Piqué es el Pablo Iglesias del fútbol

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Vayamos por partes. Bajemos el balón al suelo y juguemos con criterio después de bajar las pulsaciones de ayer. Seguramente, Gerard Piqué sea un buen tipo. Con total seguridad puedo afirmar, al igual que todos vosotros, que es uno de los mejores centrales de la historia no sólo de este país, sino que también del mundo, pero hace tiempo que el personaje creado por él mismo, el cual le divierte sobremanera, ha marcado su impoluta carrera como futbolista.

Ayer media España se acordó de mí tras su gol en Toulouse. Yo no me escondo, los que me siguen me conocen, y me manifesté con un video en OKDIARIO con la inmediatez que requería el momento.

El titulo era claro. «OJEDA NO SE VENDE POR UN GOL MANCHADO DE INDEPENDENTISMO»

La frágil memoria del fútbol, en este caso el español, entraba otra vez en escena. Marcaba Piqué, el delirio, la carrera del central y la quietud a lo José Tomás ante los españoles en Toulouse en un estadio indigno de una Eurocopa que se parecía a la plaza de toros de Algeciras. Retomo, aficionados, ésos que pitaron tanto y maldijeron por redes sociales al que ahora los miraba desafiantes, como un gol que ni que hubiera dado un mundial.

Desde ese momento comienza la transformación al más puro estilo Pablo Iglesias.

Primero, con su hijo, el mismo al que llevaba a una manifestación independentista, y que ahora era bandera enarbolada de un padre que presumía orgulloso de cómo el chiquillo lucía la casaca de todos los españoles. Rechina.

Segundo, la foto con Sergio Ramos a caballito donde dice que son «un equipo» y que «no hay nada más que decir», en clara referencia a su instantánea con el central de ‘La Undécima’.

Yo me alegré de que España ganara, es incuestionable mi compromiso como español con todo lo que vomite por los poros tradición y españolismo. Pero era de ley no traicionarme, no venderme, no gritar un gol marcado por alguien que lo utilizaría, y así lo dije en la grada y así lo hizo, para ponerse una piel de cordero en la que no creo. Podemismo de aula y plazoleta. Matrícula de honor.

Pasarán los meses, queridos amigos, y como ocurre con Iglesias, esa piel se caerá, y sino se cae, al menos dejará ver la patita estelada de alguien que ayer le sacó un rédito descomunal a un gol que valdrá para lavar su imagen ante la afición española. La misma afición que no debe olvidar como este mismo jugador sostenía una pancarta con la selección catalana donde se podía leer: «Una nación, una selección».

Estamos en democracia, y respetaré al señor Piqué en sus tácticas en la selección para llenar de resina las bocas que le silbaban y que ahora le gritan cosas menos gruesas. Hasta ahí, de acuerdo. Pero estamos en democracia, y permitan que yo me mantenga firme ante mis principios, mi creencias y mis valores. Sin moverme ni un centímetro del suelo, también al mas puro estilo José Tomás. Con dos cojones.

Sólo si levanta la cabeza ante el himno y besa el escudo al marcar esos goles en vez de mirar desafiante a los españoles en las gradas del estadio… sólo así me convencerá de una reconversión de plástico al amparo de un gol de cabeza en el primer partido de una fase de grupos.

Dije que el Sevilla ganaría la Europa League y acerté, dije que la Champions la ganaría el Madrid y también acerté, y ahora os digo que Piqué volverá a encenderos para mal y os acordaréis de mí porque también acertaré.

Es cuestión de tiempo. La verdad, maridada con los principios y los valores, vale mucho más que unas cuantas mentiras amparadas por la prensa que ayer también fue partícipe de un paripé aplaudido por una gran parte de un país que es capaz de olvidar al del mano a mano en Johannesburgo como quien se olvida de una madre.

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