Antes era una fea mole de hormigón en Barcelona, hoy es un reconocido icono arquitectónico y artístico
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En los años setenta, España vivía un contexto de cambio en lo político y lo social, y la arquitectura no fue ajena a esa transformación. El brutalismo y los experimentos urbanísticos marcaron una etapa en la que surgieron proyectos que buscaban responder a los problemas de la vida urbana de entonces. Entre ellos, un icono arquitectónico destacó por su audacia formal.
Ese proyecto terminó materializándose en un edificio monumental que en sus inicios generó tanta fascinación como rechazo. Con el paso del tiempo, y tras un complejo proceso de rehabilitación, se ha convertido en un edificio de culto. Hoy se reconoce no sólo por su peculiar estética, sino también por lo que representa en la historia de la arquitectura moderna en España.
De ser una fea mole de hormigón a un icono arquitectónico y artístico
El Walden 7 es el gran protagonista de este artículo. Radicado en San Justo Desvern (Barcelona) nació en 1970 como parte de una investigación colectiva del Taller de Arquitectura de Ricardo Bofill. El grupo lo integraban profesionales de disciplinas diversas: arquitectura, filosofía, sociología, ingeniería e incluso poesía.
La idea era crear una ciudad vertical donde las viviendas se combinaran con espacios comunitarios, generando un entorno de convivencia distinto al modelo tradicional de familia nuclear.
El nombre del proyecto está inspirado en Walden dos, del psicólogo Burrhus Frederic Skinner, y en Walden, de Henry David Thoreau. Ambas obras plantean modos de vida alternativos, organizados en comunidades con fuerte identidad colectiva.
Bajo esta premisa, el Walden 7 se concibió como un edificio donde la interacción vecinal fuese parte esencial de la experiencia residencial.
La propuesta inicial contemplaba varios bloques y una gran superficie destinada a zonas comunes, pero por motivos económicos sólo se levantó uno de los edificios previstos.
Aun así, el resultado fue una construcción de 18 torres interconectadas, con siete patios interiores, pasarelas, puentes y terrazas. El conjunto, que parece un laberinto, buscaba materializar la idea de comunidad en un espacio físico.
El brutalismo como lenguaje de este ícono arquitectónico
El Walden 7 se inserta dentro del brutalismo, un estilo caracterizado por el uso del hormigón, los volúmenes geométricos y la ausencia de ornamentos. En este caso, la apuesta fue más allá: el edificio combina líneas rectas y curvas, colores intensos y una disposición modular que rompe con la uniformidad.
La fachada, de tono rojizo arcilloso, contrasta con el azul de los patios interiores y otras áreas comunes. Los pasillos y corredores se cruzan en varios niveles, generando un efecto visual complejo. Cada módulo básico mide 30 m² y puede unirse a otros para formar viviendas de distintas dimensiones, desde pequeños estudios hasta dúplex.
Con este diseño, el Walden 7 ofrecía una alternativa a los barrios de bloques homogéneos que proliferaban en la periferia de Barcelona durante el franquismo. El edificio proponía densidad habitacional sin renunciar al contacto social, la luz natural y los espacios abiertos.
Problemas y rehabilitación del Walden 7
La construcción del Walden 7 no estuvo exenta de dificultades. El proyecto se levantó con un presupuesto reducido y una financiación poco convencional.
En 1980, apenas cinco años después de su inauguración, aparecieron problemas graves en la estructura: desprendimiento de baldosas, humedades y grietas en las viviendas. Durante años, una red cubrió la fachada para evitar accidentes.
La crisis financiera de la empresa promotora impidió completar el plan original, y las administraciones locales asumieron parte de la responsabilidad. No fue hasta 1995 cuando se realizó una rehabilitación integral, que costó alrededor de 6 millones de euros. Esta intervención permitió mejorar la envolvente del edificio, la climatización y la seguridad estructural.
Tras esa reforma, el Walden 7 consolidó su posición como pieza clave de la arquitectura moderna. El tiempo transformó la percepción de la obra, que pasó de ser vista como una mole problemática a ser reconocida como un ejemplo singular de innovación arquitectónica.
Arte, cultura y vida comunitaria alrededor de esta obra del brutalismo
El Walden 7 no es sólo un edificio residencial. Su impacto cultural ha sido notable en la literatura, el cine y la crítica arquitectónica. El poeta José Agustín Goytisolo, que vivió allí, dedicó versos al complejo.
En la novela El amante bilingüe, de Juan Marsé, aparece descrito como una fortaleza roja y misteriosa. Incluso el Museo de Arte Moderno de Nueva York lo incluyó en una retrospectiva sobre la obra de Ricardo Bofill.
Dentro del edificio se han desarrollado dinámicas comunitarias singulares. Los vecinos, conocidos como waldenitas, llegaron a organizar actividades colectivas, fiestas y hasta un fondo solidario del 0,7% para ayuda al desarrollo.
Con el tiempo, la rotación de inquilinos y los cambios sociales han transformado parte de esa vida en común, pero aún persiste una identidad colectiva vinculada al lugar.
El Walden 7 cuenta con piscinas en la azotea, terrazas, zonas de recreo, comercios y espacios de encuentro que siguen alimentando el sentido de comunidad. La arquitectura, en este caso, ha condicionado las formas de convivencia, reforzando la idea de que el espacio físico influye en la vida social.
La proyección internacional del Walden 7
Hoy el Walden 7 es considerado un icono arquitectónico no sólo en España, sino también en el ámbito internacional. Ha sido objeto de exposiciones, documentales y publicaciones académicas que analizan su valor como experimento social y como obra de diseño.
Su estética inusual y su historia de rehabilitación lo han convertido en un referente de la arquitectura brutalista reinterpretada.
En su aniversario número 50, el edificio celebró su trayectoria como símbolo de una época y de una manera distinta de pensar la ciudad. Así, situado junto a la antigua fábrica de cemento que alberga el estudio de Bofill, el Walden 7 forma y formará por siempre parte de un paisaje urbano singular, donde pasado industrial y vanguardia arquitectónica conviven en un mismo entorno.