El boliviano que mató a su novia y la tiró al río alega un ataque de celos tras verle unos «chupetones»
El acusado, que después de ocultar el cadáver vació la cuenta bancaria de la víctima, se enfrenta a 29 años de cárcel
El hombre acusado de asesinar a su pareja en Sevilla en abril de 2022 y tirar su cadáver al río Guadalquivir ha asegurado este lunes en el juicio con jurado popular celebrado en su contra en la Audiencia de Sevilla que cometió el crimen «borracho» y embargado por la «rabia» a cuenta de un ataque de celos tras descubrirle unos «chupetones» en el cuello. El procesado también ha sostenido que nunca pensó en matar a su novia, a la que quería «mucho» y con la que, dice, tenía planes de futuro.
Alfredo G. C., de 51 años y nacionalidad boliviana, vivía en situación irregular en España. Ya había sido condenado por pegar a su pareja. Según las acusaciones, el acusado y la víctima, Virginia T. G., de la misma edad y nacionalidad, mantuvieron una relación sentimental desde 2010, aunque de forma intermitente y con convivencia esporádica. El procesado, que sólo ha respondido a las preguntas de su defensa, se enfrenta a una petición de 29 años de cárcel: 25 por un delito de asesinato con las agravantes de parentesco y de género, tres años más por un delito continuado de estafa y un año de prisión por un delito de lesiones en el ámbito de la violencia sobre la mujer con la agravante de reincidencia.
El asesino confeso ha enmarcado el crimen en la «traición» que sintió al darse cuenta de que su pareja había estado con otro hombre. «Nunca se me pasó eso (matarla) por la cabeza. Es una desgracia», ha sentenciado el acusado, que se ha mostrado «muy arrepentido» por lo ocurrido y ha pedido perdón a la familia de la víctima.
Del día de los hechos, Alfredo G. C. ha señalado que estuvieron bebiendo una gran cantidad de cervezas en el piso de la calle Ágata alquilado a su nombre y donde convivía con la fallecida. A la vivienda acudieron tres amigos (un matrimonio y un varón más) y entre todos compraron 30 litronas de cerveza, según su relato, para celebrar una fiesta, poner música y bailar.
En un momento dado, el acusado vio que su pareja tenía marcas de «chupetones» en el cuello que él no le había hecho y, llevado por la «furia», comenzaron a discutir.
En este punto, las acusaciones señalan que la mujer le dijo que era «muy viejo y aburrido» y que prefería estar con otro hombre, con quien había pasado la noche y el día anterior. Poco después, el acusado se acercó a la víctima, que estaba sentada en una silla, y le propinó un fuerte golpe en el rostro.
Tras mediar sus amigos en la pelea, el acusado abandonó la vivienda y se marchó «a la calle», donde, junto a un amigo, bebió otras «cinco jarras» más de cerveza, según su versión. En aquellos momentos, además de «ebrio y borracho», también estaba «nervioso y con mucha rabia» por un ataque de celos, ha remarcado. Finalmente, regresó al domicilio, donde su pareja y los demás amigos seguían con la fiesta.
Fue entonces cuando ella entró en el dormitorio para «cambiarse de ropa» y él la siguió. De lo sucedido a continuación ha afirmado que no recuerda nada debido a la ingesta de alcohol. «No me acuerdo de lo que pasó», ha dicho encogiéndose de hombros.
Según la Fiscalía, en cuanto Alfredo G. C. volvió de la calle, su pareja se metió en su cuarto. Él se quedó bebiendo en el salón y cuando todos los amigos se habían quedado dormidos, «se introdujo en el dormitorio que compartía con su pareja y cerró la puerta». «Movido por los celos y por el propósito de hacer suyo el dinero que ella tenía, consciente de que pretendía abandonarlo por otro», y aprovechando además que la víctima se encontraba ebria, «de forma súbita y sorpresiva se colocó encima de ella con objeto de darle muerte, inmovilizándola al aplastarle pecho y tórax con el peso de su propio cuerpo, al tiempo que le sujetaba fuertemente el cuello para evitar que se moviese y le taponaba las vías respiratorias, bien con la mano o con la almohada, hasta producírsela en efecto por asfixia mecánica por sofocación», expone el relato de la Fiscalía.
