Trump: lo personal es político

Trump, opinión

Trump le ganó el debate a Kamala. Es el titular que ahora te piden los medios, más allá de la contienda dialéctica en sí y las estrategias usadas por los contendientes políticos y sus equipos de campaña. Sólo importa lo sucedido si hay un ganador. Porque de eso se trata. Y en la patria de Washington, donde todo se mide en decibelios de éxito y fracaso, vencer es la única manera de convencer por KO.

Ganó Trump porque fue mejor y más convincente, aunque escuchen a pseudo expertos analistas de comunicación política decir que los gestos de Kamala eran molones y el tono de Trump, histriónico. Porque allí no votan por las manos abiertas del candidato ni deciden en función de las veces que uno de ellos interrumpió o se rascó la nariz. Eso lo dejamos para el universo hispano, más propenso al esnobismo y la cháchara de gurú.

Llegó Trump al atril con la estela henchida por los datos que las encuestas le dan y por el recuerdo de su gestión, evidencias que sólo una campaña electoral mal enfocada puede destrozar. Anda la wokesfera angustiada en Estados Unidos por si el fallo en Matrix que les alteró los planes de 2016, vuelve a producirse. La diferencia con aquel entonces es que ahora, Trump, no llegaría por sorpresa sino por necesidad, y han puesto todos los esfuerzos mediáticos y narrativos para impedir que eso ocurra. La opción Kamala no era la peor, era la única decente dentro del paradigma demócrata woke. Controlable, bizcochable y con el perfil perfecto para sacar rédito a las causitas: mujer, negra, de familia inmigrante, hecha a sí misma, y demás retahíla trilera del negocio victimista.

La desastrosa gestión de Biden y sus ventrílocuos (quienes fueran que guiaron sus pasos, que no su discurso y actuaciones), que le convirtieron en uno de los peores presidentes de la historia de Estados Unidos en términos políticos, sociales y económicos, tendría su continuidad en Kamala, quien prefiere que se le llame por el nombre, a diferencia de su mentor Obama, el líder retórico (tan buen orador como pésimo comandante en jefe) que, junto a los Clinton, mueve los hilos de un partido abocado al socialismo a la europea que tanto detestan en la patria del we, the people.

A Kamala, que se apellida como un capitán de policía de barrio chungo neoyorquino, -Harris-, se le advierten como posible presidenta las mismas virtudes que como segunda: ninguna. Su candidatura fue la respuesta del establishment woke (Soros-Gates-Zuckerberg) a la segura derrota de la débil y senil marioneta que durante cuatro años han tenido y entretenido en La Casa Blanca. Eso demuestra que, a esa edad y con ese nombre como enclave, sólo se puede gobernar el Madrid.

Bajo tal contexto, el debate del pasado martes demostró que el único programa que tiene Harris es el aumento del gasto estatal. En todo y por todo. Y ya sabemos a qué conduce eso y a qué ideas, tradicionalmente rechazadas en el país de la libertad y el libre mercado. Mientras Trump, que ya no necesita presentarse ante la nación, sino sólo convencer a los indecisos, demostró control de lo que preocupa al estadounidense medio, con la economía en cabeza y la inmigración ilegal en segundo lugar, Kamala, tanto en las réplicas como en las apelaciones directas, se dedicó a tartamudear su argumentario con muecas y silencios, sobre todo en cuestiones morales que aún siguen representando una opción importante en el sector más conservador, que en muchos estados también vota demócrata.

El candidato republicano debe, sin embargo, pulir algunas aristas discursivas que hace dos legislaturas causaron cierta simpatía, pero ahora pueden jugar en su contra si no articula mejor su narrativa de propuesta, más allá de auditorias a la gestión de Biden. Por ejemplo, debe huir del abuso al cuerpo a cuerpo y reducir, si no abandonar, los ataques personales. Tanta respuesta ad hominem desenfoca el propósito con el que llegó a gobernar hace ocho años: devolver a la clase media americana su orgullo de pertenencia frente a la burbuja elitista de la progresía de penthouses californianos y áticos en Manhattan.

Por ahí, puede escaparse la victoria frente al nuevo orden que desde la wokesfera intenta imponerse. Sólo para los muy cafeteros: Trump se fue de la presidencia en 2020 sin declarar, participar o impulsar ningún conflicto bélico o intervención armada en el mundo. Antes y después, con los pacifistas Obama y Biden, hemos tenido Siria, Ucrania, Gaza o Yemen, por citar algunas de las guerras declaradas. Hace tiempo que en la América real no buscan ser la policía del mundo, sino mantener el sueño que su Constitución enmarcó desde que un abogado virginiano gritó a los británicos «dame la libertad o dame la muerte». La cosa iba bien hasta que llegaron los deconstruidos y convirtieron la Universidad y sus aulas en un campo experimental de inversión y decadencia moral. Kamala es su nueva marioneta. Pero no es personal, sólo político.

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