Cordero degollado en Jumilla o toro estofado en Baleares


Miles de corderos degollados en España en un sólo día para la fiesta musulmana del sacrificio conocida como Eid Al-Adha. Amén de más de medio millón de cabezas de ovino español exportadas a Marruecos. Amén de los millones de animales sacrificados en nuestro país al año por el rito halal.
No me suena que se haya desaconsejado por parte de alguna institución u ONG la presencia de menores en la matacía familiar del día del cordero, considerada el mayor holocausto animal cometido por seres humanos en término cuantitativos y cualitativos en el mundo.
No me suena que se haya publicado un sondeo en España preguntando al ciudadano medio qué le parecen estas prácticas ni tan siquiera un reportaje en el telediario a modo de encuestita callejera. En la televisión española parece que es súper normal, que está súper bien y que sea súper respetable que miles de animales se degollen por varones –de una religión innegablemente machista– hasta morir desangrados por respeto a Alá en cualquier plaza de nuestro país, como aquel que dice.
A mí no me suena que antes y durante el sacrificio haya activistas que protesten desnudos y manchados de sangre contra esta masacre en las explanadas donde cientos de musulmanes machete en mano se reúnen a practicar sus ritos y tradiciones.
Vivimos en dos Españas, que sin duda no son la de rojos y azules. Eso pasó a la historia. Vivimos en dos Españas, la del paraíso extranjero y la del infierno nacional, donde comer cordero desangrado hasta su agónica muerte –sin posibilidad de huir y defenderse– es un honor cultural y toro estofado sacrificado por un torero en una plaza toros es execrable.
En Baleares, los socialistas y los independentistas –con Francisca Armengol a la cabeza– modificaron la Ley de Bienestar Animal y prohibieron en 2016 que se mataran toros, que hubiera caballos en los festejos y que los menores de 18 años pudieran presenciar una corrida. El sentido común se impuso, el Tribunal Constitucional paró los pies al golpe de estado cultural, pero la prohibición de ser taurino en la juventud ha continuado hasta este año.
La imagen de los tendidos eufóricos en Inca y Palma en agosto por volver a disfrutar de nuestras tradiciones taurinas, han derretido ipso facto los empeños de intentar hacer creer que en esta región no hay afición.
Los progres consideran que un menor tiene derecho a practicar sexo con quien quiera, a ejercer su derecho al voto, a mutilarse sus genitales, a abortar sin que lo sepan sus padres, y también a aprender y ayudar a degollar a un cordero, pero no a ir a los toros.
Como dice mi amigo Cake Minuesa, a los pies de la plaza de Inca (Mallorca) puedes gritar asesino para que te escuche un torero que se está jugando la vida, pero no puedes rezar en silencio a las puertas de un abortorio mientras se está triturando un ser humano y destrozando el alma de una madre, consciente o no del sacrificio que se está realizando en su vientre. Lo primero son derechos inalienables en una sociedad de progreso laico, lo segundo son tradicionalismos extremos que hay que erradicar por el bien común.
No me suena que sobre esto la Conferencia Episcopal Española se haya rebelado más allá de aconsejar algún obispo que no es bueno polemizar sobre política si su grey decide rezar en un santuario situado en la misma manzana de la sede del PSOE donde emanan todas estas leyes. Pero sí que nos hemos sorprendido casi todos los españoles que rezamos a Cristo que los obispos hayan sido los primeros en defender explícitamente la matancía del cordero degollado en Jumilla sin que nadie lo haya prohibido per se.
Mientras en la caja tonta han tratado de mostrar el retroceso moral que supondrá que para esta región de Murcia que el próximo Eid Al-Adha no se celebre –al menos como solía hacerse públicamente y al aire libre–, nada se ha dicho del respaldo que tienen las corridas de toros en la isla de Mallorca, donde los menores gracias, sobre todo, al empeño de un padre que no quería que a sus hijos les robara el independentismo sus raíces españolas, se ha logrado que se reinstaure el derecho del menor a conocer y practicar las costumbres de sus abuelos.
Me refiero al mallorquín Jorge Campos, diputado de Vox, que ha luchado durante años a través de la Fundación Nacional Círculo Balear por la defensa de la tauromaquia. Después de casi 10 años, gracias a Vox y PP, los jóvenes pueden ser taurinos sin que sus padres sean detenidos por ello.
En España en festejos taurómacos se sacrifican en total algo menos de 50.000 toros al año. Aquí no consiste en argumentar con el estúpido e infructuoso «tú más» que tanta afición tiene la casta política. Pero hagan cuenta de las horas que la factoría de noticias invierte en cuestionar la legitimidad de los padres taurinos, y las nulas imágenes que salen del cordero agonizando en manada mientras los niños miran.
¿No creen que responde todo esto a algo más profundo, más preocupante, más inquietante que al simple hecho de que estemos dominados por una cuadrilla de mendrugos? A mí me inquieta que los niños musulmanes contemplen el sacrificio de un cordero degollado en España sin crítica ni censura por los progres y animalistas, mientras que se pide amparo hasta a la ONU para evitar que nuestros hijos no entiendan la vida a través de la tauromaquia.
Los adalides del nuevo control social han llevado nuestra vida a un punto tan delirante que pretenden que comamos antes un cordero degollado en Jumilla que un toro estofado en Baleares con un buen vino. Y la gente empezamos a decir que nanai. Que hasta aquí hemos llegado.