Sánchez detesta a la Corona (y también a Felipe VI)
Poca gente, realmente muy poca, sabe de las relaciones internas entre el Monarca felizmente reinante (a estas fechas hay que rescatar esta vieja expresión) Felipe VI y su presidente del Gobierno del Frente Popular, Pedro Sánchez. Algún día se sabrán, porque se sabrán, los pormenores del proceso que ha terminado, provisionalmente, con la estancia de Don Juan Carlos en España, pero les adelanto esto que desde luego no tiene vocación de exclusiva. La fórmula elegida por el dúo Sánchez-Carmen Calvo consistió en articular, primero, una campaña a favor de la salida; segundo, en depositar en la Casa del Rey la decisión de la marcha y tercero, en, con un desahogo brutal, depositar en esta Casa la fecha de salida. Contaré algo de primera mano: en los principios de julio, nadie en Zarzuela creía que la situación se complicaría de tal forma como para que Juan Carlos I tuviera que abandonar nuestro país. Es más, en los aledaños de Felipe VI se negaba que su padre se hubiera comportado como un mercachifle a la caza de cualquier comisión, y más aun, se recalcaba que si al fin se marchaba el Rey anterior de España volvería en cuanto fuera llamado por la Justicia. Alguien que en una ocasión gastronómica escuchaba estas apreciaciones preguntó con suma inocencia: “Y, ¿no volverá hasta entonces?” La respuesta, al más puro estilo Sabino Fernández Campo, fue ésta: “No hay que descartar nada”.
Por aquel entonces, Don Juan Carlos, que permanecía muy tranquilo, confesaba a los pocos con los que se trataba que lo que más le dolía es que “me quieran echar de la que ha sido mi casa durante cincuenta años”. Lo decía muy en privado y consultaba qué hacer con asesores antiguos, algunos de los cuales también habían recibido en su momento la consulta de su abdicación. Alguno se asombrará, pero quien quizá fue la primera persona que se enteró de los propósitos del Rey de abandonar su responsabilidad y dejarla en manos de su hijo, fue el teniente general Sanz Roldán, entonces todavía preboste único del CNI. El Rey emérito, que no ha sido nunca un ejemplo de contención dialéctica, a veces se ha lamentado de las “traiciones” de alguno de sus contertulios, por lo que ahora, dentro y fuera de España, es mucho más precavido. Estos días, también se sabe, algunos de sus colegas de actividades marinas han sido asaetados para conocer el paradero de su patrón, pero ninguno de ellos ha soltado prenda. Por ejemplo, el regatista Pedro Campos, con el que tantos periplos ha surcado, se enroca cuando es preguntado y sólo responde así: “Yo con el Rey sólo hablo de vela”. Y puede que sea verdad.
O sea, que por este lado no busquemos noticias sobre la ubicación del que fue nuestro Rey durante casi cuarenta años. Preguntando en otras instancias, le han sugerido a este cronista que tampoco es imposible que Felipe González, el presidente que, sin duda, ha sido el más amigo de Don Juan Carlos, sepa algo sobre el particular. Lo diré sin ambages: González tiene archivados, para morirse con él, mil secretos de la vida del que fue su Monarca, algunos de ellos perteneciente a la que podríamos llamar la “actividad financiera del Rey”. De todo aquello hablaba y no acababa en sus últimos tiempos el general Fernández Campo. Tenemos constancia de ello. De Aznar sin embargo no hay noticias, ninguna, hasta el punto de que muchos extrañan/extrañamos su silente comportamiento en este episodio. Las relaciones entre Don Juan Carlos y el presidente que fue durante ocho años fueron sólo correctas; la raigambre castellana de Aznar, hierática y poco confianzuda, emborronó los diálogos muchos veces entre los dos. Eso se conoce también de buena tinta. ¿Y Zapatero? De ese no hay información alguna que merezca destacarse.
Sí de Sánchez. ¿Qué hay de Sánchez respecto a Felipe VI? Pues dos evidencias, que existe un Sánchez colaborador y hasta pelota en las cercanías del jefe del Estado, y otro que, apenas sale de sus despachos en la Zarzuela, se comporta como un fan de los propósitos de sus aliados del Frente Popular: de Podemos y de Iglesias, el monarquicida. Cada palabra de Sánchez sobre la Corona es en realidad una trampa. Su versión es la de un renacido “vivo sin vivir en mí” que aparenta lealtad institucional, pero que rezuma alejamiento y malestar con la Corona constitucional y muy precisamente también, según informaciones reales, resentimiento por el aguante que tiene Felipe VI en todas las ocasiones. Se cree el tipo que la resistencia es un atributo únicamente suyo. Al presidente, en su ambición, le viene corto el cargo; es como Azaña, salvando, claro está, todas distancias intelectuales posibles: un personaje que nunca se conformó con presidir el Consejo de Ministros. Pero, recuerden esto: cuando pegó un salto y ocupó la máxima Magistratura de la República, fue un auténtico desastre. Lo reconoció él mismo. Tenía, eso sí, una ventaja sobre Sánchez: el Azaña persona siempre, a la postre, detestó al Azaña presidente. Al contrario Sánchez sólo se detesta cuando piensa que no puede ocupar la Zarzuela. Por eso tiende al Rey continuos cepos. Y perpetra embustes sin cuento.
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