EL QUILOMBO

Charlie Kirk, el aviso que nadie quiso escuchar

Charlie Kirk, el aviso que nadie quiso escuchar
Luis Balcarce

Tyler Robinson, el francotirador que asesinó de un disparo letal en el cuello a Charlie Kirk, se entregó después de que su padre recurriera a un pastor religioso para facilitar su rendición. Robinson era un joven de clase media que había pasado más tiempo con los videojuegos que con sus padres y que mamó en las redes sociales la retórica del odio que le llevó a disparar con precisión milimétrica desde una azotea a uno de los más prometedores activistas de Trump. Nada se sabe de las motivaciones del crimen, por más que El País levante el pulgar señalando que pertenecía a «una familia mormona de votantes republicanos amantes de las armas».

No busquen motivaciones complejas. No las hay. Sólo la ira destilada de jóvenes que han aprendido a disparar antes que a argumentar. Y no es un caso aislado. Robert Westman, un trans de 23 años, se voló la cabeza tras masacrar a dos niños en una iglesia católica. Antes de morir el asesino de Minneapolis dijo que «estaba cansado de ser trans» y lamentó que le hubieran «lavado el cerebro». Audrey Elizabeth Hale siguió el mismo patrón en Nashville: veintitantos años, identidad transgénero, tres niños y tres adultos muertos antes del suicidio final. Thomas Matthew Crooks, de sólo 20 años, falló por milímetros al intentar asesinar a Donald Trump en Pensilvania.

No hablamos de lúmpenes sino de jóvenes de clase media, solitarios, introvertidos y deshumanizados que hicieron del odio su motor existencial. Pero antes de que ellos apretaran el gatillo, Joe Biden, desde la misma Casa Blanca, declaró sin ambages que «había que poner a Trump en la diana». Y una activista de Black Lives Matter justificó el asesinato de una refugiada ucraniana a manos de una hombre de raza negra argumentando que los suyos «tenían derecho a la violencia».

Aquí en España los conocemos bien. El etarra Otegi se disculpó por «haber causado más dolor del necesario». Y este domingo Pedro Sánchez legitimó el terrorismo callejero cuando expresó su admiración por la kale borroka que reventó la Vuelta a España. Allí pegándose con la Policía estaba también su socia de Gobierno, Irene Montero, con el rostro descompuesto por la rabia, clamando venganza. Son alquimistas del odio. Y viendo cómo algunos celebraron su muerte, uno tiene la sensación que lo de Charlie Kirk fue apenas un aviso.

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