EL CUADERNO DE PEDRO PAN

Recrear en danza a los boyardos y otros aromas del Este

Balance de los eventos en artes escénicas que este verano han tenido lugar en Mallorca, con la mirada puesta en Europa del Este

El piano protagonizará la XXVIII edición de ‘Estius Simfònics’ en el Castillo de Bellver

danza este
El trabajo de Tamás Juronics, autor de este insólito Carmina Burana, se caracteriza por crear coreografías experimentales.

Me van a permitir hacer un balance, subjetivamente selectivo, de sucesos que han tenido lugar este verano en materia de artes escénicas y, además, hacerlo mirando cariñosamente hacia la Europa del Este. Todo comienza, ya digo que subjetivamente, la noche del 26 de julio en Bellver, clausura de Estius Simfònics. Como solistas invitados, dos jóvenes promesas venidas de Ucrania aunque no sabría decir si directamente de allí o más bien de un lugar de acogida en el exilio forzado por una guerra entre hermanos.

Aquella noche, el treintañero natural de Kiev, Dmytro Choni, interpretó el Concierto para piano número 3 de Beethoven. En la segunda parte fue el turno para la soprano Olena Tokar, natural de Lugansk, ciudad de la región del Dombás que bien conocemos por los efectos de la guerra esa fratricida. Puedo asegurar que ambos cautivaron al público: su enérgica expresividad.

Viendo evolucionar el talento de tan imprevistas víctimas de la guerra volví a esa tarde, en que nada más iniciarse el concierto de abono de la OSIB, su director invitado decidió interpretar el himno de Ucrania siendo gratificante ver cómo el público, progresivamente, se iba poniendo en pie.

Pocas noches después de la velada en el Castillo de Bellver regresó Ucrania al primer plano con la presencia del Ballet de Kiev, el 4 de agosto, bailando El lago de los cisnes en función a beneficio de UNICEF y su trabajo en la frontera ucraniana auxiliando a la riada de exilados huyendo de la guerra aquella entre hermanos. He visto El lago ni me acuerdo de las veces, pero en esta ocasión volvía a estar presente el profundo respeto de la compañía a la tradición centenaria de la escuela rusa de ballet clásico. Ésta es una pauta que se repite incansable entre las compañías de danza de Europa del Este.
Es algo que se lleva en los genes, que forma parte de una identidad, que en Ucrania, además de compartir raíces culturales, exhibe claro compromiso de lealtad, como lo demuestran esos siete millones de ucranianos muertos, en las filas del Ejército Rojo durante la II Guerra Mundial. Para acabar así.

El balance subjetivo en cuestión llega hasta el 24 de agosto, fecha reservada para retomar en el Auditórium de Palma el Ciclo de Danza, que es la saga voluntariosa de la Temporada de Ballet desaparecida el año 2010. La noche en cuestión me resultó sorprendente, porque hasta donde llega mi memoria nunca se había acercado una compañía del Este, en este caso Hungría, para ofrecernos un espectáculo multidisciplinar pero centrado en la danza.

Después de presenciar el Carmina Burana, en versión La Fura dels Baus, ahora asistíamos al regreso de la cantata sinfónico-coral de Carl Orff, en esta ocasión cambiando teatro de provocación por danza contemporánea.
En realidad esta coreografía se remonta a la primavera del 2001, solo que recientemente se ha convertido en un fenómeno de masas. El trabajo de Tamás Juronics, autor de este insólito Carmina Burana, se caracteriza por crear coreografías experimentales con permanentes efectos catárticos, que por regla general se caracterizan por una fusión interdisciplinar en la que entran en diálogo la danza contemporánea –predominante-, el gesto teatral –bellísima narrativa coral- y elementos propios de la acrobacia.

La permanencia durante más de 22 años en absoluto es casual debido a que Juronics, en su Carmina Burana, inventa la danza de los boyardos en una puesta en escena no solamente espectacular, también catártica. Además de bailarín y coreógrafo (aquí le veíamos en el papel del demonio), también es director de teatro, de musicales y de ópera; un bagaje que contribuye a dar mayor solidez y consistencia a esta recreación de los cantos goliardos.

La característica principal de estos cantos es su carácter crítico e irreverente con frecuentes anotaciones pícaras en las que predomina relatar el gozo por vivir, el interés por los placeres terrenales y el amor carnal. Escritos en los siglos XII y XIII vienen a coincidir con el surgimiento de la vida urbana y siendo los goliardos (una conjunción de clérigos vagabundos y estudiantes universitarios pobres) en cierto modo una avanzadilla de la bohemia que va a proliferar a partir del siglo XIX, Tamás Juronics decide subrayar figuras perfectamente identificables con los testimonios críticos e irreverentes que se encuentran recogidos en el Códex Buranus y que cabría considerar una suerte de manifiesto fundacional a propósito de una forma de vida urbana que presagia conductas que estarán a la orden del día siete siglos después.

Decía que Tamás Juronics con esta coreografía viene a inventar la danza de los goliardos y más en concreto rescatarles del medievo y dar presencia contemporánea a sus ritmos vitales fuera de toda regla establecida. Tengo escrito que Carl Orff al componer su cantata decidió centrarse en los ritmos que eran habituales en la Edad Media, en lugar de plegarse a las exigencias innovadoras vigentes el primer tercio del siglo XX. También es cierto que se subrayan influencias de Stravinsky en la partitura de Carmina Burana.

En esta aproximación en clave de danza se acude a una de las versiones orquestales más reconocidas y partiendo de ella, Juronics va diseñando unos movimientos que transfieren a sus pasos un compromiso de vitalidad que despierta animosamente a los goliardos, ante la mirada atónita de un espectador incrédulo viendo el caudal de una belleza y simplicidad que no cesa. En este sentido llama la atención la necesidad del público de aplaudir desde el primer momento, pero tratándose de una suite esta declaración de permanente sorpresa se apaga de inmediato por exigencias de continuidad.

El público, acostumbrado a la versión en concierto o la teatral, donde son los propios cantantes los que se convierten en emisores híbridos, cuando se planta ante la coreografía de Tamás Juronics en realidad a lo que asiste es a la encarnación de una forma de vida, perfectamente reflejada a través de la riqueza de evoluciones que exhibe el cuerpo de baile y siempre en perfecta sintonía con la partitura. Es como si la música de repente cobrase cuerpo y los pensamientos despertados en el oyente adquiriesen mágica visibilidad.

El propio Tamás Juronics en el papel de demonio crea formas irreales con solo acompañarse de una gran tela negra que invade la escena y limita las posibilidades de movimiento de los bailarines, mientras la megafonía nos transmite pasajes de la cantata perfectamente identificables con el instante.

El Ciclo de Danza del Auditórium de Palma acertaba eligiendo a Szeged Contemporary Dance Company como parte del cartel de la edición 2023. La presencia de compañías del norte de Europa –en este caso Hungría- no se prodigaba en escenarios de la isla, al menos desde la crisis de 2007. Y lo más significativo, viniendo de un país del Este plenamente integrado en la Unión Europea, algo que también ansiaba Ucrania y no lo ha conseguido.

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