Sánchez y Otegi, tal para cual

Sánchez y Otegi, tal para cual
Pedro Sánchez y Arnaldo Otegi.

Cuando el 27 de junio de 1960 estalló una bomba en la consigna de la estación de tren de Amara en San Sebastián, Jesusa Ibarrola se temió lo peor. Su hija Begoña Urroz había resultado herida en el rostro y en las extremidades y, como presagió, fallecería horas después. Tenía 20 meses. Apenas ocho años después el guardia civil de Tráfico José Antonio Pardines dio el alto a un par de muchachos que circulaban a bordo de un 850 con una matrícula aparentemente ful en la localidad guipuzcoana de Villabona. El copiloto, Txabi Etxebarrieta, no se lo pensó dos veces: vio el uniforme, sacó la pistola, disparó y mató en el acto al agente de 25 años.

Siempre se ha considerado el del bebé de la familia Urroz-Ibarrola el primer crimen mortal protagonizado por ETA. Luego se reescribió la historia, no sé si porque realmente la autoría correspodía a un extrañísimo y no menos desconocidísimo Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL) o porque había que continuar el blanqueamiento de la repugnante banda terrorista vasca y, claro, la muerte de una imberbe de 20 meses destrozaba el retrato que de Zapatero a esta parte nos han intentado meter con fórceps en el cerebro.

Fuera como yo creo Urroz la primera víctima mortal, haya que adjudicarle ese desgraciado rol a Pardines, lo único cierto es que hasta el final hace una década del terrorismo de alta intensidad, ETA asesinó a más de 850 personas, mutiló, calcinó o dejó con graves secuelas a miles, secuestró a un centenar, extorsionó a 10.000 vascos y provocó el exilio de 250.000 personas que se diseminaron por toda la geografía nacional para salvar la vida.

El Gobierno socialcomunista y sus medios afines, que como les repito hasta el aburrimiento representan el 80% del total, pusieron en marcha el domingo pasado una nueva, y no menos vomitiva en términos morales, campaña de dulcificación de la banda terrorista. Fue ese ejemplo de periodismo al dictado que es El País el primero en activar este plan propagandístico que luego fue secundado por las televisiones, radios y periódicos afectos a la causa. Como les ha fallado el objetivo inicial, que era narcotizarnos de tal manera que pareciera que ETA jamás existió o fue poco más que un mal sueño, echaron mano de éste que se resume en que ETA antes era mala y ahora es buena o, al menos, no tan mala.

Que se puede hablar con ellos, que están arrepentidos, que mataron pero en realidad se les fue la mano, que nos hicieron el favor de dejar de matar, que se pueden incrustar en la sociedad civil porque ya no son los malnacidos que eran. Vulgar agitprop que queda a años luz del tan siniestro pero infinitamente más efectivo que practicaban Lenin, Plejánov, Brecht o de esos montajes del franquismo que buscaban infantilizar a la población para tenerla tranquila. Un asco, en cualquier caso.

Las palabras de Otegi provocaron arcadas en esa absolutísima mayoría de personas decentes que sigue habiendo en este país

Que este Gobierno y Bildu son la misma mierda quedó desgraciadamente claro el lunes con la enésima declaración de Ayete leída por el ex jefe de la banda terrorista Arnaldo Otegi, un ser diabólico que no sólo ordenó un sinfín de atentados sino que antes de llegar a la cima de ETA secuestró al empresario Abaitua y al político Javier Rupérez y descerrajó varios tiros en la pierna al queridísimo e inolvidable Gabriel Cisneros. Por cierto: el repugnante acto se celebró en el Palacio que ocupaba Franco en sus veraneos donostiarras y que a toda esta gentuza les entusiasma.

Las palabras de Otegi, cómo no, bendecidas en pleno por la izquierda mediática, ésa que en caso de duda entre un dirigente del PP y uno de Bildu se pone siempre del lado de este último, provocaron arcadas en esa absolutísima mayoría de personas decentes que continúa habiendo en este país. Ahí van algunas perlas para que las juzguen:

—Transcurridos diez años desde que ETA anunciase el fin de la violencia, no podemos sino constatar el cumplimiento íntegro de dicho compromiso—.

—Estos procesos son siempre complejos, debemos poner en valor la unanimidad con que ETA tomó sus decisiones—.

—Aquellos que apostaron de manera decidida, valiente y arriesgada por las vías exclusivamente pacíficas han cosechado un éxito rotundo e incontestable. Demostraron un sólido liderazgo—.

—El compromiso con vías exclusivamente pacíficas y democráticas por parte del independentismo de izquierdas respondía y responde a profundas convicciones éticas y políticas. Es una decisión inamovible y para siemprE—.

—La izquierda independentista ha acreditado la sinceridad de su apuesta y el cumplimiento de la palabra dada—.

Vamos, que ETA es una organización ejemplar, ética, cumplidora, pacífica y sincera. Zapatero y Sánchez completaron el guión preestablecido. Claro que no contaban con que el hijo de Satanás de Otegi les destrozase sin contemplaciones la hoja de ruta apenas siete horas después con una aseveración que demuestra el nivel de sinvergonzonería de los unos y del otro: «Tenemos a 200 [presos] dentro. Y esos 200 tienen que salir de la cárcel. Si para eso hay que votar los Presupuestos, pues los votaremos. Así de alto y claro os lo decimos». Se ve que alguien le indicó que por la mañana en San Sebastián había estado demasiado blando y entreguista y por la tarde interpretó en Éibar un libreto que era un mix de dureza, pragmatismo y, por qué no decirlo, franqueza.

