El doble rasero del separatismo
No deja de cabrearme muchísimo comprobar cómo a cualquier ciudadano de a pie se le aplica la legislación o las sentencias con un rigor absoluto, mientras que hay organismos públicos como la Generalitat de Cataluña que pueden hacer lo que les dé la gana sin que apenas tenga consecuencias para ellos. Es descorazonador, porque demuestra que no somos iguales ante la ley.
El caso de las sentencias en materia lingüística en la educación en Cataluña es un tema ya muy tratado, ya que las entidades que defienden los derechos de los castellanoparlantes llevan años luchando y denunciando estos abusos. Se ve que hay jueces que no tienen problema en sentenciar en contra del sectarismo lingüístico del nacionalismo, pero luego se ponen de perfil a la hora de ejecutar unas sentencias cuyo cumplimiento supone un enfrentamiento directo con administraciones públicas muy poderosas como la Generalitat o el Parlament.
El caso de las obras de arte de Sijena forma parte de este doble rasero que sufrimos los ciudadanos. Por mucho que la sentencia sea firme, la Generalitat de Cataluña no hace más que dar largas y sigue sin cumplir la resolución que le obliga a devolverlas a Aragón. Con un montón de excusas técnicas va dilatando los plazos. Me imagino que Salvador Illa aspira a que haya un cambio de Gobierno en Aragón que no reclame la ejecución de la sentencia. O que ocurra un apocalipsis zombi que permita que las obras de arte sigan en Barcelona. O que los venusianos nos invadan con sus platillos volantes e instauren la superioridad moral y cultural del nacionalismo catalán, y permitan que esos frescos no se muevan de su actual ubicación.
Pero, como estos escenarios parecen un poco improbables, lo lógico sería que la justicia se plantara y exigiera ya ese traslado, y así evitarnos este culebrón. De ese modo, muchos recuperaríamos la fe en que en Cataluña algún día se puedan cumplir las leyes. Porque, gracias a los indultos y a las diversas amnistías, es asfixiante la sensación de que en Cataluña las normas solo obligan a los no nacionalistas. Me gustaría pensar que no hay que tener la estelada tatuada para ser un ciudadano de primera, porque desde hace demasiados años somos muchos los que pensamos que somos seres inferiores, ya que a nosotros no se nos permite hacer lo que hacen los secesionistas.
Esto de que a los nacionalistas se les perdonen sus delitos y sus malversaciones de dinero público sin que nunca tengan que pagar por ello indigna a muchos españoles que consideramos que nuestra nación es un gran país. Pero que un intento de golpe de Estado reciba penas como las que vivió Junqueras —estar un tiempo comiendo langostinos en una cárcel dirigida por sus subordinados y con todo tipo de privilegios y luego librarse de la pena con todos los ‘honores’— es una afrenta.
Lo de Sijena es otro eslabón en esta cadena de humillaciones con las que el nacionalismo catalán, con la complicidad de Pedro Sánchez, nos castiga. Por eso espero que ya se acabe esta pesadilla y que, de una vez, las obras salgan del MNAC y vayan camino de su destino. Si esa es la sentencia, así ha de ser: sin excusas y sin dilaciones. No podemos seguir soportando este tipo de tomaduras de pelo por parte de un independentismo que es muy diligente a la hora de exigir, y se muestra muy reacio a la hora de cumplir con sus deberes. Pedir que todos cumplamos las leyes comienza a ser revolucionario en España, porque la parte tribalista de España, la que adora al tótem de la estelada o la ikurriña, cree que el respeto a las normas comunes no va con ellos.
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