Iceta, contigo empezó todo

Iceta, contigo empezó todo

Si la política fuera música, Iceta sería presidente ad aeternum. Vive en el sambódromo permanente de la gracieta y el baile, con esa pinta entre bonachón y bizcochable, como si hiciera del gesto un arte, en ese silencio de su mirada a medio camino entre Buster Keaton y Chaplin. Representa como pocos la crucial diferencia de la que siempre hablamos cuando se trata de enjuiciar realidad y percepción en política: alguien que no es exactamente lo que parece, aunque lo intente. Se afana en estos días en presentarse como el candidato tranquilo, el centro equidistante entre bloques atrincherados, en una imagen visual y repetida de seny reencarnado. Dice que no pactará con formaciones independentistas, sino con quien le haga president, lo cual asegura una reedición del Tripartito, en honor a aquella rara avis frankestiniana de la que fue muñidor y de la que el PSC aún no se ha recuperado del todo.

En la superación de la dialéctica razonada, de la que todo nacionalismo recela, el candidato socialista quiere representar al fontanero que repara destrozos ajenos sin reparar en el causante del daño. Su programa huye de titulares pero no de efectismos, rodeado por Pedro ahora sí ahora no como guardián del federalismo asimétrico maragalliano. Iceta, conviene subrayarlo de nuevo, fue el hombre en la sombra de aquel Tripartito nefasto que hundió Cataluña en la bilis nacionalista actual. El hacedor de Montilla en la sombra. Desde su rincón catalanista pergeñó, articuló y facilitó que Esquerra fuera el partido que destrozó la región más próspera de España con su sectarismo habitual. De aquel Carod, estos Junqueras.

Aquel nacionalismo practicado con fe mística por el tripartito de izquierdas superó el de los peores años de pujolismo. Y lo hizo con un charnego cordobés como president, que prefirió formar parte de la Cataluña de los ochos apellidos puros que trabajar por aquella otra, plural y diversa, que dibujaba la emigración de millones de paisanos suyos, a los que dio la espalda con obscenidad manifiesta. Ahora, su continuador, que no dice lo que siente y piensa porque sabe de la importancia de recuperar votos de la periferia barcelonesa, pretende reeditar, con voz baja y sonrisa dúctil, aquel despropósito. Y puede conseguirlo. Porque es buen político, porque se sabe manejar entre bambalinas inciertas y porque desde su mansedumbre conoce la psique del votante medio catalán. Intenta resucitar una formación moribunda sin cabrear demasiado al nacionalismo. Su bilis dialéctica sólo reserva munición para el PP, al que Albiol mantiene como puede mientras en Génova se conforman con seguir existiendo.

El PSC actual, empero, es una formación que lleva tiempo dando más disgustos que alegrías a sus hermanos de Ferraz. Si Montilla fue un accidente en la historia de España, Maragall, el hombre que denunció en la firmeza de lo alto de su escaño el 3%, era un federalista convencido que aglutinó tras de sí a millones de ciudadanos. De aquel proyecto queda poco y no aguanta casi nadie. Salvo el arquitecto de aquella Cataluña nacionalista tripartita, que superaba esa otra Cataluña catalanista y española: Miquel Iceta, el hombre que bailaba el agua a los caballos, el hombre que será president al mejor postor.

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