Podemos siempre fue un abuso
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No hay mayor peligro para las mujeres en la actualidad que la izquierda. Lo demuestran las leyes que los partidos autodenominados progresistas (ya sabemos que legislan para todo lo contrario) han aprobado y que rebaja la condena a violadores y abusadores sexuales, que han pisado calle antes de tiempo gracias a toda esa marea de femibobas que cuando se aproxima el 8M empieza a movilizarse por una causa que destrozaron antes de nacer. Viven de dos manifestaciones al año y de inventarse víctimas que no existen, mientras silencian con el celo de su ministerio de enchufadas a las que realmente sí sufren el acoso de monstruos sin ideología. La crisis del bipartidismo nos trajo nuevas formaciones políticas al tablero y una lista de abusadores públicos con pinta de profesor sin hacer que llegaron a las plazas a proclamar la revolución del dinero y el sexo sin sentido.
El último en caer de esa atalaya de vividores abusones ha sido Juan Carlos Monedero (antes lo hizo su discípulo Errejón), un iletrado con ínfulas de intelectual que se las daba de chulo en tabernas y pizarras y que se va sin pudor ni honra de la Complutense que tanto le dio y permitió, sobre todo en su campus de Somosaguas, sancta sanctorum de su aquelarre siniestro, donde adoctrinaba en el odio a los estudiantes, dentro y fuera de clase.
Aquellos que le seguían en sus locuras manifiestas, acababan de becarios del mal en alguna productora con dinero iraní o haciendo méritos pintando las paredes de la facultad con retratos y proclamas de asesinos del soviet, desde Lenin hasta Pol Pot, pasando por el homófobo asesino de niños Ernesto Guevara o el no menos sanguinario Stalin, un pasaje del terror que explica que allí se fundara un partido de abuso. A Monedero le han clavado el mismo piolet que tantas veces él ayudó a hincar en cabeza ajena, y ahora reza a ver si Maduro le presta su hombro de narcodictador sobre el que llorar su penuria de comunista bravucón.
Llega en una semana la fecha de todos los años, la que justificó la manifa del odio al hombre por encima del virus que contagió al país, el día en el que un color inunda de sectarismo patrocinado telediarios y bancos de parques por toda España, pero que no sirve para esconder que fueron las portadoras de las pancartas, que tanto esmero le ponen a los colores de su bilis, las que soltaron a los violadores que dicen combatir. Y aquellos abusadores y agresores que no soltaron las leyes que Irene Montero y compañía crearon, los tienen en el partido que contribuyeron a fundar. Uno empieza a pensar que el odio que mucha feminista de pendón morado tiene al hombre es porque no ha conocido más varón que los que vio en los círculos asamblearios de Podemos. Una vez conoces a Errejón, Iglesias y Monedero, a poco que practiques la reducción al absurdo, propio de la tribu ignorante, todos los hombres te parecen igual de terribles.
Empero, el argumento más usado por el feminismo siniestro para justificarse, -porque siempre justifican el mal cuando lo hacen los suyos- es el de «creía que, por ser de izquierdas, tenía vía libre para ejercer su abuso y desprecio». La condición de izquierdas no es a pesar de, sino condición sine qua non. Se entiende el desprecio por la dignidad ajena, no digamos ya por la vida, por parte de quienes deconstruyen todo hasta quedarse sin referentes: ni Dios, ni patria, ni familia. Una vez eliminados todos los asideros morales que te hacen ser y estar en el mundo, sólo te queda abrazar al monstruo, a la bestia, al mal, a la nada.
Lo peor de esta patulea socialista y comunista no es la indigencia intelectual con la que trufan sus proclamas y monsergas de ideología caduca. Ni siquiera el victimismo que sirve para justificar las cuantiosas subvenciones que les permite pagarse una vida de liberada sindical. Tampoco la suficiencia moral con la que caminan por el mundo como si éste les debiera algo sólo por su condición ideológica. Lo peor es la turra diaria con la que fríen las mentes de charos y púberes empoderadas mediante lecciones morales sobre el verdadero feminismo, cuando ellas representan lo contrario de su esencial real: cuota, enchufe, demérito, pereza, en suma, los pecados capitales y soberbios de ese partido abusón (y ahora ya sabemos que también de abusadores) que sigue llamándose Podemos.