LA BUENA SOCIEDAD

Flanigan: cenas que se saborean en Mallorca

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Hay cenas que se saborean. Otras que se recuerdan. Y luego están las que se cuentan, como la que vivimos anoche en Flanigan, ese restaurante de Puerto Portals con tantas historias que contar que casi nunca se cuentan. No hablo de cuentos chinos truculentos, ni nada por el estilo, hablo de historias de la buena vida y de la discreción que la casa siempre ha procurado para sus clientes.

Tras ese silencio que ha sabido guardar su propietario, Miguel Arias, hoy también lo hace su hija, al mando de la casa, está un respeto por todos aquellos que buscamos un lugar seguro donde sentirnos en casa. Un servidor como periodista de siempre ha sido observado con atención por si se le iba la pinza. Procuro que no ocurra, aunque una foto inocente a una gran dama de nuestra sociedad me causara algún sofoco en mi opinión innecesario.

Quiero decir con esto que en esta casa donde he visto a los más grandes cenando tranquilamente, la naturalidad del buen comer en buena compañía se respeta desde siempre con elegancia.

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Mamen Spínola, Carlos Seguí, Maite Arias, Àngels Mercer, Ágatha Ruiz de la Prada, Mayte Spínola, Belén Blanco, Juanjo Fraile y Esteban Mercer, en Flanigan de Puerto Portals.

La discreción, o saber administrar lo que se cuenta de estos lugares que pasarán a la historia porque ha hecho historia, no es fácil de manejar. Pero hay que aprender a hacerlo para que los grandes, los que interesan, los que nos regalan eso tan raro de explicar que es el glamour siga existiendo.

En Flanigan uno se siente en casa y los Mercer Palou lo supimos valorar desde que lo conocimos. Hemos celebrado nuestros cumpleaños o los de nuestros amigos y hemos sido convidados infinidad de veces por personas que sienten la casa mucho más que nosotros. Así que para la cena de anoche, para amigos especiales por motivos que no les voy a contar, no había duda. Todos sentían ese lugar como el de toda la vida, al que deseaban volver porque en él no hay sorpresas, las mesas siguen igual, el ambiente ha evolucionado poco a poco, pero lo ha hecho con sabiduría, se come bien y el servicio es bueno, cosa rara hoy en día donde cualquier camarero te llama bro.

En fin, qué les voy a contar que no sepan de lo difícil que es todo hoy en día, así que felicito a la casa por estar ahí como siempre lo ha estado, sin aspavientos.

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Esteban Mercer junto a Carlos Seguí y Maite Arias.

Convocados por la excusa perfecta -una picada «ligera», que en Flanigan significa banquete de altura-, nos sentamos a la mesa algunos de los nombres que han puesto y siguen poniendo color, arte y alma a estas crónicas que tanto disfruto a pesar de que son una lección dura que se convierte en reto diario. Nos sentamos a la mesa personas que han aportado mucho a la vida de todos, o al menos a la mía, que no es poco. Así que les describo con brevedad los que hicieron de la noche un momento del verano de siempre. Sin aspavientos de ningún tipo.

La amiga y siempre maravillosa Mayte Spínola, matriarca del arte contemporáneo con mirada serena y alma inquieta, presidía la velada con su elegancia natural. A su lado, la encantadora Mamen Spínola, su hermana artista también y durante tantos años volcada en ayudar a otros en su formación, con el estilo académico que tanta seguridad da frente a un lienzo en blanco. Sus composiciones son bellísimas. Mamen es tan cercana como sofisticada, con la sonrisa de quien sabe disfrutar de lo bueno.

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Mayte Spínola y su hermana Mamen.

Y claro, cuando Ágatha Ruiz de la Prada entra en escena, la noche se tiñe de color, de casta inteligente y de risas sinceras. Imposible no rendirse a su magnetismo, pero anoche estaba como amiga, de las que se te acercan cuando lo necesitas. Llevo ya a tres señoras estupendas y de la mejor casta. Sigo con la cuarta, la empresaria y amiga del alma Maite Arias, divina y discreta, era la cómplice perfecta en esa conversación donde las conversaciones se cruzaban sin pedir permiso. Mientras tanto, Nacho Rossic, relajado, aportaba ese toque de ironía elegante que tanto se agradece entre brindis.

Ernesto Rodríguez, impecable y siempre en su sitio, anoche estaba también relajado, recién llegado de un viaje agotador, pero no se perdió ni una anécdota interesante. Había mucho bueno que escuchar siendo artista. Y por supuesto, Carlos Seguí, un tipo admirable que ha sabido crearse un lugar importante en la más complicada de las profesiones enfocadas al lujo atómico en forma de casa, pese al privilegio de nacer en buena familia que aseguraba buen futuro. Àngels Mercer -sí, mi adorada hermana y mi mejor amiga- disfrutó de la velada desde un lugar privilegiado.

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El artista Ernesto Rodríguez.

¿Y Eduardo? Nadie recordaba del todo su apellido, pero todos querían sentarse a su lado. Así es la verdadera distinción: cuando tu presencia basta.

La picada de Flanigan fue un desfile de clásicos: jamón ibérico cortado con la precisión de un joyero, croquetas de ensueño, tortilla que se deshacía en suspiros y pimientos. De segundos, pescado o carne, ya para acabar la riquísima e indispensable tarta de manzana. Única.

De fondo, los yates, las luces del puerto mientras las conversaciones fluían sin prisa. Nada forzado, incluso la temperatura perfecta. No se habló de política ni de cotilleos: se habló de arte, de viajes, de todo menos de lo que se habla en los insufribles telediarios. Y cuando menos lo esperaba aparecieron a saludar Juanjo Fraile y Belén Blanco, pese a que están agotados tras la edición de su Talentya que les conté la semana pasada.

En Flanigan, las otras mesas estaba llenas de gente con buena pinta en el mismo plan que les he contado, que es el de casa de hoy, más cuando se juntan las personas adecuadas, no hay necesidad de exagerar nada: la magia sucede sola en estas noches de verano de toda la vida.

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