No investidura vs. indignidad, o viceversa

Al PSOE y a Sumar les hubiera gustado lograr la investidura de Pedro Sánchez componiendo en secreto todos los pactos con los independentistas, pero, como éstos no se fían y precisamente sacan rédito político de la exhibición del chantaje al Estado, ya casi todo está encima de la mesa.
Alberto Núñez Feijóo tenía, por tanto, todos los argumentos para construir un buen discurso de «no investidura». En primer lugar, ya sabía lo que ha pasado: una victoria electoral inútil, excepto para escenificaciones como la de hoy que encarrilan una oposición sería y capaz, y una perversa distribución de escaños entre los perdedores que les da inmensas oportunidades. En segundo lugar, sabe lo que está pasando: exhibición de toda la falsedad e inmoralidad del sanchismo, la habitual e inocua contestación nominal del socialismo constitucionalista y la indignación de la ciudadanía canalizada internamente en el acto del domingo y abiertamente en otras convocatorias. Y, en tercer lugar, ya sabe lo que va a suceder: no hay ninguna posibilidad de que él salga investido, y existe un 99,99% de probabilidades de que lo sea Pedro Sánchez.
Entonces, sin la presión de tener que convencer a nadie para que le vote, se ha lucido exponiendo, entre bromas y veras, lo apocalíptico que es lo que va a venir. Desde ahí ha sido fácil mostrar que hay vida después de la muerte, pero, sobre todo, que la muerte (del régimen de derechos constitucionales para españoles libres e iguales) existe y que, como decía el profeta Ezequiel sobre el juicio final, es inminente. A falta de recolectar votos, ha recolectado argumentos para la «contra-investidura» de Sánchez.
Al final se ha visto que el tiempo ha corrido en su favor y le ha permitido, no ya mejorar su juego (sus cartas no daban para envidar, ni siquiera de farol), sino que se vean las trampas con las que están montando su juego los demás. Por eso estaban tan rabiosos en el PSOE, protestando porque Feijóo en vez de construir una investidura (que se vio imposible desde que los potenciales socios manifestaron unas exigencias que, como les ha afeado hoy, reducen a la lucha identitaria) se dedicaba a señalar las tierras movedizas sobre las que se va a construir la de Sánchez.
Con independencia de que para el PSOE y para el resto de la izquierda cualquier líder del PP será un fascista retrógrado y corrupto, con Alberto Núñez Feijóo sienten la ensoberbecida necesidad de no dejarle una brizna de hierba debajo de sus pies. Es verdad que el gallego no ha podido derrumbar el entramado del sanchismo, pero les ha dado varios sustos y sobre todo les ha herido su orgullo: se carga el chollo del becario Casado que les aseguraba mantener al PP a 5 o 6 puntos durante mucho tiempo; les levanta casi todas las autonomías y los ayuntamientos importantes; les enfrenta sin la agresividad que se le supone a la derechona; y le gana por paliza un debate a Súperpedro, haciéndole aparecer, sudoroso y balbuceante, como el pelele intelectual que en realidad es.
Y éste, para su escarnio y sin ser su turno de investidura, tiene que aguantar dos días en que la mitad de los grupos parlamentarios le dirán que es un indigno y la otra mitad (sus supuestos socios) demostrarán que lo es, al exponer impúdicamente el material de sus chantajes: amnistía, referéndum, reconocimiento como nación, imposición lingüística y, como no, el dinero.
Recordando las muchas barbaridades que ya ha hecho y anunciando las atrocidades que va a hacer (por supuesto, sin el permiso tácito o expreso de los españoles), Feijóo ha identificado al sanchismo como un chiringuito que actúa sin licencia, saltándose todas las reglas; un perista que mal vende la soberanía nacional y la igualdad que sustraen a todos los españoles.
Como respuesta, Sánchez, o quien le sustituya, no va a reconocer la victoria de Feijóo, le increpará diciendo que nos ha hecho perder el tiempo y le descalificará por no entender la mayoría «social» de nuestro país. Como con la moción de Tamames, nos colocará tantas veces como haga falta el discurso de la pacificación de Cataluña y del éxito de las políticas sociales y económicas. Todos esos beneficios que nadie ha visto y que solamente existen en el papel en el que se los escriben sus asesores.
La película ya nos la sabemos: Sánchez en la Moncloa versión 3.0. con extra de indignidad. Nadie cree ya en otra posibilidad, aunque fuera por medio de una actuación digna y coherente de García-Page. Éste, que tiene que mantener viva su aparente disidencia, se vino arriba en el Ateneo y dijo que en la amnistía no hay base moral. O sea, que es inmoral, y que a favor de esa inmoralidad está dispuesto a votar. Es una suerte ser tan sectario porque, sea cual sea el crimen que cometan los tuyos, te permites reconocer que siempre es menos inmoral votar a tu partido a que gobierne la derecha. Lo dicho, si te encuentras dos gorgojos en tu plato de garbanzos, no es mejor comerte el más pequeño sino el más progre.