Deconstrucción de España

Deconstrucción de España

No, no hemos construido una buena España. Ni una aceptable. Ni siquiera una España solidaria y en libertad. Sí, mucha democracia, muchas instituciones, muchas palabras bonitas… pero todo mal. Muy mal.

Tras décadas de ensalzar esa palabra ya desgastada -democracia-, la hemos vaciado de contenido hasta hacerla irreconocible. Hoy, lo que tenemos es una España que se autodenomina democrática, pero está contaminada por la autocracia, por una polarización enfermiza, por una corrupción inmensa, tanto política como económica.

Una parte del poder judicial está bajo ataque; la otra, directamente manipulada o vendida. El Tribunal Constitucional, que debería ser el último garante, se ha convertido en cómplice de la destrucción. Corrompido por un progresismo de salón, ahora afirma que la amnistía es constitucional… cuando ayer mismo no lo era.

Y ahí siguen los de siempre: los nacionalistas vascos y catalanes, los eternos enemigos de la unidad nacional, promoviendo su proyecto de fractura con la complicidad activa de un presidente del Gobierno que pasará a la historia como el más desleal.

Pedro Sánchez, traidor a España, ha entregado toda ética y toda dignidad en su insaciable búsqueda de poder. Su desprecio por la Constitución es público y notorio. Su amor por España, nulo. A su alrededor, el hedor de la corrupción se extiende: su esposa, su hermano, sus hombres de confianza, su fiscal general… investigados, imputados o en prisión. Y en lo más alto del Congreso, Francina Armengol mintiendo con descaro en sede parlamentaria, fingiendo no conocer a Aldama, negando vínculos con Koldo, mientras las sombras de la trama de las mascarillas siguen creciendo.

Mientras tanto, los nacionalistas imponen cada vez más. Ahora quieren la ruptura de la unidad fiscal como paso previo a la definitiva ruptura de la unidad nacional. Y el Gobierno se rinde. Otra vez.

Sí, mucha democracia… pero también mucha basura. Mucha ignominia. Mucha traición. Tenemos fontaneros del Estado conspirando contra la Guardia Civil que los investiga, un ministro del Interior al servicio de esta podredumbre y algún general que ha olvidado el verdadero significado del honor.

¿Y ahora qué? ¿Esperar sentados a una hipotética victoria del Partido Popular? ¿Confiar en unas elecciones que parecen lejanas y difusas, mientras la realidad política se descompone escándalo tras escándalo?

No olvidamos que el PP tuvo la oportunidad de revertir parte de este desastre… y no lo hizo. No derogó la infame Ley de Memoria Democrática. Aplicó un 155 tímido y vergonzoso en una Cataluña golpista. Hoy, esos mismos que malversaron millones, que pisotearon la ley, están indultados, amnistiados y envalentonados, exigiendo ahora un referéndum y una financiación «singular». ¿Y el PP? Silente, timorato, pactista.

¿De verdad va a revertir el Partido Popular esta situación? ¿Tiene la valentía, el pulso, la firmeza? Lo dudo. Porque esta ruina sólo se revierte con coraje, estrategia, liderazgo y un amor a España sin complejos. Hace falta un diagnóstico claro, un compromiso inquebrantable y la voluntad política de poner a España por encima de partidos, encuestas o cálculos electoralistas.

Y hoy, con toda claridad, sólo hay un partido que representa ese espíritu: Vox. Porque España no es una sombra del pasado. Es una promesa de futuro, debe ser una esperanza de futuro.

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