Apuntes Incorrectos

La gente quiere que Ayuso gobierne con Vox, ¿no es ideal?

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La semana pasada, con los votos a favor de los grupos del Parlamento Europeo donde están encuadrados el Partido Socialista y el PP de Casado, se aprobó un desembolso de 1.400 millones de ayudas, en plena pandemia, para financiar asociaciones que trabajan por la memoria histórica, esencialmente sectaria, y de la igualdad de género, que ahora se llama, con la cursilería del momento, el empoderamiento de las mujeres. La iniciativa sólo contó con el afortunado rechazo de Vox, porque ya está bien de que con el dinero público de todos vivan graciosamente unos caraduras explotando el sentimentalismo de los pusilánimes y fomentando de paso el enfrentamiento civil y la discordia entre hombres y mujeres. Cabe destacar al respecto que el último Gobierno de Rajoy, que disponía de mayoría absoluta, renunció a derogar la ley de memoria histórica decretada por Zapatero y por la que se santifica el ambiente envilecido creado por la Segunda República que fue el que provocó la Guerra Civil. Al parecer, “era un lío”. Como lo de Cataluña. Como todo lo que tuviera que ver con un pensamiento disidente.

Hace unos días, el PP de la Comunidad de Madrid aceptó debatir en un foro del colectivo LGTBI, regado igualmente con ayudas públicas y dedicado -si se les da la oportunidad en los centros de enseñanza- a confundir a nuestros hijos sobre su orientación sexual y su comportamiento cívico, acerca de la puesta en marcha de un centro madrileño de este sesgo destinado a ensalzar el orgullo y derechos de este grupo heterogéneo de personas, todas ellas muy respetables, y a promover y alimentar, es decir, a seducir e imponer desde la más tierna infancia la diversidad en el ámbito de la educación y en el familiar. O sea, a enredar en busca de respaldo político a los grupos de la izquierda y naturalmente en busca de más dinero del contribuyente normal, corriente y a veces por desgracia ofuscado. De este debate se excluyó desde luego a Vox, tercera fuerza política de España, en su condición de “partido no democrático”.

Todo esto lo digo, queridos amigos, porque la prioridad que se ha marcado la izquierda en las elecciones a la Comunidad de Madrid que se celebran mañana es, primero, la de demonizar a Vox y restarle la legitimidad democrática que le corresponde plenamente con la robusta solidez que le falta a un partido violento y antisistema como es Podemos; segundo, la de establecer un cordón sanitario en torno a Vox. Para conseguirlo, el señor Iglesias, conchabado con Iván Redondo, el jefe de Gabinete de Pedro Sánchez, reventó la campaña utilizando el proverbial sobre con cartuchos que le habían enviado con una amenaza de muerte, logró que el resto de la izquierda Sosoman de Gabilondo más los comunistas de la médico sindicalista Mónica García, que quiere destruir el hospital Zendal como el ex vicepresidente matón, le siguieran el juego, y así todos entronizaron el ridículo discurso del miedo con el que se vive en Madrid, rodeado de fascistas desplegando odio en cada esquina. Un espantajo que apesta y al que nadie con sentido común da crédito.

Los sobres amenazantes, con cartuchos y navajas, han sido ya tan numerosos que todo el mundo se ha dado cuenta de que, con este pretexto puesto en bandeja por algunos tarados, estamos ante la construcción deliberada de un esperpento, de una pantomima que sólo busca quebrar o torcer la voluntad mayoritaria de los habitantes de Madrid, según dicen todas las encuestas. Por suerte, esta voluntad hoy, un día antes del sufragio, parece ser granítica, aunque nunca conviene vender la piel del oso antes de cazarlo. Y lo que asimismo parece evidente, según mostraba el sondeo publicado el pasado miércoles por el diario El País, que ya saben que es el hervidero de la izquierda, es que casi el 80% de los votantes del PP apoya un Gobierno conjunto con Vox. Este es un dato de una importancia crucial, que debería hacer reflexionar al señor Casado sobre sus incesables coqueteos con el centrismo y sus dificultades para desembarazarse del placaje al que le somete la izquierda y los medios audiovisuales adictos sobre la supuesta y falsa indignidad de un Ejecutivo común en la capital de España.

