Scholz enseña la puerta al colega Sánchez

Sánchez
  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Ya se sabe: el hasta ahora canciller alemán Olaf Scholz, un tipo grisáceo que hubiera avergonzado por su mediocridad al sinvergüenza de Brandt, ha perdido la sinuosa cuestión de confianza planteada en el Bundestag, y por tanto ya está en funciones hasta que el próximo 23 de febrero pierda las elecciones en Alemania ante la coalición democristiana CDU-CSU. A Scholz le pusieron los cuernos en noviembre sus episódicos aliados del FPD, liberales, y el Gobierno-semáforo rojiverde se fue a hacer puñetas, algo que deseaban fervientemente la mayoría de los ciudadanos que en un par de meses instituirán como canciller a Merz, un político templadamente conservador, al que su antecesora y colega Merkel odiaba, no se sabe muy bien por qué, aunque quizá la cosa se explicaba en función de la afiliación religiosa de cada quien: una, protestante, el otro católico.

Scholz se quedó sin Presupuestos para el 25 y procedió a obrar en consecuencia: cogió la puerta -ahora está a punto de salir- y se marchó probablemente sin ninguna posibilidad de volver ya que la última encuesta le ofrece un 17 por ciento de los votos, 14 menos que la CDU, el 31 por ciento.

O sea, Scholz se ha comportado para la ocasión como un decente demócrata, justo lo contrario a lo que ya hizo hace un año su correligionario colega Sánchez, del que muchos germanos hablan en privado auténticas pestes. El español, que está a una linde pequeñita de convertirse directamente en un fascista redomado, va a perder las venideras Cuentas Públicas porque sus socios de coyuntura, los independentistas del forajido Puigdemont, se las van a devolver a la desmadrada Montero. Y ¿qué hará? Pues nada, como si no hubiera ocurrido nada. Es como esos chulos de barrio que siempre van proclamando: «No pasa nada y si pasa, se le saluda». Pues sí, en esta semana de pasión para él, el presidente del Gobierno está saludando las revelaciones mafiosas de Aldama, las negativas del postinero perdonavidas Koldo no sé qué, y la cerrazón agobiada de su señora, la simpar influencer, Begoña Gómez. Tampoco han faltado a las citas de la semana las noticias sobre el hermano trompetero que vive a caballo de Badajoz, Elvas y hasta San Petersburgo. Todo un Pac de asquerosidades que, con un descaro gansteril, el interesado descalifica como un ataque de los jueces a su siniestra persona.

Los socialistas han rescatado para todos los casos expuestos el término británico lawfare, un invento que ha sentado como un tiro incluso a la presidenta del Consejo General del Poder Judicial, Isabel Perelló, una señora magistrada en toda la extensión de la palabra, que ha atizado un par de sopapos extraordinarios al dúo maléfico Sánchez-Bolaños. El par ya tienen agotada la paciencia de los jueces, cosa que no les avecina buen futuro, no vaya a ser que cuando pierdan el puesto no es que reciban penas de telediario, como ellos se quejan ahora, sino de banquillo, que es lo que se merecen. En puridad, después de la declaración de Aldama el lunes, de las imponentes mentiras de Koldo, y de los silencios atronadores de Begoña, cualquier gobernante mínimamente respetuoso con las reglas de juego democráticas ya se hubiera marchado a su zulo de donde, por cierto, nunca ellos debieron salir.

Scholz, el sosias político de Sáchez, su acompañante en la Internacional que es cuna antigua de las más aberrantes corrupciones (¿o es que nadie recuerda al venezolano Carlos Andrés Pérez?) ha tomado las de Villadiego con elegancia, pero no con prestancia porque deja su partido en las peores circunstancias económicas y políticas de los últimos veinte años. «A este paso -le decía a este cronista un profesional germano- vamos a tener que resucitar de nuevo el milagro alemán». Desde luego no será para tanto, pero allí la situación es delicada. Permítanme una anécdota: hace cuarenta, o más, años, uno de los autores de ese «milagro», Ludwig Erhard, se dirigía a sus paisanos en las elecciones, ponía la mano izquierda sobre el regazo derecho, y gritaba: «… y voten con el corazón». O sea, con la cartera. Ahora no hablaría así.

Los alemanes no perdonan y Scholz, un horrendo gobernante, se marcha pero, eso sí, ofreciendo a su congénere una lección de decencia personal y democrática. Lo mismo hizo Felipe González cuando Jordi Pujol, que había sido su último sostén en el 93, le negó su apoyo a los Presupuestos. Simplemente, convocó elecciones. Aquí y ahora, es decir en el próximo enero, no va a haber Presupuestos, la volcánica Montero se los tendrá que llevar a la cocina de su casa, pero Sánchez seguirá apostado en la de La Moncloa con su señora al lomo, más quemada ella que los antiguos ceniceros del bingo. Sánchez continuará agraviando a los jueces olvidando que los dos únicos lawfare que ha habido en este país han sido los de Gürtel y el acoso a Díaz Ayuso. Es tan tóxico, tan inmundo Pedro Sánchez que enguarra todo a lo que se acerca. En definitiva, está dejando nuestro país como cenagal mugriento. Fíjense si ante sus próximas derrotas parlamentarias, que van a ser semanales, tuviera la honradez de dejarnos en paz de una vez. Lo hemos escrito, no lo hará, pero una advertencia: cuanto más tarde lo deje, más aumentarán las posibilidades de que termine sentado en el banquillo del Tribunal Supremo o en el del Juzgado de un pueblo. Ante el aplauso general. Scholz, un mendrugo como canciller, es un individuo digno: Sánchez es un ukuari. Búsquenlo en Google. Les propongo este entretenimiento. Edificante.

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