Ni Rahola va a la Diada


Poco antes de las cuatro de la tarde de este jueves, bajando por Vía Layetana, había muy poca gente. Es cierto que la manifestación había sido convocada para las cinco. Pero en otras ocasiones habría estado ya llena a rebosar. Más turistas casi que indepes.
La asistencia a la Diada, en efecto, no ha parado de bajar: 1,5 millones en el 2012, 1,6 en el 2013, 1,8 en el 2014, 1,4 en el 2015, los 875.000 en el 2016 y el millón redondo en el 2017 y en el 2018.
En el 2020 y el 2021 no hubo convocatoria por culpa de la pandemia —que en este caso fue una bendición— y a partir de entonces ya vino la caída: 150.000 en el 2022, 115.000 en el 2023, 60.000 el año pasado y 28.000 en la de este año.
Bueno, en TV3, el presentador estrella del informativo nocturno, Toni Cruanyes, dijo 40.000. Mientras la reportera a pie de calle daba la cifra de la Guardia Urbana: 28.000. Contradicciones flagrantes en directo. Aunque la credibilidad de la cadena está bajo mínimos desde hace tiempo. Superada ahora, a marchas forzadas, por TVE, que ha copiado los métodos.
Además, Cruanyes es pareja de un exdiputado de ERC. Ahora lo han recolocado de jefe de gabinete de la alcaldía de Salt. Aquella en la que un imán montó un pollo, con disturbios en las calles, porque lo desalojaron del piso okupado después de cinco años.
El día anterior, en el Fossar de les Moreres, el equipo de TV3 tuvo que salir casi escoltado por los Mossos. Increpados por militantes de Aliança. Yo estoy a favor de que los periodistas puedan hacer su trabajo. Incluido, por supuesto, Cake Minuesa, al que también se llevó la Policía de la Generalitat.
Pero los de TV3 tienen vetada a Sílvia Orriols. No sale nunca. Ni siquiera sus intervenciones parlamentarias. Y mucho menos las ruedas de prensa. A pesar de que tienen dos escaños y casi 120.000 votos.
La cadena autonómica ha aplicado con el partido de la alcaldesa de Ripoll el mismo régimen alimentario que aplicó en su día a Vox: a pan y agua. O es descaradamente beligerante. Entre otras razones, porque sus telespectadores son de Junts y ERC.
Pero, detalles mediáticos aparte, en la Diada había algo de nostalgia. De déjà vu. Yo vi a manifestantes que habían sacado camisetas de anteriores convocatorias. Aquellas con las que la ANC se forraba. Con los lemas de otras diadas: «Ara és l’hora» (2014), «A punt» (2016), «Fem la República catalana» (2018) o «Objectiu independència» (2019).
La masa social también ha envejecido. Han pasado más de diez años. Y el tiempo no perdona. No estoy yo para presumir de cabellera. Pero había mucha calvicie y muchas canas en las calles. Algunos hasta se habían llevado la silla para ver el espectáculo cómodamente sentados. No están ya para recorrer grandes distancias.
Incluso Jordi Basté, el presentador estrella de Rac1, admitió en la tertulia del día siguiente que el movimiento independentista está «esquifit» («disminuido») y ha quedado «trinxat».
El problema es que no se puede tener en tensión una sociedad más de diez años porque, al final, cunde el desánimo, el hartazgo, hasta la frustración. Y la frustración, en algunos casos, puede llevar a situaciones peores.
Por suerte, en Cataluña hay mucha clase media que, el fin de semana, se va a su segunda residencia. Y no está para aventuras violentas. Pero nunca se sabe. La tentación, durante el proceso, fue evidente.
Por eso, este año se han agarrado de la lengua. El día antes hubo una nueva sentencia del TSJC sobre la inmersión lingüística que, como las otras, la Generalitat se pasará por el forro. En esta ocasión, sin embargo, la novedad es que con el socialista Salvador Illa de presidente. Ya ha anunciado que el Gobierno catalán presentará recurso.
El mismo presidente de la ANC, Lluís Llach, instó a desobedecer las sentencias. Tampoco es noticia. Aquí tuvimos una alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que dijo que había que desobedecer las «leyes injustas». Y un presidente de la Generalitat, Quim Torra, que dijo más o menos lo mismo unos años después. Ahora la primera está en rumbo hacia Gaza en una flotilla y, del segundo, ya no se acuerdan ni los suyos.
En fin, si quieren la prueba definitiva de que la Diada, este año, pinchó es que no fue ni Pilar Rahola. Tantos años arengando a las masas desde sus púlpitos mediáticos, en ocasiones espléndidamente pagados, para acabar así.
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