A cambio de apoyar su investidura

Podemos y los separatistas impusieron una condición a Sánchez: que no hubiera adelanto electoral

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Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. (Foto: EFE)
Carlos Cuesta

No sólo Pedro Sánchez sueña con seguir el frente de La Moncloa todo lo que pueda. Sus socios de Gobierno, Podemos y los partidos separatistas, pidieron expresamente a Sánchez que dejara a los españoles el máximo tiempo posible sin votar dentro del margen que le permite la legislatura. El objetivo era doble: por un lado lograr tiempo para escalar en las encuestas de intención de voto; por otro, y muy importante, disponer de tiempo para sus planes. Y uno de esos planes, en concreto el de los separatistas es nada menos que romper España.

Sánchez sabe que está tranquilo en el sillón. Y es que ninguno de sus socios va a escandalizarse por ningún escándalo hasta el punto de pedir responsabilidad al presidente. Todo lo contrario: la consigna interna es permanecer inalterables porque el tiempo de mandato del Ejecutivo debe durar lo máxima posible.

Por eso, ni el escándalo de Pedro Duque y su sociedad patrimonial, ni el de Dolores Delgado y sus evidentes relaciones con los comisarios más polémicos de lo que el propio PSOE califica de cloaca del Estado, ni el patrimonio ocultado intencionadamente en la declaración de bienes oficial por Isabel Celaá, ni la propia tesis falsa del presidente del Gobierno, ninguno de todos esos escándalos va a hacer tambalearse la alianza inicial entre los podemitas y separatistas para apuntalar a Sánchez en La Moncloa.

Porque se pactó desde el primer momento que la limpieza o la transparencia sería lo de menos: lo importante era seguir controlando el Ejecutivo el máximo tiempo y dar con ello margen a los planes de cada uno.

El plan de Podemos se está viendo a cada minuto: controlar los medios de comunicación públicos, elevar los impuestos y, sobre todo, ganar tiempo para recomponerse en las encuestas electorales del impacto de la noticia de su mansión de La Navata.

Los separatistas por su parte también exigieron tiempo: Tiempo, para negociar una salida de la prisión de sus líderes encarcelados por golpistas, tiempo para volver a financiar sus partidos, asociaciones callejeras y medios de comunicación afines e inyectar de nuevo ritmo a su golpe de estado, y tiempo para orquestar su estrategia de defensa en Estrasburgo o en la misma España -presionando al Gobierno para que este lo haga con los fiscales-.

Sánchez es plenamente consciente. Tanto que lo pactó con ellos y, de hecho, estuvo encantado de alcanzar este acuerdo. Aunque con ello fuese de nuevo el primero en mentir: se comprometió públicamente y desde la tribuna del Congreso a convocar elecciones de forma anticipada.

Pero eso era lo de menos: porque también el PSOE necesitaba recuperarse electoralmente. Necesitaba imponer su poder desde el Ejecutivo para intentar elevarse con respecto a sus actuales 84 y muy escuetos escaños en el Congreso.

Un reto aunaba a todos los partidos de izquierdas y separatistas en este objetivo de dejar sin votar el máximo tiempo posible a los españoles pese a gobernar desde un hemiciclo conquistado a golpe de alianza política -tal y como permite la ley, pero se había comprometido Sánchez a no hacerlo jamás con los “populistas” de Podemos-. Y ese reto es el de granjearse una posición mejor de cara a las elecciones autonómicas y municipales que se celebrarán el próximo año.

Por eso las tensiones les resbalan a los aliados de Sánchez. Por eso los escándalos no les hacen pestañear. Porque quieren tiempo para sus planes. Aunque con ello los españoles tenga que votar lo más tarde posible.

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