El país vive un momento crítico por el descontento ciudadano

Irán anhela una revolución… a la que todavía le falta un líder

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El pueblo iraní, en una manifestación reciente por las calles de Teherán. (Getty)
Francisco Rabadán
  • Francisco Rabadán
  • Redactor jefe de deportes. He tenido la oportunidad de cubrir dos Juegos Olímpicos, varios Mundiales de distintas disciplinas y algún que otro All-Star de la NBA con los Gasol. De Córdoba y sin acento.

«Ya estamos hartos de ser los chicos malos del mundo». Ese es el sentir general de la población de Irán después de que Donald Trump y los Estados Unidos reactivasen las sanciones sobre uno de los países más ricos en gas natural, petróleo y metales preciosos del mundo y que, sin embargo, viven con una media de 600 euros al mes los que poseen un puesto cualificado y con carrera.

Los jóvenes iraníes están hartos del régimen revolucionario implantado por los Ayatolah en 1979. Consideran que está obsoleto y exigen cambios y reformas que no llegan tras una sucesión de triquiñuelas de unos gobernantes que se aferran al poder como si fuesen dictadores del siglo pasado. Sin ir más lejos, Ali Jamenei –el sucesor de Ruhollah Jomeini– cumplirá 30 años en el poder el año que viene y muchos en Irán no quieren permitirlo.

«Hemos estado ciegos durante mucho tiempo, pero la verdad va saliendo a la luz poco a poco y cada noticia es más difícil de contestar para un régimen caduco», indica una guía turística del país, que prefiere mantenerse en el anonimato para no recibir represalias. «El dinero lo manejan cuatro empresarios próximos al régimen que mandan a sus hijos a los lugares más exclusivos del mundo, el 30% de nuestro presupuesto –al menos eso se les escapó en 2015– va destino a los Ayatollah y sus labores y nosotros mientras tanto con la soga al cuello con el bloqueo estadounidense. Estamos hartos», explica.

Los universitarios, los únicos que se manifiestan

De momento, los jóvenes son los que han tomado las calles desencantados con un régimen que cuenta con decenas de miles de detenidos en los últimos años. «Nos engañaron en las últimas elecciones. Nos hicieron creer que el nuevo presidente sería aperturista y es una absoluta mentira. Es un títere», denuncia uno de los universitarios que cada día sale a las calles de Teherán para mostrar su repulsa en un país donde los pubs y por supuesto el alcohol están prohibidos.

Rouhani sucedió al controvertido Ahmadineyad en 2013 prometiendo todas las reformas que promulgó el ex candidato presidencial Musaví en 2009 –actualmente en arresto domiciliario– y que provocaron unas masivas protestas por fraude electoral. El actual presidente –reelegido en 2017 dicen que con dopingno ha conseguido nada de lo que prometió y «se ha vendido al régimen por miedo a vivir detenido el resto de su vida», tal y como argumentan varios jóvenes que disfrutan de una cachimba –mal vista a ojos de los Ayatolah– en el barrio de Darband, uno de los más pintorescos de la ciudad Teheran y que, al estar en las montañas, goza de cierta autonomía.

Instagram les ha abierto los ojos

Los iraníes se las ingenian como pueden para saber qué pasa en el mundo exterior. El régimen ha vetado el acceso a Google, Facebook, Snapchat y demás redes sociales, pero se han olvidado de las más importante y la que más auge tiene en el mundo: Instagram. «Es una vía de escape y al mismo tiempo un tortazo con la realidad», admiten los jóvenes.

En la red social oficial del postureo ven cómo los países vecinos, especialmente los del Golfo, gozan de una salud económica envidiable por los petrodólares y por su buena relación con Estados Unidos. «No somos idiotas, vemos lo que pasa alrededor y cómo estamos nosotros. Mis padres dicen que con el Sha se vivía mucho mejor», agregan.

Ese pensamiento se ha ido extendiendo como la pólvora entre una generación adulta que impulsó el derrocamiento del antiguo líder y que ahora añora aquellas comodidades. En Irán apenas hay coches nuevos, las multinacionales no existen, pagar con Visa o Mastercard es imposible para el turista y menos aún cambiar comerciar con dólares. Así las cosas, los soñadores, los que quieren escapar y no pelear, dan cualquier cosa por un puñado de euros viendo el Rial hundido y sin valor fuera del país. Para que se hagan una idea, comer en un buen sitio en Teheran cuesta cuatro euros.

El turismo no arregla mucho

Esta situación también ha enfadado y mucho a unos comerciantes que viven de un turismo que varía como unos dientes de sierra conforme a la época que pase el país. «Con Obama se notó mucho que esto estaba cambiando. Quizá se asustaron de ver a la gente con más dinero y por eso volvieron a la política de la provocación», añade un comerciante de Isfahan, con un excelso español.

Pasear por Persépolis, que en otro país estaría masificado, entristece a los pocos turistas que se aventura a ir a ver una de las maravillas de la Antigüedad. Allí, al igual que en ciudades patrimonio de la Humanidad como Shiraz o Isfahan, lo único que desean es encontrar una forma de vida que les permita vivir de forma más holgada.

Las mujeres, una fuerza oprimida

Y hay todavía más. Porque las mujeres viven en un mundo alineado por la yihab que las reduce como persona. Ellas tienen que entrar por otras puertas a las mezquitas y a diversos lugares públicos donde los hombres pueden ir en chanclas y pantalón corto. «Y la que no lo cumpla ya sabe que va a la cárcel por desacato a la ley», dice una guía, mientras advierte a las occidentales de que deben ir tapadas sin mostrar su piel sí o sí.

En Irán la sensación de hartazgo sobre un régimen caduco es patente y no hay nadie que te diga que estén satisfechos. «La corrupción en la clase política se ha notar cada día más. El dinero se lo reparten entre ellos mientras ven a su pueblo malvivir», añade otro estudiante que afirma que el problema reside en que «no existe un líder porque todos están amenazados con ir a la cárcel».

Mientras que una buena parte de países de Oriente Medio se vieron inmersos en los últimos años en la Primavera Árabe, en Irán nadie se atreve a mover un dedo sin que haya una voz firme que lidere el cambio. El pueblo que un día era famoso por comerciar con todos los países europeos y que tenía una de las renta per capita más altas de la región vive anclado en 1979.

«No somos felices porque sabemos que nos están quitando la libertad, el dinero y gran parte de nuestra vida», resume un chófer de un taxi turístico que, con las propinas que le dejan sus clientes, sueña con escapar algún día. «Todo el mundo que viene aquí nos mira con cierta compasión. Es verdad que nosotros elegimos esto, nos ilusionamos al principio, pero ahora hay que cambiar. Necesitamos otra revolución porque ya no nos creemos los cuentos de los Ayatollah. Para nosotros ya no es suficiente que nos digan que Estados Unidos es el malo y que Israel nos quiere invadir. Es el mismo cuento de los últimos 40 años». Suenan tambores de revolución.

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