En mi opinión, esta sería la solución perfecta. Yo entiendo por supuesto que la fastuosa y venerable señora Ayuso aspire a obtener la mayoría absoluta -si dijera lo contrario sería algo así como renunciar a su vocación política- pero creo que es improbable que la obtenga. Y pienso además que la necesidad imperiosa de los votos de Vox para conseguirla sería toda una bendición. Como dije hace unos días, hoy el PP tiene un líder en España, y es Ayuso. Pero el partido está dirigido por Casado, que haciendo apostasía de lo que nos prometió cuando ganó las Primarias, ha virado hacia el moderantismo estéril, denigrando a Vox y renunciando explícitamente a dar la batalla cultural contra la izquierda que entabla todos los días Ayuso, sin prejuicios ni complejos, de la misma manera que ha hecho Vox desde que nació.

Como ha sugerido el escritor y editor iconoclasta Javier Ruiz Portella, “el verdadero poder, el poder por encima del poder, es la producción de la palabra autorizada; es el control de lo lícito e ilícito. Es eso que funda la sacralidad de un régimen, cualquiera que sea: la delimitación del perímetro de lo prohibido. Lo que uno tiene el derecho de decir y lo que uno no tiene el derecho de decir. Y que constituye un conjunto de prescripciones imperativas y de proscripciones inviolables. Este poder por encima del poder es, pues, el encuadramiento de las creencias colectivas”. Y yo les pregunto: ¿quién es el guardián de estas creencias, mayoritariamente equivocadas?  La izquierda. “Este es el poder cultural que manda secretamente a todos los demás poderes; este es el sistema de valores que fija el marco común de referencia”. Y volviendo al asunto de partida, ¿quién tiene este poder desde tiempo inmemorial? Nuevamente la izquierda.

Pero ha llegado la ocasión histórica, de la que no se ha percatado el señor Casado, aunque sí Ayuso, e incluso antes el partido Vox y su candidata Rocío Monasterio, de decir “ya basta”. “Esto se ha acabado”. Ha llegado la ocasión histórica de librar la batalla cultural con el indeclinable propósito de vencerla. Un amigo barcelonés, fundador de un partido catalanista y nítidamente liberal -ya sé que puede parecer contradictorio- me escribía hace unos días: “La derrota de la izquierda es esencial, Miguel Ángel”. Pues claro. Y la presencia de Vox en un eventual Gobierno de la Comunidad de Madrid también. Ayudaría a que Ayuso se desembarazase de la presión de los melifluos del propio partido, contribuiría a forjar un marco fiscal todavía más favorable y a fortalecer adicionalmente la región como primera potencia económica del país, la que más crece, la que más empleo crea, la más feliz. Sería clave para reducir el gasto público superfluo e improductivo y un paso de gigante para liquidar la mayor parte de los chiringuitos inicuos que viven del dinero de todos perjudicando la convivencia de la mayoría.

Como ya advirtió el filósofo francés Jean-François Revel, el gran tabú de nuestra época es que el socialismo no se cuestiona, que siempre debe prevalecer porque es bueno y necesario. El PP asumió este mantra casi desde la llegada de la democracia, por mucho interés que puso Aznar en lo contrario. Rajoy dio nada más aparecer el visto bueno y Casado parece totalmente dispuesto a repetir el error. Por eso cada vez que surgen un Santiago Abascal o una Isabel Díaz Ayuso negándose a aceptar la superioridad moral del socialismo, así como la doble vara de medir de la izquierda, los amenazados por estos iniciáticos sin pudor ni vergüenza salen a la palestra denunciando la llegada del fascismo. Es la hora de desenmascararlos y de combatirlos hasta la extenuación. Y Ayuso no podrá hacerlo sin la inestimable ayuda de Vox.

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