Sánchez, propalestino por interés electoral


No se equivoquen: Sánchez se ha subido a las protestas a favor de Palestina porque quiere ganar las próximas elecciones. No es lo mismo tener a su mujer y a su hermano imputados con él en La Moncloa que estando en casa o en la oposición.
Todo empezó, en cierta forma, con aquel video de Iñaki Gabilondo. Cuando, tras una entrevista en Cuatro en la campaña del 2008, Zapatero confesó: «Nos conviene que haya tensión». Le fue bien. Las ganó. Aunque luego ya fue una agonía para él y para su partido. En el 2011, el PP obtuvo mayoría absoluta. Aviso a navegantes si queda alguien con los pies en el suelo en el PSOE.
La indiscreción gracias a un micro abierto también reflejaba la complicidad entre el entrevistado y el entrevistador. No en vano Gabilondo ha sido el periodista referente del progresismo mediático. Más de veinte años como presentador estrella de la SER.
Pedro Sánchez, alumno aventajado de Zapatero, ha optado ahora por la misma técnica: “Nos conviene que haya tensión”. Al fin y al cabo, gobierna, es un decir, en minoría. Pendiente de Puigdemont, de Esquerra, de Bildu. En palabras del fallecido Alfredo Pérez Rubalcaba, al frente de un “gobierno Frankenstein”.
En cualquier otro país del mundo, si no puedes aprobar los Presupuestos, te vas a casa. No digo ya si no los apruebas en dos ejercicios consecutivos. Y vamos hacia el tercero. Él mismo convocó elecciones anticipadas en el 2019 después de que Junts y ERC le tumbaran los de aquel año. No le fue mal: pasó de los 85 escaños del 2016 a 123. Pero no es cuestión ahora de jugar con fuego.
Por eso, en el fondo, ha copiado el proceso. Empezando por las críticas a los jueces. Los ‘indepes’ también se quejaban de la politización de la justicia cuando ellos lo habían politizado todo, comenzando por TV3. Sánchez, basta ver los fichajes de TVE como Gonzalo Miró o Sarah Santaolalla, lo está superando.
Personalmente, pensaba que Sánchez y Puigdemont se parecían. O que, al menos, se necesitaban. Dos supervivientes natos. Todo por el poder. Ambos, por ejemplo, han convertido la mentira en una arma política.
No voy a aburrirles con los “cambios de opinión” —un eufemismo de Moncloa— del propio Pedro Sánchez porque son de sobra conocidos. “No pactaré con Podemos”, “no pactaré con independentistas que quieren romper España”, “no pactaré con Bildu”. Hasta llegar a los indultos y a la amnistía.
Lo cierto es que Puigdemont no le va a la zaga. Y, en algunos casos, hasta le supera. En las elecciones del 2017 dijo que volvería; no volvió. Tras la aplicación del 155, hizo ver, en Insta, que estaba en Palau cuando ya se había esfumado. Antes del debate de investidura de Quim Torra, también simuló que estaba en el Parque de la Ciudadela. Luego les dijo a sus seguidores que tomaría posesión del escaño de eurodiputado en Estrasburgo. No se atrevió a cruzar por lo que pudiera pasar. Se quedó en Alemania.
En las últimas elecciones generales aseguró en una entrevista a un periodista de confianza, Antoni Bassas, que «Sánchez no será presidente con los votos de Junts». En cuanto precisaron su apoyo, cambió de opinión. Lo vendió como un «compromiso histórico» entre el Estado y el independentismo. Pero, en realidad, era un ¿Qué hay de lo mío?
Si Puigdemont estuviera amnistiado a estas alturas, sería una balsa de aceite para Sánchez. O, al contrario, porque con él nunca se sabe. Igual lo dejaba caer, arreglada su situación personal.
Sánchez ha dado, no obstante, una vuelta más de tuerca. Ahora se inspira directamente en Quim Torra. El entonces presidente de la Generalitat recomendó a los CDR en un acto en septiembre del 2018 aquello de «¡apreteu, apreteu, feu bé d’apretar!» («¡Apretad, apretad, hacéis bien en apretar!»).
Los Comités de Defensa de la República (CDR), una prolongación de la CUP, se lo tomaron al pie de la letra. Al día siguiente, intentaron asaltar el Parlament. Como el Capitolio, pero a la catalana. Los mossos, pillados de improviso una vez más, se las vieron y las desearon. Tuvieron que movilizar a patrullas de seguridad ciudadana que estaban en la zona para evitar el desastre.
Lo de la Vuelta es lo mismo. Sánchez también animó antes el cotarro en el mitin del PSOE que inauguraba la precampaña de las andaluzas. «España brilla hoy como ejemplo y como orgullo», afirmó. Hasta defendió dar «un paso al frente» contra Israel. Lo nunca visto: un presidente del Gobierno alentando las protestas contra una prueba deportiva internacional.
Como aquellas palabras que dijo en aquella declaración institucional hace una semana: «España no tiene bombas nucleares, tampoco tiene portaaviones ni grandes reservas de petróleo. Nosotros solos no podemos detener la ofensiva israelí. Pero eso no significa que no vayamos a dejar de intentarlo». Parecía un llamamiento a bombardear Israel por todos los medios.
El líder socialista ha hecho, pues, un copi y pegui del proceso (procés). Como entonces, lo digo por experiencia, los medios de comunicación públicos y algunos de los privados también han ayudado a calentar los ánimos. La política española se ha convertido en una montaña rusa con emociones fuertes y nudos en el estómago.
Las protestas contra Israel son una excelente cortina de humo para tapar la falta de obra de gobierno. A fin de cuentas, la única ley importante aprobada hasta ahora es la de la amnistía. Incluso va diciendo Sánchez que está «en el lado correcto de la historia». Y lo cacarean sus ministros o presentadoras de radio como Àngels Barceló, también en la SER. Torra iba diciendo exactamente lo mismo.
Temas:
- Israel
- Palestina
- Pedro Sánchez