España: propietarios o presidiarios

En España no se construye vivienda seria desde hace décadas, cuando aquello del boom del ladrillo, ya saben, ese manantial de dinero constante que volvía locos a chavales que dejaban sus estudios para ganar cuatro mil euros al mes, comprarse coches de alta gama e ir a la última con los amigos, impulsados por esa necesidad de mostrar poderío económico, cuando al postureo se le llamaba apariencia. Aquello acabó y esos jóvenes, aún en la veintena, se encontraron de pronto sin trabajo ni dinero, y la vida empezó a golpearles con la crudeza con la que suele advertir ante la continuidad del exceso. Aun así, aquella generación era privilegiada respecto a la que ahora se enfrenta a un futuro que no le pertenece porque no está siendo capaz de protegerlo, acomodada en protestas absurdas, en conformar su posición moral en torno a lo que le dicen desde el poder y en sustituir la educación y el aprendizaje por las constantes demandas de derechos que no han perdido, porque tampoco fueron luchados.
Hoy, los jóvenes ya no se manifiestan por la vivienda (sea pública o privada), ni por ese dinero que no saben ahorrar porque no lo tienen, ni por el trabajo precario que el Gobierno socialista aumenta haciendo imposible la contratación. Tampoco por el aumento de una corrupción directamente proporcional a su pauperizada esclavitud, ya como contribuyentes saqueados o como ciudadanos asqueados por la incapacidad de los gobernantes por solucionar los mismos problemas que su incompetencia ha creado. Los jóvenes, en una proporción importante, prefieren la solución fácil y cómoda del superpoder, esa superestructura en forma de partido en el Estado que les provee de lo necesario para que callen cuando se les ordene y se manifiesten cuando ardan los guasaps.
Han decidido que formar una familia y tener casa propia es cosa de carcas y fachas descerebrados, porque sus padres y abuelos deben ser una especie raruna con aspecto marciano que ya no tienen derecho ni a la pensión que su trabajo ha merecido. Esta juventud que determina que ser propietario de una casa es peor que ser presidiario de un partido o de un gobierno que paga su contribución silenciosa, no pensante, con la dádiva mensual en forma de ayuda o subvención, es una juventud que no merece futuro, ni derechos, ni tampoco la libertad que ya han vendido a cambio de palmadas corruptas.
Mientras debatimos ese escenario que les obliga a elegir entre formar una familia, tener una vivienda y construir una base sobre la que diseñar el mañana, o ser presos de quienes les mantienen a base de odio y control, las administraciones siguen sin liberalizar suelo, conscientes de que no estamos ante un problema de demanda, sino de oferta. España necesita más de doscientas mil viviendas cada año, y no sólo con carácter social y protegido, porque no habrá constructoras que deseen hacerlo si no hay rentabilidad por medio que sólo puede garantizarse desde el Estado. Curiosa paradoja. Una democracia liberal y un Estado de derecho no se sostienen sin respeto a la propiedad privada, cuando es, precisamente, la propiedad de cada uno lo más violado cada día por parte de los poderes públicos y sus leyes (de izquierdas, naturalmente).
No sorprende que, en ese desencanto social y ante la inacción de los poderes tradicionales, la horquilla juvenil entre dieciocho y treinta años tenga como primera opción de voto a Vox, consustancial a una corriente ya extendida en el resto de Europa. Y lo que viene se sumará a dicha corriente. Es una juventud cansada de beber mantras caducos y falsas esperanzas de quienes ostentan y detentan privilegios, pero roban a quien desea construir algo, por muy pequeño que sea en lo permanente, esa constante moral y tradicional que lo explica todo. La impronta del wokismo, que no deja de ser una variante del socialismo que, en vez de hablar de la lucha de clases, habla del poder de las causas: hace mucho que dejó de permear en quienes serán decisivos en la España que viene, la de propietarios o la de esclavos controlados por los mismos delincuentes que aún siguen al mando de las operaciones.