Bildu y Sánchez en apuros: Bilbao ha renacido


Pese a que Bilbao es una de las mejores fiestas de toros del mundo, la mayoría teníamos la sensación desde hace varios años de que algo no iba bien, que «estaba de capa caída», «que los jóvenes ya no les interesa los toros», «que la gente está muy quemada con la política». Íbamos a Bilbao como el que va a ver a un viejecito en la residencia, temiendo que sea la última vez que nos mire sonriendo despidiéndonos sin fe de que haya «una próxima».
La mala política estaba haciendo de la suyas y la disminución del número de festejos llevaba presagiar lo peor este año. PNV y EH Bildu están empeñados en echar el cierre a la afición –sigue sin anunciarse las corridas generales en el programa oficial de fiestas, no hay palco institucional, el alcalde no hace ni acto de presencia, impiden que la banda de música municipal actúe y hasta que los gaiteros interpreten el tercio de banderillas–.
Sin embargo, Bilbao ha renacido de golpe. Los propios bilbaínos están asombrados del casi no hay billetes del jueves y viernes. No acaban de entender qué ha pasado. Pese a que la coacción independentista antiespañola intenta influir en los gustos de los ciudadanos, los jóvenes de Nervión han salido del armario con una pancarta gigante al ruedo de Vistalegre que dice «La juventud de Bilbao es taurina».
El motivo de la gran afluencia de gente joven a la feria trasciende lo taurino. No es sólo que haya una discoteca después de la corrida en la misma plaza de toros o una carpa festiva a la salida, lo que les invite a pasárselo bien –será por música y fiesta al otro lado de la ría–. La razón de su gusto por los toros es espiritual. Tienen hambre de emoción, de trascendencia. En este sentido, Bilbao es ahora mismo un punto de interés máximo para todos aquellos que quieran comprender qué está pasando sociológicamente en España.
Ante un gobierno tratando de adoctrinar y envilecer las conciencias de su pueblo haciendo creer que las víctimas de ETA son pasado y algunas de las víctimas de la guerra civil son presente; que los toreros son asesinos, pero los terroristas son activistas por la paz; que Bildu es democrático, pero los taurinos –que somos mayoría– no tenemos derecho.
Ante todo esto, que la plaza de toros de Bilbao sea un hervidero de jóvenes vascos que quieren hacerse fotos con Fortes, disfrutar de ver matar un toro llamado Comunista –como el que lidió Talavante–, mientras suena España Cañí, y sacan a hombros a Borja Jiménez y Urdiales, nos tiene que despertar una alegría enorme porque no es que la Aste Nagusia taurina tenga futuro, es que nuestro país tiene esperanza.
Hasta por los pasillos de la plaza vasca se ha escuchado corear con guasa la canción del verano dedicado a nuestro tirano presidente –»Pedro Sánchez, hijo de puta»–.
Yo no sé qué va a pasar ni las próximas elecciones generales ni autonómicas, pero Sánchez y Bildu van a pasar apuros. La fiesta de los toros bilbaína ha sido uno de los puertos de montaña de la temporada. Lo es, y lo seguirá siendo –así me lo enseñó siempre el sabio sevillano D. Antonio–. Bilbao ha renacido, con todo lo que ello implica para España.
Si uno quiere instruirse en cómo ser un buen aficionado a los toros y quiere disfrutar siéndolo, tiene que venir aquí. La Aste Nagusia es algo así como un seminario para entendidos y aprendices, porque ganaderos, toreros, apoderados, periodistas y aficionados conviven durante días en un clímax festivo muy especial, pues es una fiesta abierta, donde se va por derecho.
En Bilbao no es que se sepa de toros, es que se conoce los pormenores de cada uno de los astados que serán lidiados cada tarde por los matadores –una de las señas de identidad frente a su vecina Pamplona– y donde es habitual encontrarse al presidente D. Matías –considerado como el alcalde de la afición tras 30 años en el palco– paseando junto al asesor artístico, Gonzalo Gómez Guadalupe, para conocer lo que se dice en los corrillos y qué les ha parecido su actuación de la tarde.
¿Dónde sucede algo así? ¿Dónde el sorteo y el apartado se convierte en un ritual de presentación del toro que concita a decenas de curiosos?
Será porque la siento mi plaza. Será porque ahí mi padre nos hizo aficionadas a mi hermana y a mí. Será porque recuerdo una de las mejores faenas a un novillero, la vez que más miedo he pasado viendo torear, será porque he hecho amistades que ya son mi familia. Será porque ahí mi amiga italiana pasó de ser antitaurina a apasionada de la tauromaquia. Será porque siempre que voy conozco a personas buenas que merecen la pena, llegadas de distintas partes de la geografía taurina.
Será porque es Bilbao, pero tengo el convencimiento de que todo esto no sólo me pasa a mí, sino que es un testimonio más de todos aquellos que vienen a vivir la fiesta a esta ciudad.
Hay una semana al año, que el epicentro taurino –que va de Francia a Hispanoamérica– se concita en un radio que va de la plaza de Vistalegre al Ercilla, y que representa esa Bilbao española que no se resigna a morir. Los que la conocemos, sabemos que esta feria es un tesoro etnográfico que merece el calor de una afición que la mime y la cuide, porque si la perdemos, perdemos una forma auténtica y ritual de entender la tauromaquia y, por ende, de una manera de estar en el mundo.
Los jóvenes taurinos vascos han lanzado un mensaje muy claro a Moncloa, porque esta juventud ya no es aquella de hace unos años que veía el mundo desde las ikastolas. Estos muchachos visitan con frecuencia Madrid, conocen las capitales europeas, les gusta veranear en las costas andaluzas.
Son vascos y españoles que se sienten orgullos de sus traiciones, que quieren coger el testigo de sus padres y abuelos, para que su feria continúe siendo la mejor de todas. ¡Cómo no van a estar en apuros el puto amo y sus socios si la censura se la está imponiendo a ellos con el bono cultural! Donde las dan, las toman.