Trump no estaba loco

Trump no estaba loco

Lo ocurrido esta semana con el reconocimiento de Joe Biden y de su administración de darle veracidad a la teoría del origen del coronavirus en un laboratorio de la ciudad china de Wuhan es la demostración más palpable de que la izquierda y sus satélites mediáticos se han convertido una vez más en los cazadores cazados. Hace poco más de un año, el entonces presidente Donald Trump y su administración comenzaron a responsabilizar a Beijing por la rápida propagación del virus y sugirieron que el coronavirus había salido de un laboratorio en Wuhan, la ciudad donde se descubrió por primera vez.

La mayoría de las voces dominantes en la izquierda política y mediática estadounidense e internacional ignoraron la retórica de Trump, y trataron de desacreditarlo. Ni siquiera ningún país aliado, ni en Europa, ni fuera de ella, se sumaron a las tesis mantenidas por el entonces presidente.

Pero ahora todo eso ha cambiado. Australia se enteró de que tres científicos de dicho laboratorio se habían contagiado justo un mes antes de que el virus impactara sobre la población general de Wuhan y así se lo hicieron saber a Joe Biden. El presidente estadounidense concedió esta semana un plazo de 90 días a sus servicios de inteligencia para que recaben toda la información sobre el origen de la enfermedad y se la hagan saber.

Los mismos aliados de Biden que otrora condenaban la actitud de Trump respecto a la Organización Mundial de la Salud, y se lanzaban a protegerla, ahora le piden al organismo internacional que investigue nuevamente el origen del virus.

A todo ello hay que sumar que los ciudadanos hemos tenido que soportar que Facebook y Twitter censuraran, vetaran, fustigaran a Trump, le cerraran sus cuentas y resulta que él no era el conspirador, sino que quienes se sentían conspirados eran los verdaderos conspiradores. Al igual que los brazos mediáticos ‘fake’ de la izquierda occidental (léase The New York Times, The Washington Post, The Guardian, El País, etc.) que con su actitud inquisitorial y mezquina se están tragando desde hace una semana uno de los mayores sapos de la era Trump.

Medios y políticos forman parte del ejército de propagandistas del pensamiento único y de la corrección política, que desde su púlpito globalista tratan de adoctrinar a las masas para conformar un rebaño de ovejas pastueñas, manipulables y obedientes que traguen todo lo que les echen. Pretenden que escuches sin rechistar las palabras de Greta Thunberg en sus habituales ejercicios de ‘cuñadismo’ hablando de lo que sea, calentamiento global o coronavirus, pero que te sumes al juego de desacreditar al presidente de los EEUU siempre que sea un republicano y se llame Trump.

Son también los mismos negacionistas de la pandemia. Los que dicen seguir la ciencia, pero negaron la verdadera dimensión de la enfermedad; los que dijeron que las mascarillas no valían para nada; quienes arremetieron contra Ayuso en España por cerrar los colegios al principio de la pandemia; los que mantienen encerrados en la Comunidad Valenciana y en Baleares a sus ciudadanos sin evidencia científica que les respalde; los mismos que ordenaron el cierre de la hostelería sin mostrar los informes científicos que apoyaran sus iniciativas. Y así podríamos seguir.

El origen del coronavirus es el último ejemplo de una izquierda mediática y globalista que se arroja el respaldo de la ciencia, de una ciencia que cuando no existe se la inventan para que la realidad no estropee su relato.

 

 

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