La embestidura

España

Según me suele decir mi jardinero, con alguna que otra excepción, la vida es maravillosa. Insiste en esta idea mientras se retira las gotas de sudor con un guante rugoso y sucio, apoyado sobre una pala y un rastrillo, con las tijeras y el pulverizador en la otra mano. Le ruego que hable con un tono más bajo y le pregunto por su destino vacacional. Me confirma que ha sido Marruecos, que, gracias a los Sánchez Gómez, se ha convertido para su círculo social en el nuevo lugar exótico y seductor que hay que explorar antes de morir. «Es un lugar fascinador, ardiente, enigmático, misterioso. Han sido las perfectas vacaciones para los negocios, pero, en mi caso, sin negocios». Una risa profunda y cínica inunda todo el jardín.

Se dispone a plantar zanahorias. Se me escapa en alto: «Trump´s hair: blond or strawberry?». El jardinero me pregunta si es una canción de Nirvana o de Pearl Jam. En el centro del jardín hay una fuente de mármol inmensa con tres pilas. El agua brota profusamente de la boca del dragón, de los ojos de los cisnes, del pecho de las palomas y de los labios de los sátiros. «¿Sabe usted quién es ese hombre americano que parecía un guardabosques ascendido a sheriff?». Levanta la cabeza de la tierra y responde: «¿Quién?». Entono un fandango y me pongo a bailar con mi perro. Ya todo da igual: Espinosa de los Monteros no está y, sin él, la sutil pincelada del saber estar y la esencial sensatez se han evaporado de la escena política. Menos mal que Amparo Rubiales también dimitió hace poco. Ya saben, una de cal y una de arena. Obviamente, son seres de distinta calaña; y no quiero distraerme que estábamos con el fuck you de la política internacional.

Mi perro se ha cansado de bailar, así que me aproximo para retomar la embestidura. «La escena del verano es sin duda la de Luis Rubiales tocándose sus partes, mientras la Reina da botes». Me pregunta si ese «Rubiales» es el del pelo rosa y si lo de dar botes era para parecer más alta. Veo que la conversación está derivando a una especie de sadismo con cierto culto a una energía sublimada, puesta al servicio de la patria o de la humanidad. Repasamos las cuatro medallas de oro en marcha en los mundiales de atletismo, los héroes de Dostoyevski y las pasiones del rey Atalarico. Mi jardinero es como Sibyl Vane en The picture of Dorian Gray. Con una mano llena de zanahorias y la otra levantada, afirma: «En Marruecos, pensé mucho en la ley del sólo sí es sí y sólo no es no y sólo un tomate es una berenjena. Mi mujer, que escribe libros de autoayuda y es muy activa en redes sociales, dice que, si se llora mucho, puede aparecer una conjuntivitis cósmica. Es una fuera de serie, ahora sale hasta en la tele».

Entiendo que ha llegado el momento de desaparecer. El fútbol no me interesa nada, la foto de Trump me divierte un poco más, las tertulias televisivas de sabihondos son insufribles, el panorama político es desolador, Espinosa ya no está, el país avanza cada vez más endeudado y, lo peor de todo, no llueve. Echo hacia atrás una mirada penetrante; sí, el jardinero tiene razón, la vida es maravillosa. De fondo, aún se oye el afanado ímpetu lento de las oleadas en la playa. Seguimos de vacaciones. «Alta mar sobre todos ellos», levanta una voz triunfal. En medio del súbito silencio de la naturaleza, unos pasitos resuenan con voz clara. Es mi hija que me trae una bebida estival de limón, miel y especias. Suspiro, nada es tan importante; nadie, por más que lo intente, va a conseguir sobrevivir. Se agota mi tinta, como el mes, y mis posibilidades de evasión. Me despido del jardinero: «Partiendo de muy poco, hemos conseguido una gran embestidura». Me replica: «Eso lo deberían decir los embestidos, y no usted». Tiene toda la razón.

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