El oficio más antiguo y el Gobierno más cínico

El oficio más antiguo y el Gobierno más cínico
Diego Buenosvinos

En España ya no se distingue el escándalo del titular. Todo es una mancha más sobre el traje blanco del poder. Y ahí está el presidente, Pedro Sánchez, paseando su superioridad moral, anunciando que abolirá la prostitución como quien promete acabar con la lluvia: con palabras solemnes y manos limpias, aunque venga empapado.

El socialismo sanchista ha decidido subirse al púlpito, denunciar el sistema que esclaviza a las mujeres, y proclamar desde el BOE que lo prohibido desaparecerá por decreto. Pero las palabras, como los trajes, hay que ganárselas a medida y con concreción. Y en este caso, hay un perfume que no se va: el del doble rasero de una vida donde la Begoña Gómez no necesitaba cátedras y sí mucha calculadora empresarial.

Porque mientras el presidente predica, algunos medios han publicado que el suegro de Pedro Sánchez gestionaba locales con jacuzzi, luces tenues, nombres sugerentes y horarios de prostíbulo. Que funcionaban, posiblemente, como saunas-gay donde se ofrecían servicios sexuales. Y que parte del dinero de ese negocio habría servido para sufragar el chalet donde vivió durante años el joven Sánchez junto a su hoy esposa.

No se trata aquí de juzgar a los padres de nadie. Tampoco de perseguir pecados ajenos. Pero sí de señalar la obscena incoherencia de quien legisla como apóstol mientras come de la mano del diablo.

¿Puede un Gobierno que se autoproclama feminista abolir el oficio más antiguo del mundo cuando sus cimientos políticos están apuntalados, aunque indirectamente, por el negocio de la carne? ¿Se puede condenar la prostitución con tanta vehemencia, cuando uno ha vivido —según las informaciones— en casas compradas con dinero procedente de saunas que abrían 23 horas al día y donde los «chaperos», dicen, pagaban porcentaje?

Este país es experto en fingir escándalo y tragarse la hipocresía con agua del grifo. Como decían los más antiguos, la moral pública es el disfraz del vicio oficial. Aquí se señala con el dedo a la puta, pero se abraza al proxeneta si vota socialista.

Pero hagamos un inciso de la España de los 80, mientras el país se desnudaba al ritmo de la movida madrileña, entre líneas de coca en los reservados de Malasaña y clubes con timbre secreto en Chamberí, algunos futuros políticos -los más avanzados- se fogueaban en reservados donde la moral era un chiste y el descaro, una virtud. Aquel Madrid nocturno de luces de neón, fiestas hasta el amanecer y clubes con nombre de flor, no estaba tan lejos del Nueva York de la sauna Saint Mark’s, donde senadores salían por la puerta trasera antes de votar leyes contra la indecencia.

La doble vida era norma: predicar de día y desatarse de noche. Hoy, los herederos de aquella generación -algunos- legislan desde el púlpito con manos blancas, mientras los medios empiezan a rasgar la tela del pasado. Y en ese eco prostibulario que regresa con cada titular, la historia nos recuerda que no hay nada más inmoral que la moral fingida.

Y así estamos: con una ley contra la prostitución redactada por un Gobierno que ha vivido —literal o simbólicamente— de su sombra. Con ministros dando discursos que suenan a exorcismo, mientras el presidente calla, sonríe y saluda desde el palco de la superioridad moral. El PSOE quiere abolir la prostitución. Muy bien. Empiecen por abolir su propia memoria. Y… Sánchez, ¿no crees que ya es hora de irte a casa? A la que quieras…

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