Ucrania: no hay sólo buenos y malos
Encarando ya la segunda mitad de la tradicional cuesta de enero, la actualidad política nacional e internacional es sobreabundante en noticias e informaciones de todo tipo, pero con el común denominador de no dar respiro a una crisis económica que parece interminable. Obviamente, con la guerra de Ucrania como foco principal generador de la misma, aunque ella no sea sólo la causa.
Llama la atención que, a diferencia de todo otro tipo de guerras y conflictos que se han sucedido a lo largo y ancho de la Historia, en esta ocasión todos los esfuerzos de Occidente parecen volcados, no en intentar un armisticio o un alto el fuego que abriría un resquicio a una eventual negociación para conseguir una paz estable, sino en asegurar indefinidamente aprovisionamiento de material militar a Zelenski para continuar una guerra que el próximo mes ya cumplirá un año, dejando tras de si un reguero interminable de muerte y destrucción.
Tan evidente es que Putin no puede violar impunemente el orden internacional y la integridad territorial de otro Estado, de lo que deberá responder al menos ante la Historia, como que ha sido empujado por la OTAN a tomar esa decisión mediante una provocadora política de expansión continua y continuada hacia su frontera. No puede olvidarse para intentar un juicio objetivo de la dramática situación existente, que la génesis mediata del conflicto comienza a estos efectos cuando el 8 de diciembre de 1991 -apenas dos años después de la caída también del Muro de Berlín, símbolo de la guerra fría- con Gorbachov al frente, implosionó estrepitosamente la URSS.
Al frente de la Federación Rusa se encontraba Borís Yeltsin, y ninguno de ellos podía ser considerado como una amenaza para Estados Unidos ni para Occidente. En aquel momento, lo razonable -si se deseaba la paz y una cooperación fructífera con la nueva Rusia atrayéndola hacia la Europa hoy UE- hubiese sido estrechar lazos políticos, económicos y militares con ella, como clara expresión de la nueva realidad geopolítica emergente tras el fin de la revolución bolchevique triunfante con Lenin y Stalin que obviamente no eran comparables a Gorbachov y Yeltsin.
Repasando la historia del momento y la hemeroteca se comprueba que esa colaboración era necesaria y posible si hubiese sido ese el objetivo, pero los hechos son tozudos y acreditan lo contrario. Y así como el Pacto de Varsovia, la alianza militar comunista creada para asegurar su esfera de influencia en la frontera europea fue disuelta, la OTAN -alianza militar defensiva para hacer frente al imperialismo expansionista contra Occidente por parte de la URSS- actuó considerando a Rusia como una mera sucesora de aquella, y por tanto tratándola como a un potencial enemigo militar.
Pese a las reiteradas quejas de una Rusia incapaz de otra respuesta, sumida en una depresión colectiva tras la desintegración de su anterior imperio comunista, la OTAN -al dictado de Estados Unidos- fue incorporando a repúblicas ex soviéticas, como las tres Bálticas, y a la práctica totalidad de los miembros del Pacto de Varsovia: Polonia , Hungría, etc. De esta forma, la antigua esfera de influencia soviética no sólo pasó a ser una zona libre y democrática, sino a ser territorio OTAN.
Un momento de respiro: ¿alguien piensa que EEUU aceptaría que México o Canadá se incorporaran a una alianza militar bajo la hegemonía china o rusa? El recuerdo de la crisis de los misiles en Cuba de octubre de 1962 entre Kennedy y Jrushchov la respuesta rotunda a esa pregunta. Perseverar en esa política pretendiendo que Ucrania fuera la siguiente pieza a incorporar, fue la llama que provocó la inaceptable e irreflexiva respuesta de Putin picando en el anzuelo lanzado.
Es un conflicto geopolítico donde lo más doloroso es el sufrimiento del pueblo ucraniano, víctima de una guerra en la que es un simple peón en el tablero geopolítico mundial que se juega desde Washington, con los europeos de meras comparsas en la partida. Las crisis alimentaria, energética y económica y la guerra que las genera durará hasta que convenga al deep state, el «estado profundo» al mando.