Los tribunales de excepción de Rita
Fue necesario llenar una catedral para abochornar a algunos compañeros de partido que, a su paso, vaciaron durante sus últimos meses de vida los pasillos del Congreso. Vi a alguno de ellos esconderse el lunes en el responso por la alcaldesa de Valencia. Aprovechando el hueco de los confesionarios del templo, aunque ninguno entró dentro de ellos. Vi a Margallo, quien hace unos días huía de Rita a la salida del Parlamento al escuchar el “Margui, no me has saludado”, pasearse solemne y protocolario hasta primera fila, esa a la que el político se lleva la fiambrera para asegurarse la existencia. Y, delante de todos ellos Cañizares, que ofició el fin de los tribunales ilegítimos donde se legisla la primacía moral. Allí dentro estaba la calle. La beata y la atea. Limpiando el barro de la propaganda a una figura política histórica. El vertido por Mediaset, el Gobierno tripartito de izquierdas, el de colegas, e incluso el de la nueva nada maniquea de Ciudadanos que, con el fin de adornar su salita mediática, exigió a Mariano su cabeza.
Tres mil valencianos derrumbaron en aquel lugar los tribunales de excepción franquistas de aquellos que se dicen antifranquistas y que hoy gobiernan Valencia. Como el dictador, estos caudillos de manual también piensan que la justicia, además de ser circunstancial, sólo puede ser impartida por ellos. El actual alcalde de Valencia, Joan Ribó, y Mónica Oltra, vicepresidenta de la Generalidad valenciana que hace unos días se declaraban consternados por la muerte de la alcaldesa, fueron los impulsores de la denuncia y campaña de acoso que costó a Barberá la alcaldía de Valencia en mayo del 2015: #RitaLeaks. En ella Ribó y Oltra incluyeron conscientemente facturas y tiques de restaurantes de antiguos ediles del PSPV y socios de Gobierno entre los que se encontraban la ex ministra Carmen Alborch, Mercedes Caballero y Vicente González Móstoles, como gastos de la propia Rita. Posteriormente la Fiscalía del Tribunal Supremo tumbó la denuncia y eximió a la alcaldesa, pero los tribunales de justicia llegaron mucho más tarde que los tribunales de excepción franquistas de Joan Ribó y Mónica Oltra.
Y después llegó la justicia impartida por Ferreras y el teleprompter de Mañanas Cuatro. Recuerdo los directos de periodistas de medios valencianos hiperventilados con dinero público por el actual tripartito ejerciendo como acusación pública. Y recuerdo a ‘La Nines’ por excelencia de aquella campaña podemita empotrada en la casa de la alcaldesa, se llamaba Loreto Ochando. Sus intervenciones y titulares: «Salvo que Rajoy la obligue, Barberá no se va ni con agua caliente». “Mira, esta mujer ha salido viva de la rueda de prensa». «A Barberá le va a dar vueltas la cabeza como la niña del exorcista. Estoy convencida de que acabará cayendo».
Y, a pesar de ser emérita, la figura de Rita todavía sigue sujeta a esos tribunales de justicia en los que a falta del vivo que subsidiaba a la jauría sólo queda confiar en la prestancia económica del morbo que éste levanta. En los vídeos de una anciana abandonada y desvalida. Una Rita que jamás existió en 24 años de gobierno. Porque el suyo fue el liderazgo de una derecha que ya no existe por renuncia voluntaria: bronco por su renuncia a la corrección política, abrupto para dificultar el acceso al rival ideológico. Provocador e incitante al odio del enemigo.