Su «tenemos 200 presos dentro» calla la boca no sólo a Zapatero y Sánchez sino a las decenas de periodistas socialcomunistas que, a sabiendas de que es mentira, nos intentan colar una y otra vez la especie de que «ETA y Bildu no son lo mismo». Aunque parezca mentira, el speech en Éibar del baranda de la banda terrorista es de agradecer. No sólo porque ratifica lo que unos pocos mantenemos, que Bildu no es más que un tentáculo de ETA, y que aquí no hay ideales que valgan. El pájaro lo pudo decir más alto pero no dejarlo más claro: Sánchez busca con el pacto con ETA seguir subido al Falcon y vivir rodeado de edecanes en Palacio y el susodicho que pongan en libertad a sus sicarios. Un do ut des deleznable pero de manual. Ni más ni menos, ni menos ni más.

Tanto Sánchez, como Otegi y ese malvado lerdo que es Marlaska olvidan que a 80 de esos 200 asesinos puestos a buen recaudo les quedan por cumplir más de 10 años de cárcel. Claro que estos tíos no se cortan un pelo a la hora de vulnerar la ley con tal de conseguir su única meta, que no es otra que perpetuarse en el poder. Con lo cual no descarto que esa gentuza acabe saliendo más pronto que tarde. A más a más hay que recordar que esas hermanitas de la caridad que según la doctrina oficial imperante son los etarras no han esclarecido 330 muertes, vamos, que sin contar cómplices y autores intelectuales hay 330 asesinos pululando por ahí sin purgar por sus crímenes.

Sánchez busca con el pacto con Bildu seguir subido al Falcon y vivir rodeado de edecanes y Otegi que pongan en libertad a sus sicarios

Si a mí me cuentan no hace 20 ó 30 años, sino tan sólo cinco, que un presidente del Gobierno de España acabaría teniendo como socio estable a ETA yo hubiera tomado por pirado a mi interlocutor. El problema es que nunca pensé que un tío tan desahogado, tan perverso, tan cínico, acabaría llegando a la Presidencia. Un aterrizaje, por cierto, que se produjo en condiciones tan sospechosas como las de esas elecciones del 14 de marzo de 2004 que otorgaron la victoria a José Luis Rodríguez Zapatero.

En la Alemania democrática, la de verdad, no la del Este, los nazis jamás se integraron en la vida política. Y los que lograron hacerlo, por aquello de que el sistema no es infalible, salieron por patas cuando se les descubrió. Un tipo con pasado hitleriano duraba en la vida pública un suspiro cuando se le quitaba la careta. Representó un empeño personal del canciller Adenauer, que fue un firme opositor al nazismo, lo cual le condujo en varias ocasiones a la cárcel, una de ellas por participar en la Operación Valquiria, el fallido atentado contra Hitler en 1944. El gran De Gaulle se comportó de manera cuasiclónica. Petainista que aparecía en la V República, petainista que terminaba en el ostracismo.

No había piedad ni en la Alemania posthitleriana, ni en la Francia postVichy. Y no debía haberla. Los protagonistas de males tan absolutos como el nazismo y el petainismo deben quedar expurgados de por vida de la política en particular y de la sociedad en general. Eso es lo que ocurrió hasta la llegada de Sánchez. El mal infinito que constituye ETA acabó fuera de las instituciones cuando se ilegalizó Batasuna y sus correspondientes marcas blancas. Fue el Tribunal Constitucional el que, presiones de Zapatero mediante, los rehabilitó. Sánchez ha elevado a la enésima potencia ese acto de satanismo supino. Un error que estamos pagando muy caro en términos morales y éticos porque la línea entre el bien y el mal queda tan difuminada que comienza a ser invisible. Así como en los colegios alemanes se enseña qué fue el nazismo para que las nuevas generaciones no lo repitan, en los liceos franceses se adoctrina sobre la base de que el colaboracionismo del Régimen de Vichy es el mal absoluto.

Intentar blanquear a Bildu para hacer más digerible su pacto de supervivencia hace aún más despreciable a Pedro Sánchez. Una ofensa a la democracia, a la historia, a la memoria histórica de verdad, a los 856 asesinados por ETA, a los miles de ciudadanos que sobrevivieron pero con heridas eternas y una burla a esos 12 dirigentes del Partido Socialista que perdieron la vida por defender la libertad en el País Vasco. La moraleja de toda esta ignominia es que Sánchez es moralmente peor que Otegi. «¿Cómo?», se preguntarán pensando que mi opinión es episodio de hiperbólica maldad. Se lo explico en un periquete: la diferencia entre Otegi y Sánchez reside en que el primero no va de bueno y el segundo, sí. El primero no nos vende su acuerdo con el Gobierno como un acto de bondad, generosidad o altura política —véase lo que salió de su boquita en Éibar—; el segundo, sí. El etarra no nos intenta tomar por gilipollas; el segundo sí. El capo de Bildu no juró defender la Constitución, las leyes y la ética más elemental; el presidente, sí. Afortunadamente, mientras nos quede un hálito de vida, los demócratas pondremos todo nuestro empeño en hacer buena la máxima lincolniana: «Se puede engañar a unos pocos todo el tiempo, a todos un poco de tiempo, pero no a todos todo el tiempo». Frente a la desmemoria y la mentira permanente de este déspota desilustrado que es Sánchez, memoria, historia y recuerdo. Mucha memoria, mucha historia y más recuerdo aún. Es una obligación moral. 

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