El desastre de una política basada en la emoción

El desastre de una política basada en la emoción

Los acontecimientos políticos que han tenido lugar en los últimos días son una sucesión de pataletas imposibles por mantenerse arriba en el juego del poder. Se está perpetuando un sistema basado en la frustración crónica. La seducción por ser la máxima autoridad está haciendo que las lideresas pierdan el norte, llevándose por delante lo importante en un embeleso por la conquista del querer llevar razón. Esta dramática regresión del sentido de la responsabilidad es, además, aplaudida por periodistas tan enganchados a los mensajes instantáneos como faltos de escrúpulos. Lo importante pasa a segundo plano en beneficio del escandalazo, de las bofetadas entre leones, del sentimiento adolescente de integrarse en un bando en contra del otro. Parece esto un patio de instituto.

De todo esto discutimos amablemente la pasada noche. Acudí a una cena riquísima en contrastes. En torno a una mesa impecablemente vestida, conformamos un paisaje que saltaba del gesto al discurso, y viceversa. Uno de los presentes, que podría haber sido hermano de Hamlet, se encargó de la parte soporífera de la cena. No había manera de quitarle ese trono. De vez en cuando alguien le tiraba un cabo, para ver si era capaz de captar que se estaba hundiendo; pero sin resultados. Estaba empecinado en aburrirnos hasta la desesperación. Su discurso giraba sobre las relaciones entre política y mitología. Insistía en cómo aquella reviste los valores con una capa simbólica para actuar sobre la mente de cada individuo, a nivel consciente e inconsciente. El tema podría hacer sido atractivo para debatir, pues planteaba la dicotomía infranqueable entre hechos y valores, entre lo que se ve y lo que debería ser; pero aquel sepulturero de Hamlet no supo hacer crecer el césped. Hubiera brillado más como figurante mudo.

Como contrapunto, sentado a mi lado tenía a un señor que era la genialidad personificada. Cuando nos sirvieron la pularda del convento, con su carne jugosa y muy sabrosa, que olía para llorar y cuyo aspecto habría hecho reverenciarse hasta el mismísimo Mauro Colagreco, me dijo: “¿Cómo lo hago? ¿Cómo un salvaje o como un apasionado?”. Con toda la ironía del mundo, le contesté: “¿Perdón?”. El séquito estalló de risa y aquello nos libró por un rato del sermón del sepulturero. Se calmaron los ánimos y comenzó la cosa a ponerse por fin interesante; pero una señora que tenía enfrente continuó: “¿Qué opináis de que Inés Arrimadas diga que todo el mundo quiere acabar con su partido?”. Muy serio y estirado, el sepulturero de Hamlet contestó que eran señales engañosas, camufladas, típicas de las presas/depredadoras, exageraciones, estrategias y fanfarronadas.

Tras unos segundos de silencio, el salvaje apasionado procuró de nuevo salvar la cena cambiando el tema. “¿Sabéis si hay alguna diferencia entre alienación, adicción o seducción?”. Aquella propuesta, lejos de hacernos salir del charco político, sirvió de ancla para volver al redil. “Las tres cosas han debido padecer las aspirantes a heroínas políticas, porque sólo han hecho dar rienda suelta al poder de Sánchez e Iglesias. Mientras ellas sueñan con tocar las estrellas, los más listos se arrastran silenciosamente hacia sus objetivos. Ahora tienen todo de su parte. El ruido está fuera, mientras ellos siguen sigilosos con la consecución de sus planes. Parece todo un juego de telerrealidad. Nos enteramos de los berrinches desde su origen hasta su finalización”.

El gran pasatiempo de la seducción política nos tenía atrapados. Acepté que cualquier tema que se sacara terminaría en una búsqueda de alguna ideología, pero la política de hoy en día ya no se basa en esa cuestión, girando únicamente en torno a lo emocional, asentada en la individualización de los comportamientos políticos y electorales generados por la sociedad individualista de seducción. El consumidor político escoge en función de lo que ama y le gusta, vota por el líder que le seduce, cuyas cualidades personales aprecia. El espíritu del consumista se ha trasladado a los comportamientos del elector. Así lo comprobé cuando el enterrador de conversaciones aludió a las ventajas físicas que tendría para Madrid una nueva realidad, porque naranja y rojo son tendencia esta primavera, y el azul es un color obsoleto.

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