Yascha Mounk, el ‘progreísmo’ obsoleto y Carmen Calvo

Yascha Mounk
  • Teresa Giménez Barbat
  • Escritora y política. Miembro fundador de Ciutadans de Catalunya, asociación cívica que dio origen al partido político Ciudadanos. Ex eurodiputada por UPyD. Escribo sobre política nacional e internacional.

Dirán con razón que vaya ensalada de título para mi artículo. Pero tiene su razón de ser. Carmen Calvo, que ya marcó territorio para el feminismo llamado «clásico» o «tradicional» a principios de año con Nosotras, su libro sobre feminismo, forma parte de la tendencia en el PSOE que ha conseguido la aprobación de dos enmiendas a la ponencia marco de su reciente Congreso. Virando el rumbo del discurso socialista sobre los derechos LGTBIQ+, se han eliminado esas dos últimas siglas: la Q de Queer y la +, que se refiere a las identidades que se van descubriendo y ya no caben. ¿Se trata del convencimiento sincero de un sector del PSOE preocupado por los «intereses enfrentados» de las mujeres o una operación táctica en un mundo que empieza a rebelarse contra la proliferación de identidades?

Yascha Mounk es politólogo y profesor asociado de Práctica de Asuntos Internacionales en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Experto en la crisis de la democracia liberal y el auge del populismo, es autor de cinco libros de los cuales La trampa identitaria: Una historia sobre las ideas y el poder en nuestro tiempo estoy leyendo ahora. En él relata cómo el activismo woke forjó lo que él llama la «síntesis identitaria», cuya aplicación tanto en la enseñanza como en las políticas públicas ha resultado tan contraproducente. Y, seguramente, por ese motivo Donald Trump ha podido ganar las elecciones.

Aunque muchos progres siguen negando que la adopción del identitarismo por parte de la izquierda esté llevando a un auge del populismo de la derecha empiezan a oírse voces, en el campo demócrata norteamericano, que sí aceptan el daño que ha hecho a su marca. Y experiencias en la vida real no faltan. Por el libro de Mounk conocemos pintorescas (pero espeluznantes) discriminaciones en función de la raza, el sexo o la orientación sexual que no vimos venir. En un hospital de Boston, por ejemplo, algunos médicos denunciaron que para solventar con «equidad» la sobrecarga en la unidad cardiaca optaron por la admisión preferente de los pacientes negros e hispanos con insuficiencia. Y el Departamento de Salud del estado de Nueva York propuso recetar medicamentos escasos como el Paxlovid a miembros de grupos étnicos minoritarios aunque tuvieran menos de sesenta y cinco años y no padecieran enfermedades preexistentes. Las directrices dejaban claro que los neoyorquinos de idénticas condiciones pero de raza blanca «no debían considerarse prioritarios». Sobre discriminación por sexo, lo mismo. Por ejemplo: el Gobierno federal asignó fondos de emergencia para ayudar a pequeñas empresas en riesgo de quiebra tras la pandemia si las propietarias eran mujeres en detrimento de las de titularidad masculina. De manera similar, no hace mucho, el Ayuntamiento de San Francisco anunció que pondría en marcha un plan de renta básica restringido a un único grupo de población: las personas trans. Nada que nos resulte extraño. Justamente hoy hemos conocido la noticia de que un aspirante a bombero se ha quedado sin plaza después de que otro se declarara mujer en mitad de las oposiciones. Acogiéndose a la Ley Trans el tío escaló de golpe 100 puestos en la convocatoria. Y luego que viene la derecha.

Hubo un tiempo en que ser de izquierdas era defender que los seres humanos no se definían por su religión o el color de su piel, por su educación o su orientación sexual. Pero los partidarios de lo que Yascha Mounk llama «la síntesis identitaria» rechazan los valores universales y las normas imparciales. Sólo ven el mundo a través del prisma de unas categorías identitarias victimizadas que no piden igualdad sino privilegios. Hasta el PSOE se dio cuenta unos momentos.

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