Bruselas ahora quiere leer tus whatsapps

Suele señalar el historiador y comentarista Fernando Paz la paradoja de que, durante la pandemia, ese tiempo de locos, muchos presuntos liberales se comportaron como fascistas, mientras que muchos supuestos fachas actuaron como liberales.
Esta observación, comprobable a toro pasado, quizá solo sea testimonio de cómo nos están bailando últimamente las etiquetas políticas tradicionales, que nadie parece estar donde debería. Así, la convención quiere que Alternativa para Alemania sea poco menos que el retoño tardío del Tercer Reich, y por eso resulta sorprendente que sean sus europarlamentarios, junto con otros grupos fachas como nuestro Vox, quienes hayan puesto el grito en el cielo ante el impúdico proyecto de grabar y guardar todas nuestras conversaciones telemáticas privadas, el ya tristemente célebre “control de chats”.
Han empezado por decir lo obvio: que esta medida representa el fin definitivo de la privacidad. Que las autoridades guarden copia de cada whatsapp enviado a la tía Herminia felicitándola por su cumpleaños puede no sonar muy alarmante, pero en la práctica es como vivir en la película La Vida de los Otros, conscientes de que tenemos una vieja del visillo oficial asistiendo a cada una de nuestras charlas privadas.
El Consejo Europeo ultima la votación para decidir si inicia el procedimiento de aprobación de Chat Control, una herramienta destinada a combatir el abuso sexual infantil en Internet que, en la práctica, legalizaría la vigilancia masiva de los mensajes y correos electrónicos de todos los ciudadanos europeos.
El pretexto es proteger a la infancia, ¿es que nadie va a pensar en los niños?, pero a cualquiera se le ocurre que la excusa es tan desproporcionada, tan matar mosquitos a cañonazos, que no resiste la reflexión más superficial, sobre todo cuando las detenciones en Gran Bretaña, cuna de derechos, por publicaciones en redes multiplica por diez a las que se producen en la autocrática Rusia.
De la Unión Soviética se decía que era una “cárcel de los pueblos”, pero nuestros mandarines de Bruselas parecen decididos a dejarla muy atrás, camino de China a toda velocidad pero sin trenes de suspensión ni cohesión nacional.
La propuesta comunitaria de control de chat requerirían un escaneo masivo de cada mensaje, foto y video en el dispositivo de una persona, evaluándolos a través de una base de datos exigida por el gobierno o un modelo de inteligencia artificial para determinar si son contenido permisible o no.
Se parece bastante a la excusa con la que quieren colar el euro digital: sirve, dicen, para evitar el blanqueo de capitales y el fraude. En ambos casos -y otros muchos a los que nos tiene ya acostumbrados la Hacienda Pública- se trata de darle la vuelta al derecho y ponernos a todos bajo presunción de culpabilidad.
Si no tienes nada que esconder, dicen los idiotas, no tienes nada que temer. Eso, mientras la propia presidente de la Comisión Europea se niega a revelar los correos que intercambió con Pfizer cuando las vacunas.
Se hablaba mucho en el pasado de una Europa de dos velocidades, un modelo que permitiera a las economías más avanzadas del club seguir una marcha, mientras se permitía a las más torpes mantener su propio ritmo. Hoy lo de las dos velocidades tiene un sentido más siniestro: un conjunto de reglas, laxas hasta el infinito, para nuestra clase política y otra, que parece diseñada por Pol Pot, para el populacho.
Afortunadamente, la presión de los soberanistas ha funcionado, y Alemania se opone firmemente al «Chat Control». La ministra de Justicia alemana, Stefanie Hubig, ha declarado que el escaneo aleatorio de conversaciones privadas debe permanecer como un tabú en un estado constitucional, asegurando que «Alemania no aprobará tales propuestas a nivel de la UE». Dios la bendiga, pero no bajen la guardia: la Comisión siempre llama dos veces.