El Barça, ‘menos que un club’

El Barça, ‘menos que un club’

Sus dirigentes y su afición lo han transformado en estandarte de un puñado de separatistas afanados en hundir Cataluña en la categoría de región de pandereta. El Barça no está a la deriva, su marca global no se ha ido al garete, sus señas de identidad no han hecho metástasis. Es mucho más grave: es la caricatura y el estrambote. Apenas una sombra. Simplemente es una institución centenaria que ha entrado en la fase final de un proceso relámpago que incoó aquel Laporta de golpe y porrazo entre el fanatismo soberanista, el empujón hispanófobo y las resacas de champán y ‘reguetón’ con las que se remataba cada título alcanzado.

En tiempos en los que el fútbol es un fenómeno planetario, abierto, moderno, cosmopolita, que mueve de forma trepidante y hermosa los engranajes de las sociedades abiertas y el libre comercio, Bartomeu ha decidido calarse la boina y darle tres vueltas de rosca. No. Los blaugranas no representan hoy un proyecto político, menos de liberación frente a un imaginario Estado opresor. Simplemente son colores que se han puesto al servicio, cual felpudo o alfombrilla de baño, de una casta y una oligarquía concentrada en convertir un esguince social en fractura de tremebundas, infaustas e incalculables consecuencias. Es la mentalidad de la Edad de Piedra vestida con pantalón y medias para el once contra once.

Pero no sólo eso: sus dirigentes han perdido los papeles y la vergüenza. Es infame que vayan pregonando por medio mundo que las imágenes desoladoras del Camp Nou en el choque con Las Palmas son la mejor traducción del sufrimiento de un pueblo. Y es una villanía porque es mentira. Pero para quienes no le llegan hoy a la suela de los zapatos a Florentino y a su junta directiva es lo de menos. Porque decidieron tiempo atrás que hacían dejación entera de sus deberes y sus responsabilidades, incluida la corporativa, que se insertaban como una pieza más en el ‘engranaje rupturista’ cuya tarea crucial mañana, tarde y noche pasa por vomitar toneladas de propaganda y de fake news.

Piqué, compareciendo ahora entre llantos de benjamín sin causa que los justifiquen, es ya el mejor símbolo balompédico de la ‘posverdad’, es el icono de pacotilla que necesitaban las masas del 1-O, es el deportista suicida encantado de conocerse y de ser el objeto de usar y tirar que las mesnadas de Puigdemont y las CUP mueven cual marioneta o pelele. Pero, ¡qué más da! Como los políticos de estelada y urnas chinas, como los mandamases de aquella empresa fundada por el suizo Hans Gamper, el señor de Shakira ha decidido que pese más en su proyección un buen mitin que una impecable cobertura, un buen alegato ‘indepe’ que un cabezazo limpio a la salida de un córner. Hoy es la metáfora de un Barça que ha tirado al desagüe su menguante grandeza. Que ha dejado de ser grande en importancia, en tamaño y en dignidad. ¡Qué insensatez! ¡Qué pérdida! ¡Qué pena!

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