además, sé que están cuidando todo mucho.
Haciendo balance. ¿Usted ha sido feliz?
Sólo te puedo decir que siempre me he dejado llevar. Aparte de la desgracia del niño –su hijo ‘Pincho’ muere de leucemia a los seis años–, nunca nos hemos sentido con problemas, nos hemos adaptado muy bien siempre al momento. Como te decía, al principio de venir a Madrid lo pasamos muy mal porque no teníamos dinero, pero nos adaptamos.