Trump y la estrategia del perro loco

La base MAGA no puede estar más desconcertada. Miento: está, como poco, tan desconcertada como el resto del mundo ante la errática actitud de su líder, el presidente Donald Trump.
De la decepción de la base ya he tratado: el bombardeo a Irán, la súbita hostilidad antirrusa que entorpece su propia promesa de acabar con la guerra en Ucrania, la Big Beautiful Act con la que multiplica una deuda pública ya impagable y, como gota que colma el vaso, la negativa a revelar los datos sobre los clientes de Jeffrey Epstein.
Para el resto del mundo, el desconcierto se centra en una política comercial y arancelaria que parece una caprichosa montaña rusa. Nada es permanente, nada parece durar más de un par o tres de días. Hoy te pongo unos aranceles del 50% y te amenazo con subirlos al 100% y mañana te los bajo al 15%. No hay quien pueda planificar con estos vaivenes, y la confianza en la palabra de Washington está en negativo.
Otro tanto con sus bandazos geopolíticos, anunciados a bombo y platillo antes de desaparecer en la niebla del tiempo sin llegar a nada. Un día Putin quiere la paz y las negociaciones van de dulce y al siguiente se dice decepcionado y amenaza veladamente con consecuencias terribles. ¿Y qué fue aquello de la invasión de Groenlandia? ¿En qué quedó lo de convertir a Canadá en el estado 51 de la Unión?
Trump miente. Todo el rato, en una actitud que él mismo admite en su opus magnum, El Arte de la Negociación, donde admite haber recurrido a la mentira y la simulación en sus negocios.
Uno podría concluir, con la mayoría, que Trump es un fraude o un político incompetente, demasiado narcisista para darse cuenta de que lo que vale para vender pisos no vale para gobernar una superpotencia. Nadie le cree ya, nadie confía en lo que dice.
Y, sin embargo… Sin embargo, el mundo sencillamente no puede permitirse el lujo de ignorar los mensajes del líder de la primera potencia mundial, del hegemón. Y sería deshonesto no reconocer que muchas de sus medidas funcionan e incluso han cambiado en muchos sentidos la marcha de Estados Unidos. Ha dado, por ejemplo, pasos decididos y probablemente irreversibles hacia la muerte de la cultura woke, ha acabado con las cuotas raciales y sexuales en la Administración y en el Ejército, ha ampliado a hachazos la dichosa ventana de Overton.
Incluso su voluble política comercial ha dado algunos frutos, como la rendición/humillación de Úrsula Gertrudis en la Casa Blanca.
Y en cálculo geopolítico, sus amenazas de actuar militar y directamente contra el narco mexicano (naturalmente, sin respetar fronteras), pese a las vigorosas protestas de la presidente mexicana Claudia Scheinbaum, se ha traducido en la extradición a Estados Unidos de 26 miembros de cárteles mexicanos.
Esa combinación de bravuconería verbal y un entorno funcionarial -y aquí incluyo un funcionariado tan poderoso como las agencias de inteligencia- apenas disimuladamente hostil me lleva pensar en una posibilidad más caritativa que la mera chochez, como han apuntado algunos analistas: que la desesperación le haya llevado a adoptar la estrategia del perro loco.
Si tratas con una persona normal, cuerda, negocias pensando que tu contraparte actúa racionalmente, haciendo un cálculo de coste y beneficio. Piensas, sobre todo, que determinadas amenazas pueden disuadirle o que las consecuencias desastrosas que tendrán para él mismo las amenazas propias le llevarán a no cumplirlas. Pero ese cálculo mental no vale con un loco.
Un perro rabioso ataca sin pensar que pueda morir o acabar apaleado. Por eso causa más temor que cualquier enemigo racional. No es una estrategia nueva: la administración Nixon a principios de los Setenta intentó hacer que los líderes de otros países pensaran que estaba loco, y que su comportamiento era irracional y volátil. Temerosos de una respuesta americana impredecible, los líderes del hostil Bloque Comunista evitarían provocar a los Estados Unidos.
De ser cierta esta teoría personal, la volatilidad trumpista, sus constantes cambios, no serían meros indicativos del caos mental del personaje o de su incapacidad, sino de una estrategia calculada en una situación muy difícil, lidiando con poderes hostiles dentro y fuera de casa y pilotando como puede la decadencia inevitable del imperio.