OPINIÓN

Trump no es Rigoberta Menchú

Trump no es Rigoberta Menchú
  • Carlos Esteban
  • Columnista de Internacional. Quince años en el diario líder de información económica Expansión, entonces del Grupo Recoletos, luego en Intereconomía, donde fundó el semanario católico Alba, escribió opinión en Época, en La Gaceta y ahora como freelance en OKDIARIO.

Sentencia la Segunda Ley de Conquest que toda institución que no sea explícitamente conservadora acaba siendo de izquierdas, y eso va a misa. Le pasa a Eurovisión, por ejemplo. Y le pasa al Nobel, qué le vamos a hacer, que solo es verdaderamente prestigioso en las ciencias duras, en esas en las que es difícil encontrar sesgo ideológico.

El de la Paz, en cambio, es excusa perfecta para la señalización de virtud izquierdista. No vale para enterarse de quién ha hecho más esfuerzos por la paz, pero sí para ver qué personaje está de moda en el panorama progre internacional.

El dilema noruego es el siguiente: no hay hoy conflicto más antiguo ni más aparentemente insoluble que el de Oriente Próximo. Rebajando la exageración trumpiana de los 3.000 años, lleva desde el 48 enquistado en el Levante mediterráneo, y desde entonces no ha habido gobernante que se precie que no tenga en el cajón un plan para resolverlo, siempre sin resultado.

Esa es la premisa: quien resuelva ese conflicto es como en la Bretaña legendaria quien consiga sacar la espada Excálibur de la piedra. Si un acuerdo de paz entre Israel y los palestinos no merece un Premio Nobel de la Paz, el Nobel de la Paz no significa nada, no representa nada. Se desprestigia a sí mismo.

Pero el Comité Noruego que concede el premio lleva décadas, desde que tengo uso de razón, premiando causas políticamente correctas, es decir, de izquierdas. El galardón concedido en su día a ese fraude de activismo indígena llamado Rigoberta Menchú fue una triste broma, y el otorgado a un Obama que aún no había iniciado siquiera su mandato (que se saldaría con siete países bombardeados) superaba con creces el calificativo de grotesco.

La idea de que un grupo así pudiera conceder premio alguno a la bestia negra de la izquierda internacional, a la némesis del globalismo biempensante, Donald Trump, era una píldora demasiado difícil de tragar. Aunque hubiera logrado la conversión de Genghis Khan en un fraile franciscano.

Pero el clamor era tal y la ocasión tan evidente que tampoco podían los de Oslo malbaratar definitivamente el premio con algún desharrapado izquierdista, sería demasiado obvio: la Flotilla, por ejemplo. Así que el comité optó por María Corina Machado, presumiendo que así la derecha mundial no se le tirará encima.

Uno puede pensar de Trump lo que quiera, y aquí no hemos sido especialmente suaves con el presidente norteamericano, pero con lo que ha hecho merece recibir el Nobel de la Paz cada año hasta que muera. Otra cosa es que el Nobel merezca la hazaña de Trump.

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