Salt, la punta del iceberg

En junio del 2012 estuve en Salt. Había visto que una vecina había colgado en Facebook una foto con un mensaje en catalán que, entre otras cosas, decía: «No me gusta que la política haya convertido Salt en un gueto». «No me gusta sentirme forastera en mi casa», añadía. ¡En el 2012! Han pasado doce años.
La verdad es que se había hecho eco de ello el entonces líder de Plataforma por Cataluña, Josep Anglada, que había conseguido cinco concejales en Vic en el 2007. El otro día lo entrevisté: «Vamos tarde con el tema inmigración», me dijo. Y hasta en tres ocasiones en veinte minutos.
También aseguró que «no se integrarán», en alusión al colectivo magrebí. «Yo veo a chavales de quince años con chilaba», justificó. E insistió en un detalle: «cuando empecé en las escuelas de Vic había quince chavales de aquí y cinco de fuera, ahora es al revés».
La chica en cuestión tenía una tienda -creo recordar que de fotocopias- y había decidido cerrarla por los motivos citados. Se iba a mudar, me parece que a Sant Feliu de Guíxols, en plena Costa Brava. Ahí no hay inmigrantes. O no tantos. Hay turistas.
No puede juzgarse nunca a una persona por la cara. O por el atuendo. Pero ni siquiera me pareció votante del partido de Anglada. Más bien la situé en la izquierda. Quizá en Iniciativa, el antecedente de los Comunes.
Esto, como decía, fue hace casi quince años. El porcentaje de extranjeros en Salt no ha parado de crecer desde entonces. En el 2024, según datos oficiales de la propia Generalitat, superaba ya el 37%. Más de 12.000 en una población de unos 34.000 habitantes. Aunque siempre son más porque los sin papeles no salen. Y los nacionalizados dejan de salir.
Por eso, es la punta del iceberg. Dos noches consecutivas de disturbios y el intento de asalto de la comisaría de los Mossos lo confirman. Al menos durante esas horas, Salt se convirtió en una zona no-go, aquellas en las que las fuerzas de seguridad tienen difícil actuar.
No es la única, me temo. En Rocafonda, tuvieron que salir coches de la policía local por patas porque quisieron multar a un coche aparcado en doble fila en octubre del año pasado.
El barrio de Mataró se hizo famoso por ser el de Lamine Yamal. Incluso algunos medios destacaron su «diversidad». Pero la estrella naciente del Barça se ha mudado a otro sitio en cuanto ha podido. Su padre resultó agredido hace poco.
Ni que decir que Vox y Aliança Catalana, el partido de la alcaldesa de Ripoll, aprovecharon la sesión de control del Parlament para poner el dedo en la llaga.
Aunque el resto de formaciones siguen en la luna. Josep Rull, el presidente de la cámara, empezó como cada pleno recordando «los muertos en el Mediterráneo» pero ni una palabra de Salt. Mientras que Junts, los Comunes y la CUP preguntaron por Rodalies.
Hubo una parlamentaria cupaire, Laure Vega, que dijo que «en Cataluña, lanzar piedras a los Mossos y quemar contenedores es un hecho cultural propio». Y felicitó a la comunidad musulmana de Salt porque es «un ejemplo». La presidencia de la cámara no le dio el alto.
Salvador Illa también miró hacia otro lado. A Ignacio Garriga le dijo que «quien la hace la paga» porque hay seis detenidos. Pero, desde luego, no están todos. Mientras que a Sílvia Orriols le espetó que tenía mucha «jeta» por «frivolizar con los derechos humanos». Hasta le recomendó «cursos de cortesía».
Aunque los que se llevan la palma fueron, como siempre, los de TV3. En X, han atribuido los incidentes a «la falta de vivienda». Incluso han tenido que ver a los seguidores de esta red social enmendándoles la plana. A ellos, un medio de comunicación público.
Mientras que, en el Telenoticias mediodía, de este martes, entrevistaron a cuatro personas para justificar su tesis. Una del sindicato de vivienda de la localidad y otra, una señora musulmana, que explicaba en un castellano precario que la habían desahuciado, que ahora tenía que vivir con su madre y que sus hijos «siempre están tristes». También, por supuesto, al alcalde de la localidad, Jordi Viñas, de Esquerra, que culpó a la Sareb y dijo que los alborotadores no eran del municipio, eran de fuera.
Pero lo cierto es que todo empezó porque el imán de la mezquita okupó un piso tras ser desalojado de otro por no pagar el alquiler. Hasta, en la crónica de TV3, salía una hija del imán que, en catalán decía que su padre no había incitado a «ninguna persona» y que solo quiere «soluciones: una vivienda para mi familia». Mis hijos, por cierto, también andan buscando piso.