La repugnante demagogia del empleado de George Soros

La repugnante demagogia del empleado de George Soros

Sólo un malnacido puede decir “no” al rescate de un náufrago en alta mar. La más elemental humanidad obliga a salvar la vida de una persona que está en peligro. En el mar, en tierra o, si es posible, en el aire. Pero tan malnacido es quien niega el socorro a almas en peligro como quien lo hace movido por razones electoralistas porque en realidad le importan tanto los votos como un comino las vidas ajenas. Cayetana Álvarez de Toledo, a la que la retroprogresía patria ha tomado ya la matrícula por su insoportable brillantez, lo pudo decir más alto pero no más claro el jueves en su estreno en el Congreso: “El sanchismo y el salvinismo utilizan y desprecian a los inmigrantes para ganar votos”.

No sólo los hechos avalan mis palabras. También lo hace el Derecho Marítimo internacional, que prescribe la obligación de asistencia a personas que se encuentren en peligro en el mar. Tan cierto es eso como que lo del presidente del Gobierno de España apesta: tanto con el Aquarius como con el Open Arms ha practicado la más repugnante y baratera de las demagogias. He de recordar que el 1 de agosto en el barco de la presunta ONG llegó a haber 160 inmigrantes y a San Roque llegaron, gracias a la actuación del buque Audaz de la Armada española, 15. Entre medias, hubo quienes fueron evacuados por Italia, quienes se bajaron en Malta por razones de urgencia hospitalaria o quienes, desesperados por la situación, se arrojaron al agua.

Del terreno de la moral pasamos al estadio de lo legal. Sánchez se ha pasado por el forro de sus caprichos el Derecho Marítimo por partida doble, triple o cuádruple. La legislación del mar señala tan literal como taxativamente que un náufrago ha de ser trasladado “al puerto más cercano”. No sólo lo apunta la ley sino que así lo ha sentenciado reiteradamente el Tribunal del Derecho del Mar con sede en Hamburgo. Sobra decir que los puertos más próximos eran italianos o libios. Como quiera que a estos segundos no se les podía transportar, para no exponerles a una muerte casi segura, el país transalpino era el destino natural. El locoide de Matteo Salvini se negó a acogerlos. El Reino de España, en lugar de instar al arbitraje de Bruselas, primero se lavó las manos, luego miró hacia otro lado y, finalmente, optó por enviar a la Armada.

Lo normal era haberlos intentado conducir a Malta, a Túnez o a Marruecos. Pero no. Finalmente, los 15 desamparados llegaron a Cádiz a la espera de un asilo político o un estatus de refugiado que se antoja obligatorio en alguno de los casos pero no en todos. Porque si bien es cierto que Eritrea, Sudán, Liberia e incluso Gambia son naciones en guerra o semiguerra no lo es menos que esa situación no se produce técnicamente en Ghana, Nigeria o Etiopía. Pero ésa es una cuestión menor en el debate que nos atañe.

La caridad o humanidad se ejerce en silencio, sin fareísmos, sin proclamarla a los cuatro vientos como hace Pedro Sánchez

Hasta ahí todo bien. El problema es cuando nos adentramos en la calificación moral de la actuación gubernamental. Al agnóstico Pedro Sánchez no le vamos a pedir que aplique ese Evangelio de San Mateo que aconseja que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Vamos, que la caridad o humanidad se ejerza en silencio, sin fareísmos, sin proclamarla a los cuatro vientos. Pero sí que eche mano de la más elemental norma de moralidad, que invita a procurar el bien ajeno, especialmente el de los más desvalidos, sin publicidad. Por eso provoca arcadas el gesto humanitario del primer ministro español que ha conseguido marcarse un tanto de imagen y, de paso, aplacar a los progres patrios que iban a degüello a por él por  abjurar de los designios de esa dictadura política que es el pensamiento único que rige en este país todavía llamado España. Por no hablar de ese jeta llamado Richard Gere que, en lugar de hacerse la foto, podría poner dinero para rescatar inmigrantes o acogerlos en las mansiones que posee en medio mundo. Tiene para elegir: Los Hamptons, Nueva York, Hollywood o Positano.

El problema es el mismo que con el Aquarius: las consecuencias. El efecto llamada. La indigencia no priva a los inmigrantes que vagan por media África rumbo a la rica Europa de teléfonos móviles de última generación a través de los cuales pueden enterarse de la actualidad en tiempo real. Las mafias que les sacan los hígados por transportarlos en condiciones infrahumanas están mucho más al cabo de la calle si cabe de cuáles son los coladeros. Entre otras muchas razones, porque muchas veces están conchabados con las autoridades locales. Cuando hará cosa de un año y medio Italia blindó sus costas, empezaron a poner rumbo a España. Grecia queda muy lejos.

En España no caben todos. Nuestro Estado de Bienestar no es un chicle que puedas estirar hasta el infinito y más allá

Marruecos estaba al quite para aprovechar la jugada. Las tan corruptas como implacables autoridades alauitas están sobornadas desde tiempos inmemoriales por el Gobierno español para blindar las vías de salida al norte por tierra y mar. Estábamos en ésas y llegó Pedro Sánchez con su kamikaze demagogia barata. Marruecos volvió a gastárselas como siempre: abramos las puertas y volvamos a poner el cazo, que seguro que caen más billetes. Y cayeron, vaya si cayeron. Consecuencia de la consecuencia: las mafias dirigieron todos sus esfuerzos a una España que es la tonta de la clase porque, en lugar de apelar a la solidaridad comunitaria, se come todo el marrón. Las insobornables estadísticas no mienten: desde la llegada del secretario general socialista a Moncloa el 2 de junio de 2019 hasta el 31 de diciembre el número de inmigrantes ilegales se multiplicó por 2,5. En los mismos seis meses de 2017, con Mariano Rajoy al frente del Ejecutivo, accedieron sin papeles 20.401 extranjeros, mucho menos de la mitad que los 51.467 registrados en el mismo periodo del año pasado. La mayor parte de este aumento exponencial es culpa de ese efecto llamada que alentó a las mafias del mar a cambiar la durísima Italia de Salvini por el chollo ibérico.

Inmigración, sí, desde luego, pero ordenada. Porque en España no caben todos. Nuestro Estado de Bienestar no es un chicle que puedas estirar hasta el infinito y más allá. Con tres millones de parados, una recesión a la puerta de la esquina por la nula credibilidad que provoca el titular de la tesis fake en los mercados y unos colegios y unos hospitales que no admiten ya más recortes so pena de hundir la calidad, no es de recibo esa política de puertas abiertas a la que en la práctica nos ha conducido el amoral de Pedro Sánchez. Un Pedro Sánchez al que le da igual pactar con ETA, con los golpistas o hacer un involuntario guiño a los traficantes de hombres con tal de seguir en esa Moncloa en la que nunca entrará un inmigrante ilegal.

No olvidemos tampoco que en la práctica nuestros porcentajes de inmigración sobre el total de la población nacional superan ya a los de vecinos más ricos como Francia o Alemania. Y tampoco desdeñemos otro pequeño gran detalle: el Open Arms es un instrumento del representante de Belcebú en la tierra, George Soros, el especulador número 1, el primer tipo al que recibió Sánchez al mudarse a Moncloa, para empobrecer países y comprar moneda, empresas, terrenos y edificios a precio de saldo. La solidaridad no está reñida en ocasiones con la tontuna ni tampoco con el mal cuando es más falsa que Judas.

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