Sánchez, un aprendiz de ajedrez

Sánchez, un aprendiz de ajedrez

Sigue retumbando todavía en las paredes de nuestras fronteras el ridículo tan espantoso, a la par que bochornoso, que esta semana han propiciado dos de los tres personajes más ensimismados de la política española: Pedro Sánchez e Inés Arrimadas.

El primero, presidente del Gobierno, es aficionado de ‘House of Cards’ desde que se descabalgó del Peugeot ‘progre’ y se subió al Audi A8 de la ‘red set’. Lo que ocurre es que mientras el personaje de Kevin Spacey, mucho más inteligente, se basta de dos o tres esbirros, el presidente español necesita un ejército de 347 asesores bien instalados en La Moncloa. Pero ni por esas, ni por aquellas, Sánchez termina una jugada.

Aún guardo en la memoria esos reportajes periodísticos embestidos de thriller político que esta semana cualquiera pudo leer en muchos medios monclovitas. Unas noticias que describían a Félix Bolaños, rasputín segundo de rasputín primero, como un verdadero ‘crack’ que había orquestado la operación con su jefe, Iván Redondo desde hacía meses. O José Luis Ábalos, el secretario de Organización socialista, quien también se prodigó en medios para colocarse las medallas y llevarse el trofeo. Y a medida que se extendieron rumores de que la moción no estaba garantizada, el mismo jueves, los rasputines monclovitas se quitaron de en medio para que la excrecencia impactara de lleno en la cara del ministro valenciano. Pero realmente impactó en todos ellos.

Sánchez y sus rasputines llevan jugando también al ajedrez desde que llegaron al poder en 2018 y no paran de errar en sus movimientos. Convocaron segundas elecciones en 2019 con el objetivo de que Sánchez pudiera conciliar el sueño sin tener que compartir habitáculo con el ‘marqués de Galapagar’ y de ahí terminó saliendo el primer gobierno europeo con comunistas desde la caída del Muro de Berlín. Meses después Sánchez mandó a galeras a los socialistas gallegos y apenas ganó un escaño en el País Vasco.

Ni qué decir de la enlatada campaña del ‘Efecto Illa’ en Cataluña. Más evanescente que efervescente, Sánchez quemó a Salvador Illa en Cataluña a través de una operación calamitosa que no sirvió más que para sacar pecho por la derrota de otros que por méritos propios. Illa no arrasó, lo que ocurre es que se benefició del estropicio del PP y de Ciudadanos. Sólo sacó 45.000 votos más que en 2017, lo que para unas elecciones donde participan 2,8 millones de electores es una cifra ridícula.

Sánchez es tan mal estratega como gestor. Su compañera de baile esta semana, Inés Arrimadas, es también una nefasta estratega. Cometió dos errores de manual. El primero pedirle a la vicepresidenta del gobierno murciano, Isabel Franco, que se inmolara para ceder paso a su rival política en el partido, Ana Martínez Vidal. En segundo lugar, creer que tras los devaneos del último año con la consiguiente fuga de lo mejor que tenía, podía triunfar con una decisión tan disparatada, innecesaria como arriesgada.

Adolfo Suárez también intentó pactar con el PSOE en 1990 cuando veía que el PP de Aznar le iba comiendo terreno. Como ocurre ahora. La gran diferencia es que el primer presidente de la democracia española no prostituyó a su partido como sí ha hecho Arrimadas al intentar pactar en Murcia con un partido socialista que tiene a un secretario general encausado por prevaricación y con un partido socialista que firma acuerdos con independentistas, comunistas y filoetarras.

A los tres años de su giro hacia el socialismo, el CDS terminó feneciendo en las generales de 1993 cuyo rédito se lo llevó en gran medida el PP y, de manera total, en las elecciones generales de 1996. Estamos en la antesala de la repetición de la historia. La diferencia es que Arrimadas no es Suárez, y Sánchez no es Felipe González. Ni siquiera se le parece jugando al billar.

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