Por su parte, el acusado ha manifestado que «nunca, para nada», quiso matar a su pareja. Según sus palabras, pensó que la víctima se había quedado «dormida» y no fue hasta la mañana siguiente cuando se dio cuenta de que estaba muerta, «entró en pánico» y se deshizo del cuerpo envolviéndolo en una sábana y arrojándolo entre unos juncos del río Guadalquivir.
Según las acusaciones, el encartado «empaquetó» su cuerpo en bolsas de basura y a la mañana siguiente echó a todos los invitados con la excusa de que quería hablar a solas con su pareja. Durante el día se deshizo de todas sus pertenencias, tirándolas a diferentes contenedores de basura, y sobre la medianoche usó una carretilla para transportar el cadáver hasta la orilla del Guadalquivir, donde lo ocultó entre unos matorrales junto al puente del Alamillo. El cuerpo sin vida de Virginia permaneció allí hasta que el presunto asesino fue detenido un par de meses después, el 21 de junio de 2022, y confesó la ubicación del cadáver, situado en el tramo del río correspondiente al barrio de San Jerónimo.
Además, el acusado se hizo con la tarjeta bancaria de la víctima, apoderándose de un total de 8.140 euros de la cuenta de su pareja en diferentes operaciones a lo largo de varias semanas, según apunta la Fiscalía. El relato de hechos del Ministerio Fiscal indica que Alfredo G. C. seguía con la relación por una mera cuestión económica, ya que ella tenía 32.000 euros en el banco por su trabajo cuidando personas en domicilios de Sevilla.
Al respecto, el procesado ha reconocido que en agosto de 2020 fue condenado a 16 meses de prohibición de comunicación y aproximación a la víctima por un delito de lesiones en el ámbito de la violencia de género, prohibición que finalizó el 23 de diciembre de 2021. Tras ello, ambos retomaron la relación y, según su versión, fue ella quien voluntariamente le dio la clave de su tarjeta bancaria porque los dos compartían esa cuenta, pese a que estaba a nombre de ella. Además, ha asegurado que antes de la ruptura previa a la condena de 2020, entre ambos habían acumulado más de 40.000 euros en esa cuenta bancaria dado que tenían pensado comprar una vivienda.
«Siguió con su vida normal»
En esta nueva sesión del juicio también ha declarado la jefa del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional, que ha explicado cómo fue la investigación llevada a cabo para esclarecer el paradero de la víctima tras su desaparición y cómo varios testigos narraron que el acusado «siempre estaba intentando quitar» la tarjeta bancaria a la fallecida «para sacar dinero» y disponer del mismo.
También ha explicado que, tras los hechos, el inculpado habría «seguido con su vida normal, intentando quedar con mujeres y bebiendo alcohol» continuamente, además de manifestar a terceras personas que su pareja «estaba bien» para que no sospecharan de su ausencia.
Asimismo, ha descrito diferentes estrategias seguidas supuestamente por el procesado para eludir la investigación policial, como cambios en su tarjeta de teléfono móvil o el uso de un dialecto boliviano a la hora de hablar con una familiar acerca de los hechos. Tras su detención, según ha dicho la jefa del Grupo de Homicidios, el encartado confesó «espontáneamente» la autoría del crimen y condujo a los agentes al lugar donde había arrojado el cadáver.
Frialdad y premeditación
La versión del acusado contrasta con la mantenida el pasado viernes por el Ministerio Público durante la primera sesión de la vista. En sus alegaciones iniciales, la fiscal subrayó la «frialdad» y la «premeditación» con la que actuó el asesino confeso.
La acusación particular, ejercida en nombre del hijo de la víctima, censuró igualmente la actitud del procesado: «Asesinó a una mujer por el hecho de serlo, porque era mujer y se iba a ir con otro».
Tanto la Fiscalía como la acusación particular y la acusación popular, ejercida por la Junta de Andalucía, consideran los hechos constitutivos de tres delitos (asesinato, estafa y lesiones).
Frente a ello, la defensa mantiene que el procesado debería ser absuelto puesto que el día de los hechos estuvo movido por un arrebato o un estado pasional ante los celos que le generó enterarse de que su pareja había estado con otra persona, circunstancia que considera una eximente. De manera subsidiaria, alega la atenuante por consumo de alcohol.
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