Un Maidán en la Plaza Roja de Moscú
Entrada ya la tercera semana de guerra en la Ucrania invadida por Putin, es preciso elevarse de su nivel táctico, operacional y estratégico, y adentrarnos en el nivel geopolítico para otear los posibles cambios que el conflicto puede provocar tanto en Europa como a nivel global.
Para hacerlo sin prejuicios ni maniqueísmo simplistas, resulta aconsejable no quedarse en el mero buenísimo de condenar las contiendas con el «¡No a la guerra!», como si con eso se arreglara todo y se lavara la conciencia. Preciso es no olvidar que, tal y como relata ya el libro del Génesis, desde el comienzo de la creación y como fruto de la soberbia de una parte de los seres angélicos contra su mismo Creador, se produjo una auténtica guerra celestial, preludio de los innumerables enfrentamientos provocados por el hombre que desde entonces se sucederían.
Asimilar simplemente a Putin con Hitler -sin negar las similitudes que comparten- con su ansia de expansionismo para conquistar su propio «espacio vital», puede satisfacer al relato de que nos encontramos ante una guerra más, de los «buenos» -los occidentales, por supuesto- contra los «malos» -los comunistas-, aquí representados por él. No soy dudoso respecto a tener la más mínima simpatía hacia esa perversa ideología marxista, inhumana y atea, la que más víctimas ha provocado en el mundo, pero me opongo al maniqueo relato que se nos pretende imponer sobre Putin, no sólo como máximo responsable de esa tragedia -que lo es-, sino además como único.
Preciso y necesario es discernir el porqué de la misma, para escudriñar cuál es el fin que se persigue, además del de alimentar a los traficantes, fabricantes y suministradores de armas, que requieren de conflictos bélicos para mantener e incrementar su macabro negocio. A estos efectos, resumamos algunos de los conflictos producidos tan sólo desde la implosión de la URSS, y durante el mandato de los últimos seis presidentes de los EEUU (Carter, Bush, Bush jr, Clinton, Obama y Biden): Nicaragua, Panamá, Yugoslavia, Irak, Angola, Afganistán, Haití, Libia, Siria, Yemen, Somalia… Hasta llegar a Ucrania. Con alguna excepción, como Siria y Angola, la participación de Rusia en ellos ha sido inexistente o muy limitada en comparación con la de Estados Unidos. Entonces, ¿qué necesidad había por parte de la OTAN y, por tanto, de los estadounidenses, de ampliar y expandir la Alianza hacia Rusia, cuando el enemigo que motivó su creación -la URSS- ya no existía, dándole con ello un tratamiento de potencial adversario?
Como las casualidades no existen -y en política menos, como recordó Roosevelt- esa pregunta espera respuesta, pues contiene gran parte del sentido de esta guerra. Está acreditado que hubo claros compromisos respecto a no hacer con la Alianza Atlántica, lo que ha llevado a Putin a tener la coartada para recuperar Crimea y garantizar su salida al Mediterráneo e iniciar todas las guerras fronterizas que conocemos en Chechenia, Georgia y Ucrania. El detonante de lo que sucede ahora fue la Revolución del Maidán en 2014 provocada por negarse el presidente prorruso Yanukóvich al acuerdo de asociación con la UE, porque Putin y el Kremlin -no el pueblo ruso- temen sobremanera un Maidán en la Plaza Roja de Moscú que les desalojara del poder.
La tragedia tiene claros perdedores, con el pueblo ucraniano como víctima principal seguido del ruso, que va a padecer las sanciones económicas impuestas al Kremlin. Políticamente, la UE debe tomar conciencia de que si su seguridad depende de los EEUU, no puede aspirar a ser un actor respetado en el escenario global, donde se le escucha por educación, pero ahí acaba todo.
Rusia en brazos de China, y Europa, mero mercado y satélite de EEUU en un mundo bipolar, refleja quiénes son los ganadores. No parece que esta guerra se extienda a territorio atlántico, pero nunca se debe minusvalorar la posibilidad de un error de cálculo que desencadene un Armagedón nuclear. Quien juega con fuego, acaba quemándose.