¿Qué tal el nene, qué tal la nena?
Eso es lo que, con rigor prtocolario, preguntamos cuando encontramos a ese viejo amigo con quien hacía tiempo que no coincidíamos… El detalle es que el nene o la nena son lo que hoy conocemos como jóvenes adultos, esos niños que se hacen chavalotes y luego mayores, pero que, debido a las circunstancias de su calidad de outsiders, o sea, de jóvenes desempleados o ligando contratos temporales, no acaban de coger energía para volar y abandonar el nido familiar. Quizás unos carezcan de estudios superiores y otros, en cambio, son jóvenes formados universitariamente a quienes las puertas del mundo laboral no se les acaban de abrir. Las dudas de esos jóvenes afloran. Quienes no están suficientemente formados corren el peligro de caer en la dejadez, en el abandono de los estudios y los fracasos no tardan en llegar. Nuestra tasa de paro juvenil, superando con creces el 30%, es la más alta de Europa. Quienes sí cuentan con el armamento de su formación, se desaniman al constatar sus pocas oportunidades laborales. Si en España no hay futuro, habrá que buscarlo fuera. Y emigran. Se van los chavales formados y, por el contrario, nos llegan inmigrantes a veces con baja cualificación. Es una ola migratoria, la de España, que a largo plazo tiene visos trágicos. Porque, como siempre machacamos, está en juego, a la sazón, nuestro patrón de crecimiento, nuestro modelo productivo. Si la gente formada emigra, perderemos energía económica.
Sigamos con nuestros jóvenes adultos, los que no acaban de encajar en el proceso productivo nacional. La pregunta es: y entonces, ¿qué? Esos jóvenes no están en condiciones de independizarse, de volar. ¡Cómo en casa de los padres no se vive en ningún sitio! Y así la precariedad laboral de esos jóvenes adultos, pospone su emancipación hasta que encuentren un trabajo más o menos satisfactorio y una remuneración mínimamente decorosa. Un dato aterrador, en cierta manera, es que un 60% de los jóvenes españoles de entre 18 y 34 años vive con sus padres. Si tardan más años en emanciparse, obviamente la tasa de fertilidad se retrasa y acaba reduciéndose. Además, para esos jóvenes adultos conseguir su propio nido, o sea, la vivienda, es tarea ímproba por las duras condiciones de acceso ya sea de propiedad o de alquiler…
Y surge así la pregunta: ¿vivienda propia, de alquiler o alquilamos una habitación?, acompañada de otro interrogante: ¿se puede destinar al pago de vivienda más de la mitad de lo que uno gana?
Este es el dilema al que se enfrentan en nuestro país miles de jóvenes que son víctimas de la precariedad laboral o que incluso no siéndolo, a causa del encarecimiento del acceso a la vivienda, igual acaban alquilando una habitación en un piso compartido. ¡Tantos años preparándose para un futuro de pura indigencia!
Los vanos intentos por regular los precios del mercado del alquiler de viviendas ni han obtenido refrendo legal ni benefician la oferta de la vivienda de alquiler; antes al contrario, la reducen.
En cualquier caso, lo que sí se evidencia es que en España las políticas que promuevan la vivienda de alquiler brillan por su ausencia, sin que exista, como sería deseable, un parque público para ello.
Al final, el trinomio clave que pesa cuál espada de Damocles sobre nuestros jóvenes adultos está conformado por educación, mercado laboral y vivienda. Tres desafíos que, con tanto jaleo de componendas políticas e intereses partidistas, demuestran que los problemas reales de los ciudadanos se soslayan por parte de los políticos. La pesadumbre y el desánimo invade a nuestros jóvenes. No ven que España sea un país de oportunidades y su mirada se dirige hacia otros confines. Serán, muchos de ellos, emigrantes en busca de la prosperidad que aquí se les niega. Entretanto, las discusiones fundamentales de este país son las de coaliciones, alianzas, cooperaciones de signo político, sin gobierno funcionando y el mundo real distanciado de las alfombras políticas.