El cumpleaños marbellí, aunque orgánico, de Carmen Lomana

Hay fiestas… y luego están las de Carmen Lomana, en las que el cumpleaños de la anfitriona es casi una excusa para reunir a una élite que no necesita presentación, pero sí observación cuidadosa, aunque sea solo para aprender de ese teatro culto y refinado que solo se escenifica en las grandes citas sociales. Hay claves que no muchas personas conocen, y menos en estos tiempos donde ser distinguido o educado, o naturalmente elegante, está tan mal visto como si se cometiera un delito contra la humanidad.
El otro día, en los toros que tanto gustan a mi amiga, me reconcilié con parte de España porque, aunque el espectáculo estaba en el albero, donde había que mirar de vez en cuando era a los tendidos, llenos de jóvenes bien vestidos, bien peinados y sobre todo disfrutando de la fiesta. A los toros se va con chaqueta, pero me salté esa regla sagrada para sobrevivir al verano mallorquín que está siendo intenso. Arde. Sin embargo Lomana disfruta de su apartamento en Marbella, decorado por ella misma con mucha gracia, mucha buganvilla y, como no, con sus inseparables orquídeas que traslada desde su casa de Madrid para asegurarse de que están cuidadas a la perfección.
Carmen no tiene edad, y lo sabe. Gusta a los hombres porque sabe como hacer para que se fijen en ella sin tener que hacer nada ordinario ni banal. A veces basta una mirada y una media sonrisa. Y caemos rendidos. Tengo un gran dilema: dos amigas que quiero no paran de chincharse, aunque ver esa batalla de damas me divierte, he de admitirlo. Las personas cultivadas tienen batallas de altura en las que solo con una palabra son capaces de cortar el aire y dejarnos sin aliento. Ese juego es el más social de todos, y saberse defender resulta básico. Cuando recibes una impertinencia de una señora, un señor calla, que es lo que más duele.
En fin, que Carmen quiso celebrar su cumpleaños con una cena orgánica en uno de los lugares mas icónicos de su amada Marbella. Cuarenta invitados -ni uno más, ni uno menos- cuidadosamente seleccionados para que no faltara conversación, ni tampoco alguna elegantísima fricción. La lista de invitados no podía ser más Lomana, pero los que les voy a nombrar son sus amigos y les adora.
Por ejemplo, la Duquesa de Cardona, impecable como si viviera en un retrato al óleo, ejercía de testigo de excepción. Las aristócratas son educadas para no perder detalle, es parte de ese juego social en el que un error puede echarte del circulo mágico. Casilda, junto a Rodrigo de Borbón, navegaba entre grupos con esa seguridad que da saber que todos saben quien eres, otra de las características de la buena sociedad, y que viene de conocerse desde la infancia, y si es posible que las familias se conozcan desde generaciones atrás.
Esta verdad que les cuento genera conversaciones genealógicas divertidas y alocadas, porque aunque muchos pasen del tema siempre hay algun experto que lo sabe todo sobre tu familia y las de los demás. Por ejemplo el príncipe de cuna Hubertus Hohenlohe, siempre en su salsa, disparaba chistes como quien lanza puñales, mientras Simona Gandolfi, su esposa, recordaba a todas las presentes que el estilo no se compra: se padece por no tenerlo. Las italianas tienen un estilo muy particular, pero resultan más divertidas que las francesas, o que algunas princesas alemanas, que no hablan para no llamar la atención. Hay que esforzarse para que se relajen, y ahí las copas son una ayuda fantástica. Eso, y tener paciencia hasta que se sueltan.
Hubertus, al que no se le da mucha importancia, es Hohenlohe y Furstenberg. Su pedigrí es impecable, pero esta circunstancia natal no le ha impedido hacer con su vida lo que le ha apetecido. Eso sí, sin nada de que avergorzarse, ni él ni las familias a las que pertenece. Su abuela era una Agnelli con palacio en Venecia, donde se casaron sus padres en una de las bodas mas fastuosas que se han visto. Eran otros tiempos. Ira, a la que conocí y pude entrevistar, hablaba sin cortarse un pelo, pero sin faltar jamás a nadie. La princesa que enamoró al mundo casandose con un príncipe de verdad, medio alemán medio español, no tuvo una vida fácil, nadie la tiene. Pero hay que procurar que no se note. La tristeza aburre, la pobreza más todavía.
A mí el que me encanta es Fernando Martínez de Irujo, marqués de San Vicente del Barco, título que recibió de su madre la Duquesa de Alba. Es es más observador que protagonista, lo que le gusta es comer bien y que no le molesten mucho, es un señor que no ha de hacer nada extraordinario para que se note la diferencia que algunos poseen. Como tal dejaba que Guiomar Álvarez de Toledo y Alexia, radiante junto a Alonso Bernaldo de Quirós, pusiera la nota dinámica. Sofía de la Cierva, con oído fino y paso calculado, sabía perfectamente dónde colocarse para oír lo que no se dice, que es siempre lo más interesante. Todo lo que acabo de contarles es una fantasía muy real en sociedad, lo que no significa que los personajes de esa velada maravillosa que festejaba a nuestra Carmen actuaran de la manera que les cuento.
Hubo brindis que fueron sinceros, otros que fueron teatro, y alguno que fue un mensaje en clave. Carmen, con esa mezcla de sofisticación y cálculo que la hace única, sonreía para todos, pero no para todos igual. La conozco, es la menos snob del universo, y sabe quién es quién, y se lo hace saber.
Y a quienes no estuvieron, que no se engañen, en esa mesa había más cultura de lo que muchos creen, pues nos toman por tontos, frívolos y avinagrados. Cuando escuchen estas bobadas huyan, porque podría haber más cuchillos que cubiertos defendiendo la familia y la historia que nos ha traído hasta aquí, hasta el maravilloso cumpleaños de la estupenda Carmen Lomana, que iba elegantísima por cierto. Molts d’anys estimada.




