Refugiados en la demagogia
La retórica política es esa cosa dúctil que según quien la maneje, acaba construyendo realidades paralelas. Con el asunto de los refugiados, la izquierda patria ondea la bandera política del laissez passer, sin discriminar inmigración legal de ilegal, controlada de descontrolada o peticiones de asilo coherentes de fronteras traspasadas sin control. Ante un problema como este, global y que concierne a toda Europa, la coordinación de los diferentes estados es esencial, porque se juegan dos conceptos que no deberían ser antagónicos: humanidad y seguridad. Sucede que la demagogia en forma de pancarta ha superado al diálogo de medidas razonables.
Barcelona fue el epicentro este fin de semana de una manifestación a favor de la acogida de refugiados en nuestro país. Queremos acoger, era el lema, mientras ondeaban carteles que significaban todo lo contrario a la apertura de fronteras. El sufrimiento de la persona convertido en hashtag, que es cómo los millenials antisistema sintetizan su rebeldía. Buscan apoyos mediáticos para justificar el significante vacío de su propuesta. Construyen el argumentario de ataque y etiqueta contra todo aquel que plantee la necesidad de no globalizar la desgracia, del peligro que supone convertir España en el camarote de los hermanos Marx, haciendo del principio de Arquímedes el quid de su ignorancia supina. Meter más cantidad en un recipiente de la que éste puede asumir acaba por desbordar el continente de contenido. Y en esas estamos mientras los adalides pontificios de la causa siguen sin explicarnos cómo se hace, quién lo pagaría, y si ellos han demostrado ser un ejemplo acogiendo en sus casas a los portadores que han sido víctimas de la sinrazón humana.
Porque hay dos maneras de enfocar el problema. Tal y como lo ha hecho Justin Trudeau en Canadá, admitiendo a 40.000 refugiados sirios de forma controlada, asegurándose de que tengan una vivienda y un acceso al trabajo, coordinado con agencias humanitarias y países del entorno, y la manera demagógica de la izquierda de nuestro país. Que entren todos los que quieran, que aquí caben todos. Parecen que la realpolitik les aterra, o que no aprenden nada de lo que está sucediendo en aquellos países de nuestro entorno que aplican esa recetas de carpe diem. En Alemania, Merkel, cautiva de la propaganda progre, abrió fronteras para no escuchar en boca de los expendedores de carnet de la decencia que era una política inhumana y sin sensibilidad. El resultado lo estamos viendo en un dato: el crecimiento desmesurado de Alternativa por Alemania, el partido xenófobo de extrema derecha, que aprovecha la ingenuidad de la izquierda incoherente —haz lo que digo, no lo que hago— para medrar en las vísceras colectivas.
Debemos inmunizarnos contra toda realidad pervertida. La inmigración es necesaria para el desarrollo de un país. En España, a pesar de la percepción social, la aportación del inmigrante a la Hacienda Pública es mayor que lo que recibe del Estado, según el último estudio de la Obra Social de La Caixa sobre Inmigración y Estado de bienestar en España. Pero mientras la extrema derecha explota la falsa percepción de pérdida de los servicios públicos y de trabajo para los obreros patrios, la izquierda, en su versión moderada o extrema, se erige en portadora de la humanidad sin más solución que un megáfono y una pancarta, banderas ficticias que no resuelven situaciones reales. El problema, como en casi todo, está en el origen, no en el destino.
Hace tiempo que Barcelona se ha convertido en el rompeolas de Cataluña, jerarquizada en la anarquía que levanta muros entre los suyos mientras pide derribarlos para los de fuera. Por las esquinas del Raval, se escucha la letrilla que inmortalizaron Ana Belén y Víctor Manuel, estibadores de la causa:
Toc toc, ¿quién es?
Un español de Lavapiés.
Cierra la muralla.
Toc toc, ¿quién es?
Un refugiado de Daesh
Abre la muralla