No estará Ciudadanos en Europa

Ciudadanos

Ciudadanos no ha conseguido situar un solo diputado en Bruselas. La formación que se llamó naranja (nunca olvidaré el día en que nos decidimos por este color y su famoso logo C’s) se ha quedado sin ningún diputado en el Parlamento Europeo al perder los siete que había logrado en los anteriores comicios. Las urnas no han hecho más que confirmar la debacle que ya anunciaron las últimas generales y autonómicas. Es el partido más perjudicado en estas votaciones, y duele ver que los millones de personas que confiaron en él hace un lustro le han girado la espalda. De recoger 2.731.825 papeletas (el 12,8%) a 120.703 (0,69%). Era el tercer partido a nivel nacional en las europeas de 2019, se proclamó segunda fuerza dentro del grupo parlamentario europeo (Renew Europe), acarició el cielo en Madrid… y ha acabado en nada.

Después del fracaso en las elecciones catalanas no va a tener más oportunidades, por más que muchos anden llorando por las esquinas. Un ejemplo. El pasado domingo organicé una comida en mi casa donde, de nueve personas, tres habían votado a Jordi Cañas. Naturalmente, estoy hablando de mis amigos, gente enmarcada en una cultura política determinada. No se llevaban, claro, a engaño, y ya comentamos con una copa de vino en la mano lo poco representativos del conjunto de la ciudadanía catalana que éramos los allí reunidos. Y yo no me encontraba entre esos tres votantes aún optimistas de Cs. Mi vínculo sentimental e intelectual con lo que representó Ciudadanos seguirá vivo para siempre. Pero hace tiempo que desestimé darles un voto que no iba a ser otra cosa que pura nostalgia. Por desgracia, «este muerto está muy muerto».

Requiescat in pace, Ciudadanos. Cualquiera creería ahora que eso de erigir un partido nuevo es como hacer calceta. Pero cuando fundamos Ciudadanos parecía una auténtica locura. Creo que soy más consciente ahora de la originalidad y de la fuerza de aquel proyecto de lo que lo era entonces. Dudo de que vuelva a repetirse algo similar, y siempre me sentiré huérfana. Soy una gran creyente en el poder del conocimiento para mejorar el mundo. La razón, el pensamiento crítico, la ciencia y el desarrollo moral nos han dado el indudable progreso que hemos experimentado —no de manera uniforme, claro— los habitantes de este planeta los últimos doscientos años. Creo que la Ilustración recogió lo mejor de un pensamiento que ya había ido dejando su huella desde que tenemos materiales históricos. Pero esta «llama en la oscuridad», que tan bellamente describía Carl Sagan, es una minúscula conquista que hay que proteger y mimar, pues su continuidad no está garantizada. Esa inquietud alimentó el primer Ciudadanos. Por eso tuvo tanta fuerza y a tanta gente le interesamos. La superstición, la pseudociencia y las falsas creencias disfrazadas de ideología totalitaria o de integrismo religioso son amenazas que nunca han perdido su pervivencia y letalidad, y en Cataluña lo vivíamos con el nacionalismo.

Por desgracia este espíritu no duró ni dos días en Ciudadanos. Se mantuvo una idea de la unidad de España y del rechazo del nacionalismo. Pero todo el resto de debates sociales, de batallas culturales, fueron dejados de lado. Por poner un ejemplo: me pareció increíble que la presidenta del partido en Cataluña, Inés Arrimadas, no quisiera firmar, el 8 de marzo del 2019, un modesto manifiesto que discutía la tiranía del feminismo hegemónico. Se impuso lo políticamente correcto.

Como decía mi abuela (con un fuerte acento catalán): «Entre todos la mataron y ella sola se murió». Nunca entendí esta frase y dudo mucho de que la entendiera ella. Pero el paquete de emoción e intención de ese meme no deja lugar a la duda: no podemos saber qué hilo llega a la madeja del culpable, pero ya no hay nada que hacer.

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