El enchufe como instrumento

El enchufe como instrumento
  • Carla de la Lá
  • Escritora, periodista y profesora de la Universidad San Pablo CEU. Directora de la agencia Globe Comunicación en Madrid. Escribo sobre política y estilo de vida.

Hay melodías que desde el primer acorde suenan mal y el caso del hermano del presidente parece una de esas partituras mal resueltas, improvisadas.

Preludio: David Azagra tiene una biografía que cualquier barítono de provincias envidiaría, formado en San Petersburgo y otras capitales musicales de Europa; sin embargo, su trayectoria en la Diputación de Badajoz arranca en 2017, coincidiendo con el regreso de Pedro Sánchez al liderazgo del PSOE.

No se sabe si la entrevista incluyó un adagio para violín o un recital de retórica socialista, pero es un hecho, fue colocado al frente de un puesto tan imprescindible como la pandereta para Wagner y nombrado director de la Oficina de Artes Escénicas en un proceso transparente como un tutti en pleno apagón, aunque sus compañeros aseguran que verle por las instalaciones es más complicado que afinar un triángulo.

Acto I: Y ¿de qué se ocupa el maestro exactamente en esta simpática aria del absentismo que está sonando? Según la descripción de su cargo, debería coordinar actividades culturales, elegir repertorios, dirigir orquestas y hasta organizar ensayos. Un momento, ¿alguien sabe dónde está?

El resto es conocido por el respetable, acusaciones que incluyen malversación de fondos y un patrimonio que no sugiere demasiada armonía (sueldo público de 55.000 euros anuales, bienes por más de dos millones). Una fortuna que, como toda buena sinfonía, necesita explicación e intrahistoria (si algo llama la atención es la acumulación patrimonial del protagonista) con propiedades en España, Rusia y Portugal, más 63.880 euros en criptomonedas y un millón largo en acciones; su riqueza en algún momento del tiempo y del espacio da un salto fortissimo mientras Hacienda, que suele afinar muy bien en casos similares, parece haber optado por el pianissimo. Y luego el ascenso vertiginoso del presidente de la Diputación que lo fichó…

Intermezzo: Mientras, los ciudadanos esperamos con una ópera a medias, donde los cantantes desafinan y el público paga por una función que no cumple con las expectativas, la de los Sánchez Pérez-Castejón, comedia y tragedia.

Acto II: En noviembre de 2019, David Azagra, tuvo la oportunidad de demostrar su valía como director artístico en la representación de L’elisir d’amore en el Teatro López de Ayala de Badajoz, un evento financiado con más de 130.000 euros (recursos del contribuyente) gracias a su magnífico puesto en la Diputación.

Lo que prometía ser un despliegue cultural para «democratizar» la ópera acabó convertido en un episodio que, según los críticos, debería haberse titulado El desastre del amor. Por cierto, el coste de la producción incluía 5.000 euros en catering (parece que los canapés estuvieron mejor que la orquesta).

El crítico local Ángel Guerra no dio ningún rodeo: «Si Donizetti hubiese estado presente, habría salido pitando y sin despedirse». Según las crónicas, la dirección de Azagra en el foso fue un caos: tempi descontrolados, aspavientos nerviosos y una orquesta amplificada que, lejos de armonizar, apagaba a los cantantes. Un desastre sonoro de proporciones épicas que desconcertó a los presentes donde esperaban una experiencia cultural casi mística que terminó siendo una lección magistral de inoperancia.

El finale: Habrá que esperar. Quizá algún día veamos esta historia (la de los hermanos Sánchez) adaptada al escenario, El gran enchufe de Badajoz (L’elisir de enchufe): una ópera pública en clave de nepotismo mayor. Dudo que el público pague por verla; ya lo hacen nuestros impuestos.

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